Éste contenido de éste artículo te explica lo más relevante y completo sobre el tema de la Oración eficaz, explicada en el Libro del Evangelio según el Espiritismo ... Sugiero que guardes éste contenido para referencia de las Oraciones efectivas...
El siguiente es el enlace de éste contenido sobre el tema de la "Oracion explicada" en el Libro del Evangelio según el Espiritismo Verdadero ...
_________________________
___________________________
“No es rezar lo que necesitamos, sino orar en conciencia y con la ternura de nuestros corazones.”
Frank Montañez Soy Espírita por Convicción.
___________________________________
Hablemos sobre el tema de :
“La
Oración”
Evangelio según el
Espiritismo, “La Oración”, CAPÍTULO XXVII...
Pedid y se os dará
Cualidades de la oración. - Eficacia de la
oración. - Acción de la oración. – Transmisión del pensamiento. - Oraciones
inteligibles. - De la oración para los muertos y para los espíritus que sufren.
- Instrucciones de los Espíritus: Modo de orar. - Felicidad de la oración.
_____________________________
Parte I
Cualidades
de la oración
1. Y cuando oréis,
no seréis como los hipócritas, que aman el orar en pie en las sinagogas y en
las esquinas de las plazas para ser vistos de los hombres: en verdad os digo
recibieron su galardón. - Mas tú, cuando orares, entra en tu aposento, y
cerrada la puerta, ora a tu Padre en secreto, y tu Padre que ve en lo secreto,
te recompensará. - Y cuando oráreis, no habléis mucho como los gentiles, pues
piensan que por mucho hablar serán oídos. - Pues no queráis asemejaros a ellos
porque vuestro Padre sabe lo que habéis menester, antes que se lo pidais. (San
Mateo, cap. VI, v. de 5 a 8).
2. Y cuando estuviereis
para orar, si tenéis alguna cosa contra alguno, perdonadle: para que vuestro
Padre que está en los cielos, os perdone también vuestros pecados. - Porque si
vosotros no perdonareis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os
perdonará vuestros pecados. (San Marcos, capítulo XI, v. 25 y 26).
3. Y dijo también
esta parábola a unos que fiaban en sí mismos, como si fuesen justos y
despreciaban a los otros. - Dos hombres subieron al templo a orar: el uno era
fariseo y el otro publicano. - El fariseo, estando en pie, oraba en su interior
de esta manera: "Dios, gracias te doy porque no soy como los otros hombres,
robadores, injustos, adúlteros, así como este publicano. - Ayuno dos veces a la
semana, doy diezmos de todo lo que poseo. -Mas el publicano, estando lejos, no
osaba ni aún alzar los ojos al cielo; sino que hería su pecho, diciendo: Dios,
muéstrate propicio a mí, pecador. - Os digo que éste, y no aquél, descendió
justificado a su casa: porque todo hombre que se ensalza, será humillado, y el
que se humilla, será ensalzado. (San Lucas, cap. XVIII, v. de 9 a 14).
4. Jesús definió
las cualidades de la oración claramente, diciendo: Cuando roguéis, no os
pongáis en evidencia; rogad en secreto y no afectéis rogar mucho porque no será
por la multitud de las palabras que seréis oídos, sino por la sinceridad con
que sean dichas; antes de orar, si tenéis alguna cosa contra alguien,
perdonádsela, porque la oración no podría ser agradable a Dios si no sale de un
corazón purificado de todo sentimiento contrario a la caridad; en fin, rogad
con humildad, como el publicano, y no con orgullo, como el fariseo: examinad
vuestros defectos y no vuestras cualidades, y si os comparáis con otros, buscad
lo que hay de malo en vosotros. (Cap. X, números 7 y 8.)
Eficacia
de la oración
5. Por tanto os
digo, que todas las cosas que pidiéreis orando, creed que las recibiréis y os
vendrán. (San Marcos, capítulo XI, v. 24).
6. Hay gentes que
niegan la eficacia de la oración fundándose en el princípio de que, conociendo
Dios nuestras necesidades, es superfluo exponérselas. Aun añaden, que encadenándose
todo el universo por leyes eternas, nuestros votos no pueden cambiar los decretos
de Dios. Sin ninguna duda hay leyes naturales e inmutables que Dios no puede
anular a capricho de cada uno; pero de esto a creer que todas las
circunstancias de la vida están sometidas a la fatalidad, es grande la
distancia. Si así fuese, el hombre sólo sería un instrumento pasivo, sin libre
albedrío y sin iniciativa. En esta hipótesis no habría más que doblar la cabeza
al golpe de los acontecimientos, sin evitarlos, y por lo tanto, no se hubiera
procurado desviar el rayo. No ha dado Dios al hombre el juicio y la
inteligencia para no servirse de ellos, ni la voluntad para no querer, ni la
actividad para estar en la inacción. Siendo libre el hombre para obrar en un
sentido o en otro, sus actos tienen para sí y para los otros consecuencias
subordinadas a lo que hace o deja de hacer; hay acontecimientos que por su
iniciativa escapan forzosamente a la fatalidad sin que por esto se destruyan la
armonía de las leyes universales, como si se adelanta o retrasa la saeta de un
reloj, tampoco se destruye la ley del movimiento sobre la cual está establecido
el mecanismo. Dios puede acceder a ciegas súplicas sin derogar la inmutabilidad
de las leyes que rigen el conjunto, quedando siempre su acción subordinada a su
voluntad.
7. Sería ilógico
deducir de esta máxima: "Todas las cosas que pidiereis orando, creed que las
recibiréis y os vendrán", que basta pedir para obtener como
sería injusto acusar a la Providencia si no accede a otro lo que se le pide,
puesto que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. Hace lo mismo que un
padre prudente que rehusa a su hijo las cosas contrarias al interés de éste.
Generalmente el hombre sólo ve el presente; mas si el sufrimiento es útil para
su futura felicidad, Dios le dejará que sufra, como el cirujano deja sufrir al
enfermo en la operación que debe conducirle a la curación. Lo que Dios le
concederá, si se dirige a El con confianza, es valor, paciencia y resignación.
También le concederá los medios para que él mismo salga del conflicto, con ayuda
de las ideas que le sugiere por medio de los buenos espíritus, dejándole de
este modo todo el mérito; Dios asiste a los que se ayudan a si mismos, según
esta máxima:
"Ayúdate y el cielo te ayudará", y no a aquellos que todo lo esperan de un socorro extraño, sin
hacer uso de sus propias facultades; pero casi siempre se preferiría el ser socorrido
por un milagro sin que nos costase ningún trabajo. (Capítulo XXV, números 1 y
siguientes.)
8. Pongamos un
ejemplo: Un hombre se ha perdido en el desierto y sufre una sed horrible;
siéntese desfallecer y se deja caer en el suelo; ruega a Dios que le asista, y espera;
pero ningún ángel viene a traerle agua. Sin embargo, un buen espíritu le ha "sugerido"
el pensamiento de levantarse, seguir uno de los senderos que se presentan ante
él, y entonces por un movimiento maquinal, se reviste de ánimo, se levanta y marcha
a la ventura. Llega a una colina, descubre lejos un arroyuelo, y a esta vista, recobra
ánimo. Si tiene fe, exclamará: "Gracias, Dios
mío, por el pensamiento que me habéis inspirado y por la fuerza que me habéis
dado". Si no tiene fe, dirá: "¡Qué buen pensamiento he tenido! ¡Qué
suerte haber tomado el camino de la derecha más bien que el de la izquierda! la
casualidad, verdaderamente, nos sirve bien algunas veces. ¡Cuánto me felicito
por mi valor en no dejarme abatir!" Pero dirán algunos:
"¿por qué el buen espíritu no le dijo bien claro, sigue esta senda, y al
extremo encontrarás lo que te hace
falta? ¿Por qué no se le ha manifestado, para guiarle y sostenerle en su
abatimiento? De este modo le hubiera convencido de la intervención de la
Providencia". En primer lugar sucede
así para enseñarle que debe ayudarse a sí mismo y hacer uso de sus propias
fuerzas, y luego, por tal incertidumbre, Dios pone a prueba la confianza que en
El se tiene, así como la sumisión a su voluntad. Ese hombre estaba
en la situación de un niño que cae, y si ve a alguno, grita y espera que le
vayan a levantar; si no ve a nadie, hace esfuerzos y se levanta solo. Si el
ángel que acompañó a Tobías le hubiese dicho: "Soy el enviado de Dios para
guiarte en tu viaje y preservarte de todo peligro", Tobías no hubiera
tenido ningún mérito; confiando en su compañero, ni aun hubiera tenido
necesidad de pensar; por esto el ángel no se dió a conocer hasta el regreso. Acción
de la oración.
Transmisión
del pensamiento
9. La oración es
una invocación; por ella nos ponemos con el pensamiento en relación con el ser
a quien nos dirigimos. Puede tener por objeto suplicar, dar gracias o glorificar.
Se puede orar para sí mismo, para otro, para los vivos y para los muertos. Las oraciones
dirigidas a Dios son oídas por los espíritus encargados de la ejecución de su voluntad,
y las que se dirigen a los buenos espíritus son transmitidas a Dios. Cuando se ruega
a otros seres que a Dios, sólo es con el titulo de intermediarios, de
intercesores, porque nada puede hacerse sin la voluntad de Dios.
10. El Espiritismo hace comprender la acción de la
oración, explicando el modo de transmitir el pensamiento, ya sea que el ser a
quien se ruega venga a nuestro llamamiento, o que nuestro pensamiento llegue a él. Para formarse una idea de lo que sucede en esta circunstancia, es
menester representar a todos los seres, encarnados y desencarnados, sumergidos
con un fluido universal que ocupa el espacio, como aquí lo estamos en la atmósfera.
Ese fluído
recibe una impulsión de la voluntad; es el vehículo del pensamiento, como el
aire lo es del sonido, con la diferencia de que las vibraciones del aire están circunscritas,
mientras que las del fluído universal se extienden hasta el infinito. Luego,
cuando el pensamiento se dirige hacia un ser cualquiera que está en la tierra o
en el espacio, del encarnado al desencarnado o del desencarnado al encarnado, se
establece una corriente fluídica entre los, la cual transmite el pensamiento
como el aire transmite el sonido. La
energía de la corriente está en razón con la del pensamiento y de la voluntad. Así
es como la oración es oída por los espíritus en cualquier parte que se
encuentren, como los espíritus se comunican entre sí, como nos transmiten sus
inspiraciones y como se establecen relaciones a distancia entre los encarnados.
Esta explicación, es sobre todo, para aquellos que no comprenden la utilidad de
la oración puramente mística; no es con objeto de materializar la oración, sino
con el fin de hacer comprensible su efecto, manifestando que puede tener una
acción directa y efectiva, sin que por esto deje de estar menos subordinada a
la voluntad de Dios, juez supremo de todas las cosas y el único que puede hacer
eficaz su acción.
11. Por la oración el hombre llama el concurso de
los buenos espíritus que vienen a sostenerle en sus buenas resoluciones y a
inspirarle buenos pensamientos, adquiriendo de este modo la fuerza moral
necesaria para vencer las dificultades y volver a entrar en el camino derecho
si se ha desviado, así como también puede desviar de sí los males que se atrae
por sus propias faltas. Un hombre, por ejemplo, vé
su salud deteriorada por los excesos que ha cometido, arrastrando hasta el fin
de sus días una vida de sufrimientos; ¿tiene acaso, derecho a quejarse si no
consigue la curación? No, porque en la oración hubiera podido encontrar la
fuerza necesaria para resistir las tentaciones.
12. Si los males de
la vida se dividen en dos partes, una compuesta de aquellos que el hombre no
puede evitar y la otra de las tribulaciones cuya primera causa es él mismo por
su incuria y sus excesos (capítulo V, número 4), se verá que ésta sobrepuja de
mucho en número a la primera. Es, pues, evidente, que el hombre es el autor de
la mayor parte de sus aflicciones, y que se las ahorraría si obrase siempre con
moderación y prudencia. No es menos cierto que estas miserias son resultado de
nuestras infracciones a las leyes de Dios, y que si las observásemos
puntualmente seríamos felices. Si no traspasáramos el límite de lo necesario en
la satisfacción de nuestras necesidades, no tendríamos las enfermedades que son
consecuencia de los excesos y las vicisitudes que conducen a ellos; si
pusiéramos límite a nuestra ambición, no temeríamos la ruina; si no quisiéramos
subir más alto de lo que podemos, no temeríamos caer; si fuésemos humildes, no
sufriríamos los desengaños del orgullo rebajado; si practicáramos la ley de caridad,
no maldeciríamos ni seríamos envidiosos, ni celosos, y evitaríamos las
querellas y las disensiones; si no hiciéramos mal a nadie, no temeríamos las
venganzas, etc., etc. Admitamos que el hombre no pueda nada sobre los otros
males y que todas las oraciones sean superfluas para preservarse de ellos; ¿no
sería ya bastante el que pudiera evitar todo lo que proviene de sus propios
hechos? Pues aquí la acción de la oración se concibe perfectamente, porque
tiene por objeto solicitar la inspiración saludable de los buenos espíritus,
pidiéndoles fuerza para resistir a los malos pensamientos, cuya ejecución puede
sernos funesta. En este caso "no desvían el mal, sino que nos desvían a nosotros
mismos del pensamiento que puede causarlo; en nada embarazan los decretos de
Dios ni suspenden el curso de las leyes de la naturaleza; "sólo nos
impiden infringir estas leyes dirigiendo nuestro libre albedrío"; pero lo
hacen sin saberlo nosotros y de una manera oculta, para no encadenar nuestra
voluntad. El hombre se encuentra entonces en la posición de aquél que solicita
buenos consejos y los pone en práctica, pero siempre es libre de seguirlos o
dejarlos de seguir; Dios quiere que así suceda para que tenga la responsabilidad
de sus actos dejándole el mérito de la elección entre el bien y el mal. Esto es
lo que el hombre siempre está seguro de obtener si lo pide con fervor, y a lo
que sobre todo pueden aplicarse estas palabras: "Pedid y se os dará". La
eficacia de la oración, aun reducida a esta proporción, ¿no tendría, acaso, un resultado
inmenso? Estaba reservado al Espiritismo el probarnos su acción por la revelación
de las relaciones que existen entre el mundo invisible y el mundo visible. Pero
no se limitan únicamente a éstos sus efectos. La oración está recomendada por
todos los espíritus; renunciar a la oración es desconocer la bondad de Dios; es
renunciar para sí mismo a su asistencia y para los otros al bien que puede
hacérseles.
13. Dios,
accediendo a la súplica que se le dirige, tiene la mira de recompensar la intención,
la sinceridad y la fe del que ruega; por este motivo la oración del hombre de bien
tiene más mérito a los ojos de Dios y siempre más eficacia que la del hombre vicioso
y malo, porque éste no puede rogar con el fervor y la confianza que sólo se adquiere
por el sentimiento de la verdadera piedad. Del corazón del egoísta, de aquél que
ruega sólo con la articulación de la palabra, no pueden salir los impulsos de caridad que dan a la oración todo su poder. De
tal modo así se comprende, que, por un movimiento instintivo, nos recomendamos
con preferencia a las oraciones de aquellos cuya conducta se cree ser agradable
a Dios, porque son más escuchados.
14. Si la oración ejerce una especie de acción
magnética, podría creerse que su efecto está subordinado al poder fluídico;
pero no sucede así: puesto que los espíritus ejercen esta acción sobre los
hombres, suplen cuando es necesario la insuficiencia del que ora, ya obrando
directamente "en su nombre", ya dándole momentáneamente una fuerza
excepcional, cuando se le juzga digno de este favor o cuando la cosa puede ser útil. El hombre que no se cree bastante bueno para ejercer una influencia
saludable, no por esto debe abstenerse de rogar por otro, con el pensamiento de
que no es digno de ser escuchado. La conciencia de su inferioridad es una prueba de humildad
siempre agradable a Dios, que toma en cuenta la intención caritativa que le
anima su fervor y su confianza en Dios, son el primer paso de la vuelta al
bien, y los buenos espíritus se felicitan de poderle alentar. La oración que no
se escucha es la del "orgulloso que sólo tiene fe en su poder y en sus
méritos, creyendo poder substituirse a la voluntad del Eterno".
15. El poder de la
"oración" está en el pensamiento; no se concreta a las palabras, ni
al lugar, ni al momento que se hace. Se puede, pues, rogar en todas
partes y a todas horas, estando solo o acompañado. La influencia del lugar o
del tiempo está en relación de las circunstancias que pueden favorecer el
recogimiento. "La oración en común tiene una acción más poderosa cuando
todos aquellos que oran se asocian de corazón a un mismo pensamiento y tienen
un mismo objeto", porque es como si muchos levantasen la voz juntos y
unísonos; pero ¡qué importaría estar unidos en gran número, si cada uno obrase
aisladamente y por su propia cuenta personal! Cien personas reunidas pueden
orar como egoístas, mientras que dos o tres, unidas en una común aspiración, rogarán
como verdaderos hermanos en Dios, y su oración tendrá más poder que la de los
otros ciento. (Cap. XXVIII, números 4 y 5).
Oraciones
inteligibles
16. Pues si yo no
entendiere el valor de la voz, seré bárbaro para aquél a quien hablo: y el que
habla, lo será para mí. "Porque si orare en una lengua que no entienda, mi
espíritu ora, mas mi mente queda sin fruto". - Mas si alabares a Dios con
el espíritu, el que ocupa lugar del simple pueblo, ¿cómo dirán "Amén"
sobre tu bendición, "puesto que no entiende lo que tú dices?" -
Verdad es que tú das bien las gracias, "mas el otro no es edificado".
(San Pablo, Epístola 1ª a los Corintios, capítulo XIV, v. 11, 14, 16 y 17).
17. La oración sólo
tiene valor por el pensamiento que se une a ella, y es imposible unir el
pensamiento a lo que no se comprende, por qué lo que no se comprende no puede
conmover al corazón. Para la inmensa mayoría, las oraciones en un lenguaje incomprensible
sólo son un conjunto de palabras que nada dicen al espíritu. Para que la oración
conmueva, es preciso que cada palabra despierte una idea, y si no se comprende no
puede despertar ninguna. Se repite como una simple fórmula, suponiéndole más o menos
virtud según el número de veces que se repite; muchos oran por el deber y otros
por conformarse con los usos; por esto creen haber cumplido su deber cuando han
dicho una oración número de veces determinado, siguiendo tal o cual orden. Dios
lee en el fondo del corazón y ve el pensamiento y la sinceridad; sería rebajarle
creerle más sensible a la forma que al fondo. (Cap. XXVIII, número 2).
____________________________
Parte II
De la
oración por los muertos y por los espíritus que sufren
18. La oración es
solicitada por los espíritus que sufren; les es útil, porque viendo que uno se
acuerda de ellos, se sienten menos abandonados y son menos desgraciados. Pero
la oración tiene sobre ellos una acción más directa; aumenta su ánimo, les
excita el deseo de elevarse por el arrepentimiento y la reparación y puede desviarles
del pensamiento del mal; en este sentido es como puede aligerarse y aún abreviarse
sus sufrimientos. (Véase Cielo e Infierno, 2da. parte: Ejemplos).
19. Ciertas
personas no admiten la oración por los muertos, porque en su creencia sólo hay
para el alma dos alternativas: ser salvada o condenada a las penas eternas, y
en uno y otro caso la oración sería inútil. Sin discutir el valor de esta
creencia, admitamos por un instante la realidad de las penas eternas e
irremisibles, y que nuestras oraciones sean impotentes para ponerlas un
término. Nosotros preguntamos si, en esta hipótesis, es lógico, caritativo y
cristiano desechar la oración por los réprobos. Estas oraciones, por impotentes
que sean para salvarle, ¿no son para ellos una señal de piedad que puede
aliviar sus sufrimientos?; en la Tierra, cuando un hombre está condenado para siempre,
aun cuando no tenga ninguna esperanza de obtener gracia, ¿se prohíbe a una persona
caritativa que vaya a sostener sus cadenas para aligerarle de su peso? Cuando alguno
es atacado por un mal incurable, porque no ofrece ninguna esperanza de curación,
¿ha de abandonársele sin ningún
consuelo? Pensad que entre los réprobos puede encontrarse una persona a quien
habéis amado, un amigo, quizá un padre, una madre o un hijo, y porque, según
vosotros, no podría esperar gracia, ¿rehusaríais darle un vaso de agua para
calmar su sed, un bálsamo para curar sus llagas? ¿No haréis por él lo que
haríais por un presidiario? No; esto no sería cristiano. Una creencia que seca
el corazón no puede aliarse con la de un Dios que coloca en el primer lugar de
los deberes el amor al prójimo.
La no eternidad de
las penas no implica la negación de una penalidad temporal, porque Dios, en su
justicia, no puede confundir el bien con el mal; así, pues, negar en este caso
la eficacia de la oración, sería negar la eficacia del consuelo, de la
reanimación y de los buenos consejos; seria negar la fuerza que logramos de la
asistencia moral de los que nos quieren bien.
20. Otros se fundan
en una razón más espaciosa, en la inmutabilidad de los
decretos divinos, y
dicen: Dios no puede cambiar sus decisiones por la demanda de sus criaturas
pues sin esto nada habría estable en el mundo. El hombre, pues, nada tiene que pedir
a Dios; sólo tiene que someterse y adorarle. En esta idea hay una falsa aplicación de la
inmutabilidad de la ley divina, o más bien ignorancia de la ley en lo que
concierne a la penalidad futura. Esta ley la han revelado los espíritus del
Señor, hoy que el hombre está en disposición de comprender lo que tocante a la
fe es conforme o contrario a los atributos divinos. Según el dogma de la
eternidad absoluta de las penas, no se le toman en cuenta al culpable ni sus
pesares, ni su arrepentimiento; para él todo deseo de mejorarse es superfluo,
puesto que está condenado al mal perpetuamente. Si está condenado por un tiempo
de-terminado, la pena cesará cuando el tiempo haya expirado; pero ¿quién dice
que, a ejemplo de
muchos de los condenados de la tierra, a su salida de la cárcel no será tan
malo como antes? En el primer caso, sería tener en el dolor del castigo a un
hombre que se volviera bueno; en el segundo, agraciar al que continuase
culpable. La ley de Dios es más previsora que esto; siempre justa, equitativa y
misericordiosa, no fija duración en la pena, cualquiera que sea; se resume de
este modo:
21. "El hombre
sufre siempre la consecuencia de sus faltas; no hay una sola infracción a la ley de Dios que
no tenga su castigo. "La severidad del castigo es proporcionada
a la gravedad de la falta. "La duración del castigo por cualquier falta que sea, es
indeterminada; está subordinada al arrepentimiento del culpable y a su vuelta
al bien"; la pena dura tanto como la obstinación en el mal;
sería perpetua si la obstinación fuera perpetua; es de corta duración si el
arrepentimiento es pronto. "Desde el momento en que el culpable pide
miserícordia, Dios lo oye y le envía la esperanza. Pero el simple remordimiento
de haber hecho mal no basta; falta la reparación; por esto el culpable está
sometido a nuevas pruebas, en las cuales puede, siempre por su voluntad, hacer
el bien y reparar el mal que ha hecho.
"El hombre, de
este modo, es constantemente árbitro de su propia suerte; puede abreviar su
suplicio o prolongarlo indefinidamente; su felicidad o su desgracia dependen de
su voluntad en hacer bien". Tal es la ley; ley "inmutable" y
conforme a la bondad y a la justicia de Dios. El espíritu culpable y
desgraciado puede, de este modo, salvarse a sí mismo; la ley de Dios le dice
con qué condición puede hacerlo. Lo que más a menudo le falta es voluntad,
fuerza y valor; si con nuestras oraciones le inspiramos, si le sostenemos y le animamos,
y si con nuestros consejos le damos las luces que le faltan, "en lugar de solicitar
a Dios que derogue su ley, venimos a ser los instrumentos para la ejecución de su
ley de amor y de caridad", de la cual participamos nosotros mismos, dando
una prueba de caridad. (Véase Cielo e Infierno, lª parte, Cap. IV, VII y VIII).
INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS, Modo de orar…
22. El primer deber
de toda criatura humana, el, primer acto que debe señalar para ella la vuelta a
la vida activa de cada día, es la oración.
Casi todos
vosotros rezáis, pero ¡cuán pocos saben orar! ¡Qué importan al Señor las frases
que juntáis maquinalmente, porque tenéis esta costumbre, que es un deber que llenáis
y que, como todo deber, os molesta! La oración del cristiano, del espiritista,
de cualquier culto que sea, debe ser hecha desde que el espíritu ha vuelto a
tomar el yugo de la carne; debe elevarse a los pies de la majestad divina, con
humildad, con profundidad, alentada por el reconocimiento de todos los bienes
recibidos hasta el día, y por la noche que se ha pasado, durante la cual os ha
sido permitido, aunque sin saberlo vosotros, volver al lado de vuestros amigos,
de vuestros guías, para que con su contacto os den más fuerza y perseverancia.
Debe elevarse humilde a los pies del Señor, para recomendarle vuestra
debilidad, pedirle su apoyo, su indulgencia y su misericordia. Debe ser
profunda, porque vuestra alma es la que debe elevarse hacia el Criador, la que
debe transfigurarse como Jesús en el monte Tabor, y volverse blanca y radiante
de esperanza y de amor.
Vuestra oración
debe encerrar la súplica de las gracias que os sean necesarias, pero de una
necesidad real. Es, pues, inútil pedir al Señor que abrevie vuestras pruebas y que
os dé los goces y las riquezas; pedirle que os conceda los bienes más preciosos
de la paciencia, de la resignación y de la fe. No digáis lo que muchos de entre
vosotros: "No vale la pena de orar, porque Dios no me escucha". La
mayor parte del tiempo ¿qué es lo que pedís a Dios? ¿Habéis pensado muchas
veces en pedirle vuestro mejoramiento moral? ¡Oh! no, muy pocas; más bien pensáis
en pedirle el buen éxito de vuestras empresas terrestres, y habéis exclamado:
"Dios no se ocupa de nosotros; si se ocupara no habría tantas
injusticias". ¡Insensatos!
¡Ingratos! Si descendieseis al fondo de vuestra conciencia, casi siempre
encontraríais en vosotros mismos el origen de los males de que
os quejáis; pedid,
pues, ante todo, vuestro mejoramiento y veréis qué torrente de gracias y
consuelos se esparcirá entre vosotros. (Capítulo V, número 4).
Debéis rogar sin
cesar, sin que por esto os retiréis a vuestro oratorio o que os pongáis de
rodillas en las plazas públicas. La oración del día es el cumplimiento de vuestros
deberes sin excepción, cualquiera que sea su naturaleza. ¿No es un acto de amor
hacia el Señor el que asistáis a vuestros hermanos en cualquier necesidad moral
o física? ¿No es hacer un acto de reconocimiento elevar vuestra alma hacía El cuándo
sois felices, cuando se evita un percance, cuando una contrariedad pasa rozando
con vosotros, si decís con el pensamiento: "¡Bendito seáis, Padre
mío!". ¿No es un acto de contrición el humillaros ante el Juez
Supremo cuando
sentís que habéis fallado, aunque sólo sea de pensamiento, al decirle: "¡Perdonadme,
Dios mío, porque he pecado (por orgullo, por egoísmo o por falta de caridad);
dadme fuerza para que no falte más y el valor necesario para reparar la
falta!". Esto es independiente de las oraciones regulares de la mañana y
de la noche, y de los días que a ella consagréis; pero, como veis, la oración
puede hacerse siempre sin interrumpir en lo más mínimo vuestros trabajos;
decid, por el contrario, que los santifica. Y creed bien que uno solo de estos
pensamientos, saliendo del corazón, es más escuchado de vuestro padre celestial
que largas oraciones dichas por costumbre, a menudo sin causa determinada, y
"a las cuales conduce maquinalmente la hora convenida". (V. Monod.
Burdeos, 1868).
Felicidad de la oración
23. Venid los que
queréis creer: los espíritus celestes corren y vienen a deciros cosas grandes;
Dios, hijos míos, abre su ancho pecho para daros sus bienes. ¡Hombres incrédulos!
¡Si supiéseis de qué modo la fe hace bien al corazón y conduce el alma al arrepentimiento,
a la oración! La oración, ¡ah! ¡cuán tiernas son las palabras que salen de la
boca en el momento de orar! La oración es el rocío divino que destruye, el excesivo
calor de las pasiones; hija primogénita de la fe, nos lleva al sendero que conduce
a Dios. En el recogimiento y la soledad, estáis con Dios; para vosotros no hay ya
misterio, él se os descubre. Apóstoles del pensamiento, para vosotros es la
vida; vuestra alma se desprende de la materia y recorre esos mundos infinitos y
etéreos que los pobres humanos desconocen. Marchad, marchad por el sendero de
la oración, y oiréis las voces de los ángeles. ¡Qué armonía! Estas no son el
murmullo confuso de los acentos chillones de la tierra; son las liras de los
arcángeles; son las voces dulces y suaves de los serafines, más ligeras que las brisas de la mañana, cuando
juguetean en el follaje de vuestros grandes bosques. ¡Entre cuántas delicias no
marcharéis! ¡Vuestra lengua no podrá definir esta felicidad; cuánto más entre
por todos los poros, tanto más vivo y refrescante es el manantial de donde se
bebe! ¡Dulces voces, embriagadores perfumes que el alma siente y saborea, cuando
se lanza a esas esferas desconocidas y habitadas por la oración! Sin mezcla de carnales
deseos, todas las inspiraciones son divinas. También vosotros orad, como Cristo,
llevando su cruz desde el Gólgota al Calvario; llevad vuestra cruz, y sentiréis
las dulces emociones que pasaban por su alma, aunque cargada con un leño
infamante; iba a morir, pero para vivir de la vida celeste en la morada de su
padre. (S. Agustín. París, 1861).
___________________________________
Añadir un comentario