Evangelio según el
Espiritismo
CAPITULO XXVI.
DAD GRATUITAMENTE LO QUE RECIBÍS
GRATUITAMENTE.
Don de curar.—Oraciones pagadas.— Mercaderes
echados del templo.— Mediumnidad gratuita.
Don de curar.
1.
Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, lanzad demonios:
graciosamente recibisteis, dad graciosamente. (S. Mateo, c. X, v. 8.)
2.
«Dad gratuitamente lo que habéis recibido gratuitamente;» dijo Jesús a sus
discípulos; por este precepto prescribe que no se haga pagar lo que uno mismo
no ha pagado; así pues lo que ellos habían recibido gratuitamente, era la facultad
de curar a los enfermos, y echar a los demonios, es decir a los malos
Espíritus; este don se les dio gratuitamente por Dios para el alivio de los que
sufren y para ayudar a la propagación de la fe, y les dijo que no hicieran con
él ningún negocio, ni un objeto de especulación, ni un medio de vivir.
Oraciones
pagadas.
3.
Y oyéndolo todo el pueblo, dijo A sus discípulos: —Guardaos de los escribas,
que quieren andar con ropas talares y gustan de ser saludados en las plazas, y
de las primeras sillas en las sinagogas, y de los primeros asientos en los
convites: —Que devoran las casas de los viudos, pretextando larga oración:
Estos recibirán mayor condenación. (S. Lucas, c. XX, v. 45, 46 y 47.— S.
Marcos, c. XII, v. 38, 39 y 40.— S. Mateo, c. XXIII, v. 14.).
4.
También dijo Jesús: No hagáis pagar vuestras oraciones;
no hagáis como los escribas que, «bajo el pretexto de
largas oraciones, devoran las casas de las viudas;» es decir,
acaparan las fortunas. La oración es un acto de caridad, un impulso del corazón; hacer
pagar lo que se dirige á Dios por otro, es constituirse en intercesor
asalariado; entonces la oración es una fórmula, cuya duración está
proporcionada a la cantidad que produce. Así pues, una de dos: Dios mide o no
sus gracias por el número de palabras; si se necesitan muchas, ¿por qué se
dicen pocas ó ninguna al que no puede pagar? Es una falta de caridad; si una sola
basta, lo que sobra es inútil; ¿por qué pues se hace pagar? esto es una prevaricación.
Dios no vende los beneficios que concede; ¿por qué pues aquel que ni siquiera
es el distribuidor, ni puede garantizar la obtención, hace pagar una súplica
que no puede tener resultado? Dios no puede subordinar un acto de clemencia, de
bondad ó de justicia que se solicite de su misericordia, a una cantidad de
dinero; de otro modo resultaría, que si la cantidad no se pagó, o es
insuficiente, la justicia, la bondad y la clemencia de Dios estarían en
suspenso. La razón, el buen sentido, la lógica, dicen que Dios, la perfección absoluta,
no puede delegar a criaturas imperfectas el derecho
de poner precio a su justicia. La justicia de Dios es como el sol; está por
todo el mundo, lo mismo para el pobre que para el rico. Si se considera como inmoral
el tráfico que se hace con las gracias de un soberano
de la tierra, ¿es acaso más lícito el vender las del soberano del universo?
Las oraciones pagadas tienen otro
inconveniente: el que las compra, se cree muchas veces dispensado de rogar él
mismo, porque se considera en paz cuando ha dado su dinero. Se sabe que los
Espíritus se conmueven cuando el que se interesa por ellos les dirige el
pensamiento con fervor; ¿qué fervor puede tener aquel que encarga a un tercero
que rece por su cuenta, pagando? ¿Cuál es el fervor de este tercero cuando
delega su mandato a otro, este a otro y así sucesivamente? ¿No es esto rebajar
la eficacia de la oración al valor de una moneda corriente?
Mercaderes echados del templo.
5.
Vienen pues a Jerusalén. Y habiendo entrado en el templo, comenzó a echar fuera
á los que vendían y compraban en el templo: y trastornó las mesas de los banque
ros, y las sillas de los que vendían palomas.-—Y no consentía que alguno
trasportase mueble alguno por templo.
—
Y les enseñaba diciendo: ¿No está escrito: mi casa, casa de oración será
llamada de todas las gentes? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.
—Cuando lo supieron los príncipes de los sacerdotes y los escribas, buscaban
como quitarle la vida: porque le temían, por cuanto
todo
el pueblo estaba maravillado de su doctrina, (S. Marcos, c. XI, v. de 15 á 18:
S. Mateo, c. XXI, v. 12 y 13.)
6.
Jesús echó a los mercaderes del templo; con esto condena el tráfico de las
cosas santas bajo cualquier forma que sea. Dios no vende ni su bendición ni su perdón,
ni la entrada del reino de los cielos; el hombre no tiene pues el derecho de
hacerlos pagar.
Mediúmnidad gratuita.
7.
Los médiums modernos—porque los apóstoles poseían también la mediúmnidad—han
recibido igualmente de Dios un don gratuito, el de ser los intérpretes de los
Espíritus para la instrucción de los hombres, para enseñarles el camino del
bien y conducirles a la fe, y no para vender palabras que no les pertenecen,
porque no son producto de su concepción, ni de sus investigaciones, ni de su
trabajo personal. Dios quiere que la luz llegue á todo el mundo, no quiere que
el más pobre quede desheredado y pueda decir: No tengo fe porque no he podido
pagarla; yo no he tenido el consuelo de recibir la ayuda y el testimonio de
simpatía de los que lloro, porque soy pobre. Por esto la mediúmnidad, no es un
privilegio y se halla por todas partes; hacerla pagar seria, pues, desviarla de
un objeto providencial.
8.
El que conozca un poco las condiciones en que se comunican los buenos
Espíritus, su repulsión por todo lo que es de interés y de egoísmo, y sabe cuan
poca cosa se necesita para alejarles, nunca podrá admitir que los Espíritus
superiores estén a disposición del primero que llegue y les llame, a tanto la sesión;
el buen sentido rechaza tal pensamiento. ¿Acaso no sería una profanación el
evocar a precio de oro los seres que nosotros respetamos o que queremos? Sin duda
que de este modo se pueden tener manifestaciones, pero ¿quién podría garantir
su sinceridad? Los Espíritus ligeros, mentirosos, traviesos y toda la cohorte
de Espíritus inferiores, muy poco escrupulosos, vienen siempre y están
dispuestos a responder a lo que se les pregunta sin que les de ningún cuidado
mentir.
El que quiere pues comunicaciones formales,
debe desde luego pedirlas formalmente, y después penetrarse bien de la
naturaleza de las simpatías del médium con los seres del mundo espiritual;
puesto que la primera condición para adquirir la benevolencia de los buenos Espíritus,
es la humildad, el sacrificio, la abnegación y el desinterés moral y material
más absoluto.
9.
Al lado de la cuestión moral, se presenta una consideración efectiva no menos
importante, que tiene relación con la misma naturaleza de la facultad. La
mediúmnidad formal, no puede ser ni será nunca una profesión, no sólo porque sería
desacreditada moralmente y muy pronto asimilada á la de los que dicen la buena
ventura, sino porque se opone a ella un obstáculo material: el ser una facultad
esencialmente movible, fugitiva y variable, y sobre cuya permanencia nadie
puede tener seguridad. Para explotarla seria pues del todo incierta, y podría
faltar en el momento que fuese más necesaria. Otra cosa es un talento adquirido
por el estudio y el trabajo que, por lo mismo, es una propiedad de la que
naturalmente es permitido sacar partido. Pero la mediúmnidad, ni es un arte ni un
talento, por esto no puede ser una profesión; sólo existe
por el concurso de los Espíritus; si estos hacen falta no hay mediúmnidad; la
aptitud puede subsistir, pero el ejercicio está anulado: así es que no hay ningún
médium en el mundo que pueda asegurar la producción de un fenómeno espiritista
en un momento dado. Explotar la mediúmnidad, es pues disponer de una cosa que
realmente no se tiene; afirmar lo contrario es engañar al que paga; hay más
aún, y es que no se dispone de sí mismo, sino de los Espíritus, de las almas de
los muertos, cuyo concurso se pone a precio. Este pensamiento repugna
instintivamente.
El
tráfico degenerado en abuso y explotado por el charlatanismo, la ignorancia, la
credulidad y la superstición, motivó la prohibición de Moisés. El Espiritismo moderno,
comprendiendo lo formal del asunto, en cuanto al descrédito que ha echado sobre
esta explotación, ha elevado la mediúmnidad al rango de misión. (Véase el Libro
de los Médiums, capítulo XXVIII.— Y el Cielo e Infierno, Cap., XII.)
10.
La mediúmnidad es una cosa santa que debe practicarse santa y religiosamente.
Si hay una clase de mediúmnidad que requiere esta condición y de un modo más
absoluto, es la mediúmnidad curativa. El médico
da el fruto de sus estudios, que ha hecho a costa de sacrificios, muchas veces
penosos; el magnetizador da su propio fluido, y muchas veces su salud; estos
pueden poner precio á sus facultades; el médium que
cura trasmite el fluido saludable de los buenos Espíritus: no tiene derecho de
venderlo. Jesús y los apóstoles, aunque pobres, no hacían pagar las curaciones
que operaban.
Así
pues, el que no tenga de que vivir, que busque recursos por otra parte y no en
la mediúmnidad; que no consagre en ello, si es necesario, sino el tiempo de que
pueda disponer materialmente. Los Espíritus tomarán en cuenta su sacrificio y abnegación,
mientras que se retiran de los que esperan hacer un negocio de esto.