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Para entender la Providencia de Dios, además de conocerlo por sus atributos, se debe entender que Dios esta en todo momento a nuestro lado impregnado en los Fluidos Cósmicos Universales y vitales que nos rodean y y nos envuelven en toda nuestra existencia.
Atributos de Dios
A Dios sólo lo podemos entender por sus atributos. Entender su omnipotencia es un poco más difícil.
Dios es eterno: Si hubiera tenido principio, habría surgido de la nada, o bien hubiera sido creado por un ser anterior a Él. Así, poco a poco, nos remontamos hasta lo infinito y la eternidad.
Dios es eterno: Si hubiera tenido principio, habría surgido de la nada, o bien hubiera sido creado por un ser anterior a Él. Así, poco a poco, nos remontamos hasta lo infinito y la eternidad.
Es inmutable: Si Él se hallara sujeto a mudanzas, las leyes que rigen el Universo no poseerían ninguna estabilidad.
Es inmaterial: Vale decir, que su naturaleza difiere de todo lo que llamamos materia. De lo contrario no sería inmutable, debido a que se encontraría sujeto a las transformaciones de la materia.
Es único: Si hubiera varios dioses, no existiría ni unidad de propósitos ni unidad de poder en la ordenación del Universo.
Es todopoderoso: Porque es único. Si no poseyera el soberano poder habría algo más poderoso que Él o tan poderoso como Él. No hubiera creado la totalidad de las cosas, y aquellas que Él no hubiese hecho serían obras de otro dios.
Es soberanamente justo y bueno: La providencial sabiduría de las leyes divinas se pone de relieve así en las cosas más pequeñas como en las más grandes, y esa sabiduría no permite dudar ni de su justicia ni de su bondad.
Libro de Los Espíritus
Qué más podemos decir de Dios, además que le amamos con todas nuestras fuerzas pues él así nos ama… Seamos Fiel, provoquemos en él, que se agrade de Nuestro comportamiento terrenal en Bondad, Amor, Caridad y Compasión. Practiquemos el Bien Común que tanto él anhela ver en esta esfera tierra en todos sus habitantes, nosotros sus hijos.
Génesis 4ta Revisión, publicada
el 6 de enero de 1868
CAPÍTULO II.
La Providencia.
20.—Por Providencia se entiende el amor de Dios a todas sus
criaturas. Dios está en todas partes, lo ve todo, preside a todo, aún a las más
pequeñas y al parecer insignificantes cosas. En eso consiste la acción
providencial.
«¿Como Dios tan grande, tan poderoso, tan superior a todo,
ha de mezclarse en pormenores tan ínfimos, preocuparse de los más insignificantes
actos y fugaces pensamientos de cada individuo? Tal es la pregunta que se hace
la incredulidad, y de ella deduce que, admitiendo la existencia de Dios, su
acción no debe extenderse sino sobre las leyes generales del universo; que el
universo funciona de toda eternidad en virtud de esas leyes, a las cuales, toda
criatura está sometida en su esfera de actividad, sin que haya necesidad del
concurso incesante de la Providencia. »"
21. —En su estado actual de inferioridad, los hombres no pueden comprender fácilmente un Dios infinito; porque siendo ellos mismos de tan limitados alcances, se lo representan como un ser superior a ellos aunque parecido, y a imagen y semejanza suya. Los cuadros que presentan a Dios bajo forma humana, no contribuyen poco a mantener en el error el espíritu de las masas que adoran en Él la forma más que el pensamiento. Es para el mayor número un soberano poderoso sobre un trono inaccesible, perdido en la inmensidad de los cielos; y como que sus facultades y sus percepciones son tan limitadas, no comprenden que Dios pueda o quiera intervenir directamente en las cosas pequeñas.
22. —En la impotencia en que el hombre está, de comprender la esencia misma de la divinidad, no puede formarse sino una idea aproximada por medio de comparaciones, necesariamente muy imperfectas, pero que al menos pueden mostrarle la posibilidad de lo que a primera vista les parece imposible. Supongamos un fluído bastante sutil para penetrar todos los cuerpos, es evidente que encontrándose cada molécula de este fluído en contacto con cada molécula de la materia, producirá sobre el cuerpo una acción idéntica a la que produciría la totalidad del fluído. Así lo demuestra a cada paso la química, en proporciones limitadas. Este fluído, como ininteligente, obra mecánicamente por las solas fuerzas materiales. Más si suponemos a este fluído dotado de inteligencia, de facultades perceptivas y sensitivas, obrará no ciegamente sino con discernimiento, con voluntad y libertad; verá, oirá y sentirá. Las propiedades del fluído periespiritual pueden darnos de esto una idea. No es inteligente por sí mismo, puesto que es materia; pero es el vehículo del pensamiento, de las percepciones y de las sensaciones del Espíritu. A causa de la sutileza de ese fluído, los Espíritus penetran por todas partes, escrutan nuestros pensamientos más íntimos, ven y obran a distancia.
A ese mismo fluído, llegado a cierto grado de depuración, es
a lo que los Espíritus superiores deben el donde ubicuidad;
basta un rayo de su pensamiento dirigido sobre diversos puntos, para que puedan
hacer sentir su presencia en ellos simultáneamente; la extensión de esta
facultad está subordinada al grado de elevación y de purificación del Espíritu.
Es también por medio de este fluído como el hombre mismo
obra a distancia por la potencia de la voluntad sobre ciertos individuos; como
modifica en ciertos límites las propiedades de la materia; da a sustancias
simples propiedades determinadas; repara los desórdenes orgánicos, y verifica
curaciones con la sola imposición de las manos.
23. —Más los Espíritus por elevados que sean, son criaturas de facultades limitadas, y ni su poder ni la extensión de sus percepciones podrían bajo este aspecto aproximarse ni con mucho a las de Dios; pero pueden servirnos hasta cierto punto de comparación. Lo que el Espíritu no puede hacer sino en muy reducidos límites, Dios, que es infinito, lo verifica en proporciones indefinidas. Hay aún entre la acción de uno y otro esta diferencia, y es que la del Espíritu es instantánea y subordinada a las circunstancias, mientras que la de Dios es permanente; el pensamiento del Espíritu no alcanza sino a un espacio y un tiempo limitados, mientras que la de Dios abraza el universo y la eternidad. En una palabra, entre los Espíritus y Dios, media la distancia que de lo finito a lo infinito, y por consecuencia, inconmensurable.
24.—El fluído periespiritual no es el pensamiento del Espíritu, sino el agente y el intermedio de este pensamiento: como es Él quien lo trasmite, está en cierto modo impregnado de Él; y en la imposibilidad en que estamos de aislarlo, parece unificarse con el fluído, como el sonido parece estarlo con el aire, de modo que podemos casi materializarlo; y como decimos que el aire se hace sonoro, podríamos, tomando el efecto por la causa, decir que el fluído se hace inteligente.
25. —Suceda o no así con el pensamiento de Dios, es decir
que obre o no directamente o por medio de un fluído, para nuestra inteligencia,
representémonoslo bajo la forma concreta de un fluído inteligente que llena el
universo infinito y penetra todas las partes de la creación. La naturaleza
entera está sumergida en el fluído divino; más en virtud del principio de que
las partes de un todo simple son de la misma naturaleza y tienen las mismas
propiedades que el todo, cada átomo de este fluído, si puede decirse así,
poseyendo el pensamiento, es decir los atributos esenciales de la divinidad, y
estando este fluído en todas partes, todo estará sometido a su acción
inteligente, a su previsión, a su amor: no habrá ser por ínfimo que sea, que no
esté en cierto modo saturado de él. Así es que todos estamos constantemente en presencia de
la divinidad; no hay acto, por insignificante que sea, que podamos sustraer a
su mirada, y nuestro pensamiento está en contacto incesante con su pensamiento;
por lo cual, con razón se dice que Dios lee en los más recónditos pliegues de
nuestro corazón. Estamos en Él, como Él está en nosotros, según la palabra
de Cristo.
Para abrazar en su amor a todas sus criaturas, no tiene
necesidad Dios de bajar sus ojos de lo alto de la inmensidad; para que nuestras
oraciones sean oídas, no es necesario que traspasen el
espacio ni que sean recitadas en voz sonora; porque estando en nosotros,
nuestros pensamientos repercuten en él, como los sonidos de una campana hacen
vibrar todas las moléculas del aire ambiente.
26.—Lejos de nosotros el pensamiento de materializar a la divinidad: la imagen de un fluído inteligente, universal, no es evidentemente más que una comparación que nos parece propia para dar una idea más justa da Dios, que las imágenes que le representan bajo forma humana; ni tiene otro objeto que el de hacer comprender la posibilidad de que Dios está en todas partes y todo lo ocupa.
27. —Tenemos siempre a la vista un ejemplo que puede darnos
una idea de la manera con que la acción de Dios se hace sentir sobre las partes
más íntimas de todos los seres, y por consecuencia de cómo las impresiones más
sutiles de nuestra alma llegan a él. Está sacado de una instrucción dada por un
Espíritu a propósito de este asunto :
«Uno de los atributos de la divinidad es la infinidad.
No puede representarse al Creador bajo ninguna forma, por necesidad
circunscrita y limitada. Si no fuera infinito, se podría concebir algo más
grande que Él, y ese algo sería Dios. —Siendo infinito, Dios está en todas
partes; porque si así no fuera, dejaría de ser infinito, de cuyo dilema
no se puede salir. Luego si hay un Dios, y esto no puede ya ser dudoso para
nadie, ese Dios es infinito y no se puede imaginar extensión que no ocupe. Se
encuentra por consecuencia en contacto con todas sus creaciones: las envuelve,
las penetra, están en Él. Es pues comprensible que esté en relación directa con
toda criatura. Para hacernos comprender palpablemente de qué modo tiene lugar
universalmente esta comunicación constante, veamos lo que pasa en el hombre
entre su Espíritu y su cuerpo.
»El hombre es un mundo en pequeño, cuyo director es el
Espíritu y cuyo principio dirigido es el cuerpo. En este universo el cuerpo
representará una creación, cuyo Dios será el Espíritu. (Repárese que aquí no se
trata de identidad, sino de analogía). Los miembros de este cuerpo, los
diferentes órganos que lo componen, sus músculos, sus nervios, sus
articulaciones son otras tantas individualidades materiales, localizadas, si así
puede decirse, en un sitio especial del cuerpo; y aún cuando el número de estas
partes constitutivas tan variadas y de naturaleza tan diferente, sea
considerable, no es dudoso para nadie que no puede producirse movimiento
alguno, que ninguna impresión puede tener lugar en una parte sin que el
Espíritu se aperciba de ella. ¿Hay sensaciones diversas en varios sitios
simultáneamente? Pues el Espíritu las
siente todas, las discierne, las analiza y asigna a cada una su causa y el
sitio en que se verifica.
»Fenómeno análogo tiene lugar entre Dios y la creación. Dios está en todas
partes en la naturaleza, como el Espíritu está en todas las
partes del cuerpo. Todos los elementos de la creación están con él en relación constante,
como todas las células del cuerpo humano están en contacto inmediato con el ser
espiritual. No hay razón, pues, para que fenómenos de un mismo orden no se
produzcan de la misma manera en uno y otro caso.
»Cuando un miembro se agita, el Espíritu lo siente: si una
criatura piensa, Dios lo sabe. Si todos los miembros están en actividad, los
diferentes órganos se ponen en vibración, y el Espíritu percibe cada sensación,
la distingue y la localiza. Las diferentes creaciones, las diferentes criaturas
se agitan, piensan y obran de diverso modo, y Dios sabe todo lo que pasa y
asigna a cada una lo que le es particular.
»Se puede deducir igualmente la solidaridad de la materia y
de la inteligencia, la de todos los seres de un mundo entre sí, la de todos los
mundos y todas las criaturas con su hacedor.»
(Quinemant. Sociedad de
Paris, 1867.)
28.—Nosotros comprendemos el efecto, y ya es mucho: del
efecto subimos a la causa, y juzgamos de su grandeza por la del efecto; más su
esencia íntima nos es desconocida, como nos sucede respecto a la causa de multitud
de fenómenos. Conocemos los efectos de la electricidad, del calor, de la luz,
de la gravitación y los calculamos, aún cuando no conocemos la naturaleza
íntima del principio que los produce. ¿Será, pues, racional negar el principio
divino, porque no lo comprendamos?
29. —Nada impide admitir para el principio de soberana
inteligencia un centro de acción , un foco principal que irradia sin cesar e
inunda el universo con sus efluvios, como el Sol con su luz. ¿Pero dónde está
ese foco? Eso es lo que nadie puede decir. Probable es que no esté fijo en un
punto determinado, como no lo está su acción, y que recorra incesantemente las
regiones del espacio sin límites. Si Espíritus comunes tienen el don de la
ubicuidad, esta facultad en Dios debe ser ilimitada, llenando Dios el universo
con su presencia, se podría aún admitir, a título de hipótetesis, que este foco
no tiene necesidad de trasportarse y que se forma en todos los puntos en que la
soberana voluntad juzga conveniente producirse, de donde podría decirse que
está en todas partes y en ninguna.
30.—Ante estos problemas insondables, nuestra razón debe
humillarse. Dios existe: esto es
incuestionable. Es infinitamente bondadoso y justo : ésta es su esencia. Su
amor se extiende a todo, todo lo abraza: esto lo comprendemos y lo sentimos.
Luego no puede querer más que nuestro bien y debemos confiar en él ciegamente.
Esto es lo esencial: en cuanto a lo demás, esforcémonos todo lo posible para
hacernos dignos de comprenderlo, cultivando sin cesar nuestro entendimiento y
practicando todas las virtudes.