Cristo
3. Jesús no vino a destruir la ley; es decir, la ley de Dios; vino a darle cumplimiento, esto es, a desarrollarla, a darla su verdadero sentido, y a apropiarla al grado de adelantamiento de los hombres; por esto se encuentra en esa ley el principio de los deberes para con Dios y el prójimo, que son la base de la doctrina. En cuanto a las leyes de Moisés propiamente dichas, por el contrario, las modificó profundamente, ya en el fondo, ya en la forma; combatió constantemente los abusos de las prácticas exteriores y las falsas interpretaciones y no pudo hacerlas sufrir una reforma más radical que reduciéndolas a estas palabras: "Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo", añadiendo: "Esta es toda la ley y los Profetas".
Con esas palabras: "El cielo y la tierra no pasarán sin que todo sea cumplido hasta un tilde", Jesús quiso decir, que era menester que la ley de Dios recibiese su cumplimiento: es decir, que fuese practicada por la tierra en toda su pureza, con todo su desarrollo y todas sus consecuencias; pues ¿de qué serviría haber establecido esta ley, si quedase subsistente el privilegio de algunos hombres o de un solo pueblo? Siendo todos los hombres hijos de Dios, son, sin distinción, objeto de una misma solicitud.
4. Pero la misión de Jesús no fue simplemente la de un legislador moralista sin más autoridad que su palabra; vino a cumplir las profecías que anunciaron su venida; recibía su autoridad de la naturaleza excepcional de su espíritu y de su visión divina, vino a enseñar a los hombres que la verdadera vida no está en la tierra, sino en el reino de los cielos; a enseñarles el camino que conduce a ella, los medios para reconciliarse con Dios, y hacer presentir la marcha de las cosas futuras, para el cumplimiento de los destinos humanos. Sin embargo, no lo dijo todo, y sobre muchos puntos se limitó a dejar el germen de verdades que El mismo declara que no podían ser comprendidas; habló de todo, pero en términos más o menos explícitos, porque para entender el sentido oculto de aquellas palabras, era preciso que ideas nuevas y conocimientos nuevos vinieran a dar la clave, y estas ideas no podían venir antes de cierto grado de madurez del espíritu humano. La ciencia debía contribuir poderosamente al nacimiento y al desarrollo de estas ideas; luego era preciso dar a la ciencia el tiempo para progresar.
Jeremías y los falsos profetas
El Espiritismo.
5. El Espiritismo es la nueva ciencia que viene a revelar a los hombres, con pruebas irrecusables, la existencia y la naturaleza del mundo espiritual y sus relaciones con el mundo corporal; nos lo presenta, no como una cosa sobrenatural, sino, al contrario, como una de las fuerzas vivas y que incesantemente obran en la naturaleza, como el origen de una multitud de fenómenos incomprensibles hasta ahora y relegados, por esta razón, al dominio de lo fantástico y de lo maravilloso. A estas relaciones es a las que Cristo hace alusión en diferentes circunstancias; y por esto muchas de las cosas que dijo han sido ininteligibles o falsamente interpretadas. El Espiritismo es la clave con que todo se explica fácilmente.
6. La ley del Antiguo Testamento está personificada en Moisés, y la del Nuevo en Cristo; el Espiritismo es la tercera revelación de la ley de Dios, pero no está personificado en ningún individuo, porque es producto de la enseñanza dada, no por un hombre, sino por los espíritus, que son las "voces del cielo" en todas las partes de la tierra y por multitud de innumerables intermediarios; es, en cierto modo, un ser colectivo que comprende el conjunto de los seres del mundo espiritual, viniendo cada uno a traer a los hombres el tributo de sus luces para hacerles conocer aquel mundo y la suerte que en él les
espera.
7. Así como Cristo dijo: "No vengo a destruir la ley, sino a cumplirla", el Espiritismo dice también: "No vengo a
destruir la ley cristiana, sino a cumplirla". No enseña nada contrario a lo que enseñó Cristo, pero desarrolla, completa y explica, en términos claros para todo el mundo, lo que se dijo bajo la forma alegórica; viene a cumplir en los tiempos predichos lo que Cristo anunció, y a preparar el cumplimiento de las cosas futuras. Es, pues, obra de Cristo, que el mismo preside, así como a la regeneración que se opera y prepara el reino de Dios
en la tierra como igualmente lo anunció.
Alianza de la ciencia y la religión
8. La ciencia y la religión son las dos palancas de la inteligencia humana; la una revela las leyes del mundo material, la otra las leyes del mundo moral; pero teniendo "las unas y las otras el mismo principio, que es Dios", no puede contradecirse; si una es la negación de la otra, la una tiene necesariamente razón y la otra no,
porque Dios no puede querer destruir su propia obra. La incompatibilidad que se ha creído ver entre estos dos
órdenes de ideas, se debe a una falta de observación y al sobrado exclusivismo de una y otra parte; de esto se ha seguido un conflicto, del que han nacido la incredulidad y la intolerancia. Han llegado los tiempos en que las enseñanzas de Cristo deben recibir su complemento, en que el velo echado a propósito sobre algunas partes de esas enseñanzas, debe levantarse; en que la ciencia, cesando de ser exclusivamente materialista, debe tomar en cuenta el elemento espiritual, y en que la religión, cesando de
desconocer las leyes orgánicas e inmutables de la materia, apoyándose la una en la
otra y marchando estas dos fuerzas de concierto, se presenta mutuo apoyo. Entonces la religión, no siendo ya
desmentida por la ciencia, adquirirá un poder indestructible, porque estará conforme con la razón y porque no
podrá oponérsele la irresistible lógica de los hechos.
La ciencia y la religión no han podido entenderse hasta hoy, porque mirando cada uno las cosas desde su
punto de vista exclusivo, se rechazaban mutuamente.
Faltaba algo para llenar el vacío que las separaba, un lazo que las aproximase; este lazo consiste en el
conocimiento de las leyes que rigen y entrelazan el mundo espiritual con el mundo corporal; leyes tan
inmutables como las que regulan el movimiento de los astros y la existencia de los seres. Una vez patentizadas
estas relaciones por la experiencia, hase hecho una nueva luz, la fe se ha dirigido a la razón, la razón no ha
encontrado nada ilógico en la fe, y el materialismo ha sido vencido. Pero en esto, como en todo, hay personas
que se quedan rezagadas, hasta que son arrastradas por el movimiento general que les aplasta, si quieren
resistir, en vez de entregarse a él. Es una verdadera resolución moral la que se opera en este momento y
trabaja los espíritus; después de haberse elaborado durante más de dieciocho siglos, toca a su cumplimiento y
va a marcar una nueva era de la humanidad. Las consecuencias de esta revolución son fáciles de prever; debe
introducir en las relaciones sociales inevitables modificaciones, y no está en el poder de nadie el oponerse a
ellas, porque entran en los designios del Todopoderoso y son consecuencia de la ley del progreso, que es una
ley de Dios.
INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
La nueva era
9. Dios es único, y Moisés el espíritu que Dios envió en misión para darle a conocer, no sólo a los hebreos sino
a los pueblos paganos. El pueblo hebreo, fue el instrumento del que Dios se valió para hacer su revelación por
medio de Moisés y los profetas, pues las vicisitudes de este pueblo eran a propósito para impresionar y rasgar
el velo que ocultaba a los hombres la divinidad.
Los mandamientos de Dios dados por Moisés envuelven el germen de la más alta moral cristiana; los
comentarios de la Biblia restringían el sentido, porque puesta en obra en toda su pureza, no se hubiera
comprendido; pero los diez mandamientos de Dios no dejaron por esto de ser el frontispicio brillante, como el
faro que debía iluminar a la humanidad en el camino que tenía que recorrer.
La moral enseñada por Moisés era apropiada al estado de adelanto en que se encontraban los pueblos que
debía regenerar, y estos pueblos, medio salvajes en cuanto al perfeccionamiento de su alma, no hubieran
comprendido que se pudiese adorar a Dios de otra manera que por medio de holocaustos, ni que hubiese de
perdonarse al enemigo.
Su inteligencia, notable respecto de las cosas materiales y aun respecto de las artes y de las ciencias, estaba
muy atrasada en moralidad, y no se hubiera sujetado al imperio de una religión enteramente espiritual; les era
necesario una representación semi-material tal como la ofrecía entonces la religión hebrea. Así es que los
holocaustos hablaban a sus sentidos, mientras que la idea de Dios hablaba a su espíritu. Cristo fue el iniciador
de la más pura moral, la más sublime, de la moral evangélica cristiana que debe renovar el mundo, reunir a los
hombres y hacerlos hermanos; que debe hacer brotar de todos los corazones humanos la caridad y el amor al
prójimo, y crear entre todos los hombres una solidaridad común; en fin de una moral que debe transformar la
tierra y hacer de ella una morada para espíritus superiores a los que hoy la habitan. Es la ley del progreso, a la
que está sometida la naturaleza, que se cumple, y el Espiritismo es la palanca de que Dios se sirve para
hacer avanzar a la humanidad.
Han llegado los tiempos en que las ideas morales deben desarrollarse para realizar los progresos que entran
en los designios de Dios, siguiendo el mismo camino que han recorrido las ideas de libertad y que fueron sus
precursores. Pero no creáis que este desarrollo se realice sin luchas, no; esas ideas necesitan, para llegar a la
madurez, sacudimientos y discusiones, con el fin de que llamen la atención de las masas; una vez fijada la
atención, la hermosura y la santidad de la moral impresionarán a una ciencia que les da la clave de la vida
futura y les abre las puertas de la eterna felicidad. Moisés fue el que abrió el camino; Jesús el que continuó la
obra; el Espiritismo la concluirá. (Un espíritu israelita. Mulhouse, 1861).
10. Un día Dios, en su caridad inagotable, permitió al hombre viera que la verdad atravesaba las tinieblas; este
día fue el advenimiento de Cristo. Después de la luz viva, volvieron las tinieblas; el mundo, después de las
alternativas de verdad y de oscuridad, se perdía de nuevo. En ese momento es cuando los espíritus,
semejantes a los profetas del Antiguo Testamento, os hablan y advierten; ¡el mundo está conmovido en sus
cimientos: el trueno rugirá, estad firmes!
El Espiritismo es de orden divino, puesto que descansa en las mismas leyes de la naturaleza; y creed que todo
lo que es de orden divino, tiene un objeto grande y útil.
Vuestro mundo se perdía; la ciencia, desarrollada a expensas de lo que es de orden moral, conduciéndoos al
fin material, redundaba en provecho del espíritu de las tinieblas.
Vosotros lo sabéis, cristianos; el corazón y el amor deben marchar unidos a la ciencia. El reino de Cristo ¡ah!
después de dieciocho siglos, y a pesar de la sangre de tantos mártires, aun no ha llegado. Cristianos, volved al
maestro que quiere salvaros. Todo le es fácil al que cree y ama; el amor le llena de un goce inefable. Sí, hijos
míos; el mundo está conmovido, los espíritus buenos os lo dicen a menudo, dobláos bajo el soplo precursor de
la tempestad, a fin de que no seáis derribados; es decir, preparáos, y no os parezcáis a las vírgenes locas que
estaban desprevenidas a la llegada del esposo.
La revolución que se prepara es más bien moral que material; los grandes espíritus, mensajeros divinos,
inspiran la fe para que todos vosotros, operarios, esclarecidos y ardientes, hagáis oír vuestra humilde voz;
porque vosotros sois el grano de arena, y sin granos de arena no habría montañas. Así, pues, que esta
expresión "somos pequeños", no tenga sentido para vosotros. A cada uno su misión, a cada uno su trabajo.
¿No construye la hormiga el edificio de su república y los animalitos imperceptibles no levantan acaso
continentes? La nueva cruzada ha empezado; apóstoles de una paz universal y no de la guerra, san Bernardos
modernos, mirad y marchad adelante: la ley de los mundos es la ley del progreso. (Fenelón. Poitiers, 1861).
11. San Agustín es uno de los más grandes propagadores del Espiritismo; se manifiesta casi en todas partes, y
la razón de ello está en la vida de este gran filósofo cristiano. Pertenece a aquella vigorosa falange de Padres
de la Iglesia a los cuales la cristiandad debe sus más sólidos apoyos. Como muchos, fué arrebatado al
paganismo, mejor dicho, a la más profunda impiedad, por el resplandor de la verdad. Cuando en medio de sus
desvíos sintió en su alma esta vibración extraña que le hizo volver en sí mismo y comprender que la felicidad
estaba en otra parte y no en los placeres embriagadores y fugitivos; cuando, en fin, marchando por el camino
de Damasco, oyó también la voz santa que le gritaba; Saul, Saul, ¿por qué me persigues?, exclamó: ¡Dios mío!
¡Dios mío! perdóname, creo, ¡soy cristiano!; y desde entonces fue uno de los más firmes defensores del
Evangelio. Se pueden leer en las notables confesiones que nos dejó este espíritu eminente, las palabras
características y proféticas al mismo tiempo, que pronunció después de haber perdido a santa Mónica: "Estoy
convencido de que mi madre volverá a visitarme y a darme consejos, revelándome lo que nos espera en la vida
futura". ¡Qué enseñanza en estas palabras, y que resplandeciente previsión de la futura doctrina! Por esto hoy
día, viendo llegada la hora para divulgar la verdad que en otro tiempo presintió, se ha hecho su ardiente
propagador y se multiplica, por decirlo así, para acudir a todos los que le llaman. (Erasto, discípulo de San
Pablo. París, 1863).
Nota. - ¿Acaso San Agustín viene a echar abajo aquello que edificó? Seguramente que no; pero como tantos
otros, ve con los ojos del espíritu lo que no veía como hombre; su alma desprendida entrevé nuevas claridades
y comprende lo que no comprendía antes; nuevas ideas le han revelado el verdadero sentido de ciertas
palabras; en la tierra juzgaba las cosas según los conocimientos que poseía, pero luego que se hizo para él una nueva luz, pudo juzgarlos más sanamente; así es que ha reformado su creencia respecto a los espíritus
íncubos y síncubos y sobre el anatema que lanzó contra la teoría de los antípodas. Ahora que el cristianismo
se le presenta en toda su pureza, puede pensar sobre ciertos puntos de otro modo que cuando vivía, sin dejar
de ser el apóstol cristiano y sin renegar de su fe, puede hacerse propagador del Espiritismo, porque ve en él el
cumplimiento de las cosas predichas; proclamándolo hoy, no hace otra cosa que conducirnos a una
interpretación más sana y más lógica que los textos. Lo mismo sucede con otros espíritus que se encuentran
en una posición análoga.
CAPÍTULO II
Mi reino no es de este mundo
La vida futura. - El reinado de Jesús. - El punto de vista. - Instrucciones de los espíritus: Un reinado
terrestre.
1. Volvió, pues, a entrar Pilatos en el pretorio y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el rey de los judíos? -
Respondió Jesús: "Mi reino no es de este mundo". Si de este mundo fuese mi reino, mis ministros sin duda
pelearían, para que no fuera yo entregado a los judíos; mas ahora mi reino no es de aquí. - Entonces Pilato le
dijo: ¿Luego Rey eres tú? - Respondió Jesús: Tú dices que yo soy Rey. Yo para esto nací, y para esto vine al
mundo, para dar testimonio a la verdad; todo aquel que es de la verdad, escucha mi voz. (San Juan, cap. XVIII,
versículos 33, 36 y 37).
La vida futura
2. Con estas palabras Jesús designa claramente la vida futura, que presenta en todas las circunstancias como
el término a donde iba a parar la humanidad, el cual debe ser objeto de las principales ocupaciones del hombre
en la tierra; todas sus máximas se refieren a este gran principio. En efecto, sin la vida futura, la mayor parte de
sus preceptos de moral no tendrían ninguna razón de ser; por esto aquellos que no creen en la vida futura y se
figuran que sólo habla de la vida presente, no los comprenden o los encuentran pueriles.
Este dogma puede ser considerado como el eje de la enseñanza de Cristo; por esto está colocado entre los
primeros, al principio de esta obra porque debe ser el punto de mira de todos los hombres, El solo puede
justificar las anomalías de la vida terrestre y concordar con la justicia de Dios.
3. Los judíos tenían ideas muy inciertas de la vida futura; creían en los ángeles, a quienes miraban como seres
privilegiados de la creación, pero no sabían que los hombres pudieran ser un día ángeles y participar de su
felicidad. Según ellos, la observancia de las leyes de Dios era recompensada con los bienes de la tierra, con la
supremacía de su nación y las victorias alcanzadas sobre sus enemigos; las calamidades públicas y las
derrotas, eran el castigo de su desobediencia. Moisés no podía decir otra cosa a un pueblo pastor e ignorante
que debía conmoverse, ante todo, por las cosas de este mundo. Más tarde vino Jesús a revelarles que hay otro
mundo en el que la justicia de Dios sigue su curso; este es el mundo que promete a los que observan los
mandamientos de Dios, y en donde los buenos encontrarán su recompensa; este es su reino; allí es donde está
en toda su gloria, y a donde regresará al dejar la tierra.
Sin embargo, Jesús, acomodando su enseñanza al estado de los hombres de su época, no creyó deber darles
una luz completa que les hubiera deslumbrado sin iluminarles, porque no la hubieran comprendido; de cierto
modo se limitó a anunciar en principio la vida futura como una ley de la naturaleza, la cual nadie puede evitar.
Todo cristiano cree, pues, en la vida futura forzosamente; pero la idea que muchos se forman de ella es vaga,
incompleta, y por lo mismo, falsa en muchos puntos; para un gran número, ésta sólo es una creencia sin
certidumbre absoluta: de aquí se siguen las dudas, la incredulidad.
El espiritismo ha venido a completar en este punto, como en muchos otros, la enseñanza de Cristo, cuando los
hombres han estado en disposición de comprender la verdad. Con el Espiritismo la vida futura ya no es un
simple artículo de fe, una hipótesis; es una realidad material demostrada por los hechos, porque son testigos
oculares los que vienen a describirla en todas sus fases y con todas sus peripecias, de tal modo que no sólo no
es posible la duda, sino que la inteligencia más vulgar puede representársela bajo su verdadero aspecto, como
nos representamos al país del que se lee una descripción detallada; así, pues, esta descripción de la vida
futura es de tal modo circunstanciada, y las condiciones de existencia feliz o desgraciada de los que se
encuentran en ella son tan racionales, que es forzoso decir que no puede ser de otro modo, y que esta es la
verdadera justicia de Dios.
El reinado de Jesús
4. El reinado de Jesús no es de este mundo esto es lo que comprenden todos; pero ¿no tiene también su
reinado en la tierra? El título de Rey no implica siempre el ejercicio del poder temporal; se da de común
consentimiento a aquel a quien su genio le coloca en el primer rango en un orden de ideas cualquiera que
domina su siglo e influye en el progreso de la humanidad. En este sentido se dice: El rey o príncipe de los
filósofos, de los artistas, de los poetas, de los escritores, etc. Este reino, nacido del mérito personal, consagrado por la posteridad, ¿no tiene muchas veces una preponderancia mucho mayor que el que supone la
corona? El uno es imperecedero, mientras que el otro es juguete de las vicisitudes; el primero siempre es
bendecido por las regeneraciones futuras, mientras que el otro es algunas veces maldecido. El reinado
terrestre acaba con la vida, el reinado moral gobierna aún, y sobre todo después de la muerte. Bajo este
concepto, ¿no es Jesús mucho más poderoso que los potentados? Con razón decía, pues, a Pilato: Soy Rey,
pero mi reino no es de este mundo.
INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
Los falsos profetas
8. Si alguno os dice: "Cristo está aquí", no vayáis, sino por el contrario, preveníos porque los falsos profetas
serán numerosos. Mas, ¿no veis las hojas de la higuera que empiezan a blanquear? ¿No veis sus numerosos
renuevos esperando la época de florecer, y acaso no os ha dicho Cristo: Por el fruto se conoce el árbol? Sí,
pues, los frutos son amargos, juzgad que el árbol es malo; pero si son dulces y saludables, decid: Nada puro
puede salir de un mal tronco.
Así, hermanos míos, es cómo debéis juzgar; las obras son las que debéis examinar. Si los que dicen estar
revestidos del poder divino están acompañados de todas las señales de semejante misión, es decir, si poseen
allí más alto grado las virtudes cristianas y eternas: la caridad, el amor, la indulgencia, la bondad que concilia
todos los corazones; si, en apoyo de las palabras, unen los actos, entonces podréis decir: verdaderamente son
éstos los enviados de Dios.
Mas desconfiad de las palabras melifluas, desconfiad de los escribas y fariseos que ruegan en las plazas
públicas vestidos con largos ropajes. ¡Desconfiad de aquellos que pretenden tener el sólo y único monopolio de
la verdad!
No, no; Cristo no está allí, porque los que El envíe a propagar su santa doctrina y a regenerar a su pueblo,
serán, a ejemplo del Maestro, dulces y humildes de corazón sobre todas las cosas; aquellos que deben por sus
ejemplos y sus consejos, salvar a la humanidad que corre a su pérdida y vaga en las sendas tortuosas,
aquellos serán, sobre todo, modestos y humildes. Todo lo que revela un átomo de orgullo, separadlo de
vosotros como una lepra contagiosa que corrompe todo lo que toca. Acordaos de que "cada criatura lleva en su
frente, sobre todo en sus actos, el sello de grandeza o de su decadencia.
Id, pues, mi muy amados hijos, marchad sin desviaros, sin segunda intención, por la bendita senda que habéis
emprendido. Marchad, marchad siempre sin miedo, alejad con valor todo lo que pudiera poner trabas a vuestra
marcha hacia el fin eterno.
Viajeros, no estaréis mucho tiempo en las tinieblas y en los dolores de la prueba, si os entregáis de corazón a
esta dulce doctrina que viene a revelaros las leyes eternas y a satisfacer todas las aspiraciones de vuestra
alma hacia lo desconocido. De hoy en adelante podéis dar un cuerpo a esas sílfides ligeras que veis pasar en
vuestros sueños y que, efmeras sólo podían encantar a vuestro espíritu, pero nada decían a vuestro corazón.
Ahora? amados míos, la muerte ha desaparecido para hacer lugar al ángel radiante que conocéis: ¡al ángel de
la esperanza y de la reunión! Ahora vosotros, que habéis cumplido bien la tarea impuesta por el Señor, nada
tenéis que temer de su justicia, porque es padre y perdona siempre a sus hijos extraviados que piden
misericordia. Continuad, pues, y avanzad sin cesar; que vuestra divisa sea la del progreso, la del progreso
continuo y en todas las cosas, hasta que lleguéis, en fin, a ese término feliz en donde os esperan todos
aquellos que os han precedido. (Luis. Bordeaux, 1861).
Caracteres del verdadero profeta
9. "Desconfiad de los falsos profetas". Esta recomendación es útil en todos tiempos, pero, sobre todo, en los
momentos de transición en que, como en éste, se elabora una transformación de la humanidad, porque
entonces una multitud de ambiciosos y de intrigantes se convierten en reformadores y en mesías. Contra estos
impostores debe irse con mucho cuidado, y es deber de todo hombre honrado el descubrirlos. Sin duda que
vosotros preguntaréis cómo podéis reconocerlos; yo os daré las señales.
No se confía el mando de un ejército sino a un general hábil y capaz de dirigirlo; ¿creéis, pues, que Dios es
menos prudente que los hombres? Estad ciertos de que El no confía las misiones importantes sino a los que
son capaces de llenarlas, porque las grandes misiones son cargas muy pesadas que aniquilan al hombre
demasiado débil para llevarlas. Como en todas las cosas el maestro debe saber más que el discípulo; para
hacer avanzar a la humanidad moral e intelectualmente son necesarios hombres superiores en inteligencia y en
moralidad; por eso son siempre espíritus muy adelantados, que han hecho ya sus pruebas en otras existencias,
los que se encarnan con este objeto, porque si no son superiores el centro en el que deben obrar, su acción
será nula.
Sentado esto, deducid que el verdadero misionero de Dios debe justificar su misión por su superioridad, por
sus virtudes, por su grandeza, por el resultado y la influencia moralizadora de sus obras. Sacad también la
consecuencia de que si por su carácter, por sus virtudes, por su inteligencia, está fuera del papel que quiere
representar, o del personaje cuyo nombre tome, es sólo un histrión de baja esfera, que ni siquiera sabe copiar
su modelo.
Otra consideración es necesaria, y es que la mayor parte de los verdaderos misioneros de Dios, lo ignoran;
cumplen aquello para lo que han sido llamados por la fuerza de su genio, secundado por el poder oculto que
les inspira, y les dirige sin saberlo, pero sin designio premeditado. En una palabra: "los verdaderos profetas se
revelan por sus actos; por ellos se les conoce; mientras que los falsos profetas se llaman a si mismos enviados
de Dios"; el primero es humilde y modesto; el segundo es orgulloso y lleno de sí mismo, habla con altanería, y
como todos los mentirosos, siempre teme no ser creído.Se han visto de estos impostores querer pasar por apóstoles de Cristo, otros por el mismo Cristo, y, lo más
vergonzoso para la humanidad, es que hayan encontrado gentes bastante crédulas para dar fe a semejantes
torpezas. Sin embargo, una consideración bien sencilla debería abrir los ojos del más ciego, y es que si Cristo
se volviese a encarnar en la tierra, vendría con todo su poder y todas sus virtudes, a menos de admitir, lo que
sería un absurdo, que hubiese degenerado; pues lo mismo que si quitáseis a Dios uno sólo de sus atributos no
tendríais Dios; si quitaseis una sola de las virtudes de Cristo, no tendríais ya Cristo. Los que quieren pasar por
Cristo, ¿poseen, acaso, todas sus virtudes? Esta es la cuestión; mirad, escudriñad sus pensamientos y sus
actos, y reconoceréis que sobre todo les faltan las cualidades instintivas de Cristo: la humildad y la caridad,
mientras que tienen lo que El no tenía: la ambición y el orgullo. Notad, además, que hay en este momento y en
diferentes países, muchos pretendidos Cristos, como hay muchos pretendidos Elías, San Juan o San Pedro, y
que necesariamente no pueden ser todos verdaderos. Tened por cierto que éstas son gentes que explotan la
credulidad y encuentran cómodo el vivir a expensas de aquellos que les escuchan.
No os fiéis, pues, de los falsos profetas, sobre todo en un tiempo de renovación, porque muchos impostores se
llamarán enviados de Dios; se procuran una vana satisfacción en la tierra, pero una terrible justicia les espera;
podéis tenerlo por seguro. (Erasto. París, 1862).
Los falsos profetas de la erraticidad
10. Los falsos profetas no están solos entre los encarnados; están también, en mucho mayor número, entre los
espíritus orgullosos que, bajo apariencias de amor y de caridad, siembran la desunión y retrasan la obra
emancipadora de la humanidad emitiendo a diestro y a siniestro sus sistemas absurdos que hacen aceptar por
los médiums; y para mejor fascinar a aquellos que quieren engañar y para dar más peso a sus teorías, se
apropian sin escrúpulo nombres que sólo con respeto pronuncian los hombres.
Ellos son los que siembran los principios de antagonismos en los grupos, que les inducen a aislarse los unos
de los otros y a mirarse con mal ojo. Esto basta para descubrirlos, porque obrando de este modo ellos mismos
dan el más formal mentís a lo que pretenden ser. Los hombres, pues, que caen en un lazo tan grosero, son
ciegos.
Pero hay otros medios de conocerles. Los Espíritus del orden al cual dicen pertenecer deben ser no sólo muy
buenos, si que también eminentemente lógicos y racionales. ¡Pues bien! Pasad sus sistemas por el tamiz de la
razón y del buen sentido, y veréis lo que quedará de ellos. Convenid, pues, conmigo, que todas las veces que
un espíritu indica como remedio a los males de la humanidad o como medios de llegar a su transformación
cosas utópicas e impracticables, medidas pueriles y ridículas, cuando formula un sistema que se contradice
con las más vulgares nociones de la ciencia, no puede ser sino un espíritu ignorante y mentiroso.
Por otra parte, creed bien que si la verdad no es siempre apreciada por los individuos, lo es por el buen sentido
de las masas, y esto es también un criterio. Si dos principios se contradicen, tendréis el peso de su valor
intrínseco buscando al que tenga más eco y simpatía: "sería ilógico", en efecto, "admitir que una doctrina que
viese disminuir el número de sus partidarios, fuese más verdadera que la que los viese aumentar" Dios,
queriendo que la verdad llegue para todos, no la concreta a un círculo estrecho y limitado; la hace brotar de
diferentes puntos con el fin de que por todas partes la luz esté al lado de las tinieblas.
Rechazad decididamente a todos esos espíritus que se presentan como consejeros exclusivos predicando la
división y el aislamiento. Casi siempre son espíritus vanidosos y medianos, que procuran imponerse a los
hombres débiles y crédulos prodigándoles alabanzas exageradas, a fin de fascinarles y ponerles bajo su
dominio.
Generalmente, éstos más bien son espíritus hambrientos de poder que, siendo déspotas públicos o privados
cuando vivían, quieren tener aún víctimas para tiranizar después de su muerte. En general, "desconfiad de las
comunicaciones que tienen un carácter de misticismo y extrañeza, o que prescriben ceremonias o actos
extravagantes; en este caso hay siempre un motivo legítimo de sospecha.
Por otra parte, debéis creer también que cuando debe revelarse una verdad a la humanidad, se comunica, por
decirlo así, instantáneamente a todos los grupos formales que poseen buenos médiums, y no a uno solo con
exclusión de los demás. Nadie es médium perfecto si está obsesado; y hay obsesión manifiesta cuando un
médium sólo es apto para recibir las comunicaciones de un espíritu especial, por alto que quiera ponerse él
mismo. En consecuencia, todo médium, todo grupo que se creyera privilegiado por las comunicaciones que
sólo ellos pueden recibir, y que, por otra parte, están sujetos a prácticas que rayan en superstición, están
indudablemente bajo el peso de una obsesión de las más caracterizadas, sobre todo cuando el espíritu
dominador usa nombre que todos, espíritus y encarnados, debemos honrar y respetar, y no dejar que se tomen
en boca a cada instante.
Es incontestable que sometiendo al crisol de la razón y de la lógica todos los datos y todas las comunicaciones
de los espíritus, será fácil rechazar el absurdo y el error. Un médium puede estar fascinado, un grupo
engañado; pero la comprobación severa de los otros grupos, mas la ciencia adquirida y la elevada autoridad
moral de los jefes de los grupos, mas las comunicaciones de los principales médiums, que reciben un sello de
lógica y de autenticidad de nuestros mejores médiums, harán rápidamente justicia a esos dictados mentirosos y
astutos, dimanados de una turba de espíritus engañadores y malos. (Etasto, discípulo de San Pablo. París,
1862).Nota. Uno de los caracteres distintivos de estos espíritus que quieren imponerse y hacer aceptar sus ideas
extravagantes y sistemáticas, es el pretender, aun siendo ellos solos en su opinión, tener razón contra todo el
mundo. Su táctica es evitar la discusión, y cuando se ven combatidos victoriosamente por las armas
irresistibles de la lógica, rehúsan desdeñosamente responder y prescriben a sus médiums el que se alejen de
los centros en que no son acogidas sus ideas. Este aislamiento es lo más fatal para los médiums; parece que
sufren sin contrapeso el yugo de estos espíritus obsesores que les conducen, como ciegos, y los llevan a
menudo por caminos perniciosos.
(Véase en la Introducción el párrafo II: "Comprobación universal de la enseñanza de los espíritus". - Libro de
los Médiums, cap. XXIII: "De la obsesión").
Evangelio según el Evangelio
11. Esto dice el Señor de los ejércitos: no queráis oír las palabras de los profetas que os profetizan y os engañan: "hablan visión de su corazón", no de la boca del Señor: - Dicen a aquellos que me blasfeman: El Señor dijo: paz tendréis; y a todo el que anda en la perversidad de su corazón, dijeron: No os vendrá mal. -
¿Mas quién asistió al consejo del Señor, que vio y oyó lo que dijo? "Yo no enviaba estos profetas, y ellos corrían; no les hablaba y ellos profetizaban". - He oído lo que dijeron los profetas que en mi nombre profetizan mentira y dicen: He soñado, he soñado. - ¿Hasta cuándo será esto en el corazón de los profetas, que vaticinan mentira, y que profetizan engaños de su corazón? - Pues si te preguntare este pueblo, o un profeta, o un sacerdote diciendo: ¿Cuál es la carga del Señor? Les dirás: Vosotros sois la carga y yo os arrojaré, dice el Señor. (Jeremías, capítulo XXIII, v. 16, 17, 18, 21, 25, 26 y 33). Voy a hablaros sobre este pasaje del profeta Jeremías, amigos míos. Dios, hablando por su boca, dijo: "Hablan visión de su corazón". Estas palabras indican claramente que ya en aquella época los charlatanes y los exaltados abusaban del don de profecía y lo
explotaban. Abusaban, por consiguiente, de la fe sencilla y casi ciega del pueblo, "profetizando por el dinero" las cosas buenas y agradables. Esta especie de engaño era bastante general entre la nación Judía y es fácil comprender que el pobre pueblo, en su ignorancia, estaba en la imposibilidad de distinguir los buenos de los malos, y era siempre más o menos engañado por los que se daban el nombre de profetas, que sólo eran impostores o fanáticos. ¿Hay nada más significativo que estas palabras: "Yo no enviaba estos profetas y ellos profetizaban"? Más adelante dijo: "He oído lo que dijeron los profetas, que en mi nombre profetizan mentira y dicen: He soñado, he soñado"; indica de este modo uno de los medios empleados para explotar la confianza que se tenía en ellos. La multitud, siempre crédula, no pensaba averiguar la veracidad de sus sueños o de sus visiones; encontraba esto muy natural e invitaba siempre a estos profetas a que hablasen.
Después de las palabras del profeta, escuchad los sabios consejos del apóstol San Juan, cuando dijo: "No creáis a todo espíritu, mas probad si los espíritus son de Dios"; porque entre los invisibles los hay también que se complacen en embaucar cuando tienen ocasión de hacerlo, si bien los más burlados son los médiums cuando no toman bastantes precauciones. Este es, sin duda, uno de los grandes escollos contra los cuales se estrellan algunos, sobre todo cuando son novicios en el Espiritismo. Para ellos es una prueba de la que no pueden triunfar sino con grande prudencia. Aprended, pues, a distinguir los malos de los buenos espíritus, para que vosotros mismos no vengáis a ser falsos profetas. (Luoz, espíritu protector. Carlsruhe, 1861).
Profecía
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Podría considerarse la existencia de diferencias entre los términos profecía y predicción. El Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española no marca límites tan precisos en el sentido de la palabra predicción, al señalar que predecir significa «anunciar por revelación, ciencia o conjetura algo que ha de suceder». Por lo tanto, la predicción puede involucrar un don sobrenatural, un proceso lógico-racional, o un juicio más o menos subjetivo basado en indicios u observaciones. Por el contrario, la mayoría de las acepciones del citado diccionario referidas a la palabra profecía señalan que se trataría de un «don sobrenatural», es decir, que sería «inspirada por Dios». Así, se sitúa a las profecías mayormente en el ámbito de la fe, sin ligarlas necesariamente a un razonamiento en la previsión del resultado predicho.
En grados diversos y formas variables, las religiones de la antigüedad hicieron referencia a hombres «inspirados» que afirmaban hablar en nombre de su dios. Pero en las grandes religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo, islam), las manifestaciones extraordinarias nunca constituyen lo esencial en los profetas, que se distinguen claramente de otros exaltados o simuladores por tener simplemente carácter de mensajeros. Las profecías eran, pues, consideradas simples indicadores del designio de Dios. Hasta la fecha, más allá de las evidencias científicas que puedan o no resultar suficientes para unos u otros, muchos seguidores de estas grandes religiones históricas afirman que, en buena medida, las profecías de sus libros sagrados se han cumplido.
Las profecías en Israel y en el cristianismo primitivo
En la tierra de Israel, los profetas se diferenciaban de los existentes en otros pueblos, por tener los siguientes rasgos:[1]1) Eran considerados como hombres llamados por Dios, y varios de ellos narraron con claridad su vocación, e inclusive su reticencia inicial a seguir el llamado. Por lo tanto, se los estimaba como hombres que tenían una «experiencia de Dios»: hablaban a partir de lo que vivieron ellos.
2) Eran hombres de palabra. No se dedicaban a «adivinar». Interpretaban la historia «desde la perspectiva de Dios», y así señalaban las exigencias de Dios, tanto al pueblo como a los gobernantes y sacerdotes, para llevarlos por la senda del arrepentimiento y del amor.
3) Eran profundamente religiosos: sus palabras eran en todo coherentes con sus obras.
4) Eran intercesores por el pueblo delante de Dios. Por eso, una de las tres partes de la Biblia hebrea es llamada «nebi'im» (= profetas).
Siendo estos el carácter y la función de los profetas, no es de extrañar que la Biblia ponga a Moisés a la cabeza del linaje de los profetas, pues conoció al Señor Dios «cara a cara» (Deuteronomio 34, 10). Son ejemplos memorables de profetismo los profetas Elías y Eliseo, y los profetas «canónicos» Isaías, Jeremías, Ezequiel, Amós, Oseas, Miqueas, Sofonías, Nahúm, Habacuc, Ageo, Zacarías, Malaquías, Abdías, Joel, etc.
La comunidad cristiana primitiva reconoció que en ella se manifestaba nuevamente la inspiración profética, como señala explícitamente Pablo de Tarso: «El que profetiza habla a los hombres para edificarlos, exhortarlos y reconfortarlos... El que profetiza edifica a la comunidad» (I Corintios 14, 3-4).
La supervivencia de las profecías en el tiempo: la profecía de María
La característica común de las profecías que sobreviven al paso del tiempo es que han sido determinadas como tales después de que ocurrieron los hechos. Por ejemplo, el Nuevo Testamento incluye una perícopa en la que Jesús de Nazaret señalaba que el Templo de Jerusalén sería destruido (Mateo 24, 1-2) lo que, efectivamente, sucedió en el año 70 d.C. a manos de las legiones romanas comandadas por Tito. Oración del Magnificat en la Iglesia de la Visitación (Ain Karim, Israel), escrita en hebreo.Un ejemplo que los cristianos consideran extraordinario es la llamada «profecía de María», madre de Jesús. Ain-Karim, una pequeña ciudad situada siete kilómetros al oeste de Jerusalén, en la montaña de Judea, fue escenario de este vaticinio en los albores mismos de la era cristiana. Allí vivía Isabel con su esposo Zacarías, cuando María fue a visitarla. Luego del saludo inicial, María realiza un cántico de alabanza a Dios, el Magnificat. En el momento culminante del Magnificat, María profetiza:
«Todas las generaciones me llamarán bienaventurada».Dice el escritor Giuseppe Ricciotti: «¿Cabría imaginar profecía más inverosímil que ésta?... Una muchacha de quince años escasos, desprovista de bienes de fortuna y de toda posición social, desconocida a sus compatriotas y habitante de una aldea no menos desconocida, proclamaba confiadamente que la llamarían bienaventurada todas las generaciones. ¡Fácil parecía coger la palabra a aquella muchacha profetizante con la certeza absoluta de verla desmentir antes de la primera generación! Hoy han pasado veinte siglos y puede hacerse el cotejo entre la predicción y la realidad. Ahora puede ver la historia sin trabajo si María previó con justeza y si la humanidad hoy la exalta más que a Herodes el Grande, entonces árbitro de Palestina, y que a Cayo Julio César Octaviano Augusto, entonces árbitro del mundo.»[2] Quizá sería aún más preciso, dadas las diferencias sociales existentes entre varones y mujeres en el siglo I, comparar la exaltación de María con la de la mujer más poderosa de su época, probablemente Livia Drusila (57 a.C. — 29 d.C.), tercera esposa de Augusto y emperatriz romana, deificada por Claudio, y preguntar quién de las dos ha sido más conocida y reverenciada a través de los tiempos.
A lo largo de la historia, los hombres han mencionado y comentado numerosas profecías, muchas de ellas oscuras y difíciles de desentrañar. El cumplimiento de la profecía de María, madre de Jesús, resulta evidente y constante para los cristianos después de tantos siglos, como también clara y concreta su formulación.
Artes adivinatorias y leyendas urbanas
El término profeta se aplica in sensu stricto en el ámbito de la fe y se refiere, como se señaló anteriormente, al que transmite la palabra de Dios. En un sentido más laxo, se puede considerar una profecía a un «juicio o conjetura que se forma de algo por las señales que se observan en ello» (quinta acepción del Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española). Se trataría de una afirmación clarividente sobre el futuro, en general; a veces consideradas como un viaje no físico a través del tiempo. Este otro tipo de llamadas profecías pueden tener como marco la parasicología o las artes adivinatorias, como es el caso de las Centurias de Nostradamus. Se trata de supuestas indicaciones de hechos futuros que según los escépticos están escritas con un lenguaje ambivalente y, por tanto, podrían referirse a casi cualquier evento que se pueda hacer coincidir con el hecho profetizado. Quizá debido a la oscuridad de sus cuartetas proféticas, éstas han perdurado por siglos y han sido a menudo interpretadas de forma distinta por diferentes estudiosos a lo largo de los años. Muchos libros han sido escritos basándose en estas varias interpretaciones, a pesar de que las diversas «lecturas» de su material han variado de una publicación a otra.Retrato de Nostradamus. |
En todos los casos, existirían diferencias en el nivel de claridad y precisión respecto de una profecía bíblica en el sentido estricto de la palabra, como fue la de María.
Lo mismo sucede con ciertas profecías tradicionales en las grandes religiones monoteístas, cuando son interpretadas fuera de contexto, como la «profecía de los papas» de san Malaquías, o las profecías apocalípticas, que tienen como tema principal el fin del mundo o Armagedón.
Algunas supuestas profecías son consideradas por algunos grupos solo como leyendas urbanas, como por ejemplo la leyenda correspondiente a los eventos del 11 de septiembre de 2001 que se hizo popular y circuló masivamente en la Internet luego de producido el ataque a las Torres Gemelas; mientras otros no están de acuerdo, y consideran que existirían antecedentes, tales como una cuarteta de las profecías de Nostradamus.
Notas
- Volver arriba ↑ Rivas, Luis H. (2010). «Profetas-Profetismo». Diccionario para el Estudio de la Biblia. Buenos Aires: Amico. pp. 151–154. ISBN 978-987-25195-1-3.
- Volver arriba ↑ Ricciotti, Giuseppe (2000). Vida de Jesucristo. Iberia. p. 595. ISBN 8470820554
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incorrecto (ayuda).
Véase también
Enlaces externos
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