Veamos que nos dicen los profesionales de la salud con relación a este tema.
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Los Celos, el Egoísmo
y el materialismo es la raíz de todos los males. El Libro de os Espíritus, nos
dan una explicación espiritual muy atinada.
”Los Espíritus
pertenecen a diferentes clases: no son iguales en poder, como tampoco en
inteligencia, saber o moralidad. Los del primer orden son los Espíritus
superiores, que se distinguen de los demás por su perfección, sus
conocimientos, su proximidad a Dios, la pureza de sus sentimientos y su amor al
bien: son los ángeles o Espíritus puros.
Las otras clases se
alejan cada vez más de dicha perfección. Los Espíritus de las categorías
inferiores son propensos a la mayoría de nuestras pasiones: el odio, la envidia, los celos, el orgullo,
etc. Se complacen en el mal. Los hay ni demasiado buenos ni muy malos. Son más
enredadores y molestos que
malvados, y las travesuras e inconsecuencias parecen ser su patrimonio: son
los duendes o Espíritus frívolos.
”Los Espíritus no
pertenecen perpetuamente al mismo orden. Todos mejoran al pasar por los
diferentes grados de la jerarquía espírita. Ese mejoramiento tiene lugar por
medio de la encarnación, impuesta a unos como expiación y a otros como misión.
La vida material es
una prueba que deben sufrir repetidas veces hasta que hayan alcanzado la
perfección absoluta; es una especie de tamiz o depurador del que salen más o
menos purificados.
”Al abandonar el
cuerpo, el alma regresa al mundo de los Espíritus del que había salido, y
retoma una nueva existencia material después de un lapso relativamente
prolongado, durante el cual permanece en estado de Espíritu errante.18
18 Entre esta
doctrina de la reencarnación y la de la metempsicosis, tal como la admiten algunas
sectas, hay una diferencia característica que se explica en el curso de esta
obra. (N. de Allan Kardec.)
”Puesto que el
Espíritu debe pasar por varias encarnaciones, resulta de ahí que todos hemos
tenido muchas existencias, y que tendremos todavía otras, más o menos
perfeccionadas, ya sea en la Tierra o en otros mundos.
”La encarnación de
los Espíritus siempre ocurre en la especie humana. Sería un error creer que el
alma o Espíritu puede encarnar en el cuerpo de un animal.
”Las diferentes
existencias corporales del Espíritu son siempre progresivas, jamás retrógradas.
No obstante, la rapidez del progreso depende de los esfuerzos que hacemos para
alcanzar la perfección.
”Las cualidades del
alma son las del Espíritu que está encarnado en nosotros; de modo que el hombre
de bien es la encarnación de un Espíritu bueno, mientras que el hombre perverso
es la de un Espíritu impuro, no Evolucionado o entendido.
”El alma tenía su
individualidad antes de encarnar, y la conserva después de separarse del
cuerpo.
”A su regreso al
mundo de los Espíritus, el alma encuentra allí a los que conoció en la Tierra,
y las existencias anteriores vuelven a su memoria con el recuerdo del bien y
del mal que ha hecho.
”El Espíritu
encarnado se halla sometido a la influencia de la materia. El hombre que supera
esa influencia mediante la elevación y la purificación de su alma se acerca a
los Espíritus buenos, con los cuales habrá de reunirse un día. El que se deja
dominar por las malas pasiones y cifra todas sus alegrías en la satisfacción de
los apetitos groseros se acerca a los Espíritus impuros, porque da preponderancia
a la naturaleza animal.
Tercer orden de la Escala Espirita. Libro de Los Espiritus
– Espíritus imperfectos
101. Caracteres
generales. – Predominio de la materia sobre el espíritu.
Propensión al mal.
Ignorancia, orgullo, egoísmo y todas las pasiones malas que derivan de él. Tienen
la intuición de Dios, pero no lo comprenden.
Acerca de los Espíritus
No todos son
esencialmente malos. En algunos hay más frivolidad, inconsecuencia y malicia
que verdadera maldad. Los hay que no hacen ni el bien ni el mal; pero sólo por
el hecho de no hacer el bien denotan su inferioridad. Otros, por el contrario, se complacen en el
mal y están satisfechos cuando encuentran la ocasión de hacerlo. Pueden aliar
la inteligencia a la maldad o a la malicia. No obstante, sea cual fuere su
desarrollo intelectual, sus ideas son poco elevadas y sus sentimientos más o
menos abyectos. Sus conocimientos acerca de las cosas del mundo espírita son limitados, y lo
poco que saben de él se confunde con las ideas y los prejuicios de la vida
corporal. Sólo pueden darnos al respecto nociones falsas e incompletas. Con todo,
el observador atento suele encontrar en sus comunicaciones, aunque imperfectas,
la confirmación de las grandes verdades que enseñan los Espíritus superiores. Su
carácter se revela en el lenguaje que usan. Todo Espíritu que en sus
comunicaciones deje traslucir un pensamiento malo puede ser incluido en el
tercer orden. Por consiguiente, todo pensamiento malo que se nos sugiera proviene
de un Espíritu de ese orden. Ven la felicidad de los buenos, y esa visión es
para ellos un tormento incesante, pues experimentan todas las angustias que la
envidia y los celos pueden producir. Conservan el recuerdo y la percepción de los padecimientos de la vida corporal, y
esa impresión suele ser más penosa que la real. Sufren, pues, efectivamente,
tanto por los males que soportaron como por los que hicieron soportar a otros. Además, como sufren
durante mucho tiempo, creen que siempre habrán de sufrir. Dios, para
castigarlos, quiere que así lo crean. Podemos dividirlos en cinco clases
principales.
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104. Octava clase. ESPÍRITUS PSEUDOCIENTÍFICOS.
– Sus conocimientos
son suficientemente amplios, pero creen saber más de lo que saben en realidad.
Como han realizado algunos progresos desde diversos puntos de vista, su
lenguaje tiene un carácter serio que puede engañar respecto a su capacidad y a sus
luces. Sin embargo, la mayoría de las veces no es más que un reflejo de los
prejuicios y de las ideas sistemáticas de la vida terrenal; una mezcla de
algunas verdades con los errores más absurdos, entre los cuales se traslucen la presunción, el
orgullo, los celos y la terquedad, de los que no han podido despojarse.
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Los padecimientos de la Tierra a veces
son independientes de nosotros. No obstante, muchos son la consecuencia de
nuestra voluntad. Remontémonos a su origen y veremos que la mayor parte de
ellos es el resultado de causas que habríamos podido evitar.
¿Cuántos males, cuántas enfermedades
debe el hombre a sus excesos, a su ambición, en una palabra: a sus pasiones? El
hombre que siempre haya vivido con sobriedad, sin abusar de nada, que siempre haya
sido sencillo en sus gustos y modesto en sus deseos, se ahorrará muchas
tribulaciones. Lo mismo sucede con el Espíritu, pues los padecimientos que
soporta siempre son la consecuencia del modo como vivió en la Tierra. Sin duda,
ya no tendrá gota ni reumatismo, pero sí otros pesares que no son menores.
Hemos visto que sus padecimientos son el resultado de los lazos que existen todavía
entre él y la materia. Cuanto más desprendido está de la influencia de la
materia –dicho de otro modo, cuanto más desmaterializado se halla–, menos
sensaciones penosas experimenta. Ahora bien, de él depende liberarse de dicha
influencia desde esta vida. Tiene libre albedrío y, por consiguiente, la opción
de hacer o dejar de hacer. Domeñe sus pasiones animales, no tenga odio ni
envidia, celos ni orgullo, no se deje dominar por el egoísmo, purifique su alma
mediante los buenos sentimientos, practique el bien, no atribuya a las cosas de
este mundo más importancia de la que merecen. Entonces, incluso con su
envoltura corporal, ya estará purificado, ya estará desprendido de la materia,
y cuando abandone esa envoltura no sufrirá más su influencia. Los padecimientos
físicos que haya experimentado no dejarán en él ningún recuerdo penoso; no le
quedará al respecto ninguna impresión desagradable, porque sólo habrán afectado
al cuerpo y no al Espíritu. Se sentirá feliz de haberse liberado, y la paz de
su conciencia lo eximirá de todo padecimiento moral. Hemos interrogado a miles
de Espíritus, que han pertenecido a todas las categorías de la sociedad, a
todas las posiciones sociales. Los hemos estudiado en todos los períodos de su
vida espírita, desde el instante mismo en que abandonaron su cuerpo. Los hemos
seguido paso a paso en esa vida de ultratumba para observar los cambios que se
operaban en ellos, en sus ideas y sensaciones. Desde ese punto de vista, han
sido los hombres más comunes los que nos proporcionaron los elementos de
estudio más valiosos. Ahora bien, siempre hemos observado que los padecimientos
guardan relación con la conducta, cuyas consecuencias los Espíritus sufren, y
que esa nueva existencia es la fuente de una felicidad inefable para los que
han seguido el camino del bien. En conclusión, si sufren, es porque así lo han
querido. Sólo deben culparse a sí mismos, tanto en el otro mundo como en este.
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Tambien en el Libro de Los Espiritus...
261.
El Espíritu, en las pruebas que debe sufrir para
alcanzar la perfección, ¿debe experimentar las diversas clases de tentaciones; debe pasar por todas
las circunstancias que pueden excitar en él el orgullo, la envidia, los celos,
la avaricia, la sensualidad, etc.?
“Por cierto que no, pues sabéis que hay
Espíritus que siguen, desde el comienzo, un camino que los exime de muchas
pruebas. Con todo, el que se deja llevar por el camino del mal corre todos los
peligros que hay en él. Sí un Espíritu, por ejemplo, pide riqueza, se le podrá
conceder. Entonces, conforme a su carácter, podrá
volverse avaro o pródigo, egoísta o generoso, o bien se entregará a todos los
goces de la sensualidad. Sin embargo, eso no quiere decir que deba pasar
forzosamente por toda esa serie de inclinaciones.”
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Los Espiritas debemos estar en la busueda de la Perfección Moral.
No cabe duda de que se realizan loables
esfuerzos para conseguir que la humanidad avance. Se alientan, se estimulan, se
honran los buenos sentimientos, más que en ninguna otra época. Con todo, el
gusano devorador del egoísmo es siempre la llaga social. Se trata de un mal
real que repercute en todo el mundo y del que cada uno es víctima en mayor o
menor medida. Es necesario, pues, combatirlo como se combate una enfermedad
epidémica. Para eso debemos proceder como lo hacen los médicos: remontarnos a
la fuente. Busquemos, pues, en todos los sectores de la organización social, desde
la familia hasta los pueblos, desde la choza hasta el palacio, las causas, las
influencias patentes u ocultas que estimulan, alimentan y desarrollan el
sentimiento del egoísmo. Una vez que se conozcan las causas, el remedio
aparecerá por sí mismo. Sólo restará combatirlas, si no todas a la vez, al
menos por partes, y poco a poco se extirpará el veneno. Dado que esas causas
son numerosas, el tratamiento será prolongado, pero no imposible. Por lo demás,
no se conseguirá nada si no se extirpa el mal de raíz, es decir, por medio de
la educación. Pero no se trata de esa educación que tiende a formar hombres
instruidos, sino de la que tiende a formar hombres de bien. La educación, bien
entendida, es la clave del progreso moral. Cuando se conozca el arte de orientar
los caracteres, así como se conoce el de orientar las inteligencias, se los
podrá enderezar como se hace con las plantas jóvenes. No obstante, ese arte
requiere mucho tacto, mucha experiencia y una observación profunda. Es un grave
error creer que basta tener ciencia para ejercerlo con provecho. Cualquiera que
siga al hijo del rico, así como al del pobre, desde el instante de su nacimiento,
y observe las influencias perniciosas que actúan en él a consecuencia de la
debilidad, la incuria y la ignorancia de quienes los dirigen, y cuán a menudo
fracasan los medios que se emplean para moralizarlo, no puede asombrarse de
encontrar en el mundo tantos defectos. Hágase por la moral tanto como se hace
por la inteligencia, y se verá que, si bien hay naturalezas refractarias,
también las hay, y más de lo que se cree, que sólo requieren ser cultivadas
para dar buenos frutos. (Véase el § 872.)
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Libro Tercero – Capítulo XII - Libro de Los Espíritus
#913. Entre los vicios, ¿cuál puede considerarse como radical?
«Muchas veces lo hemos dicho, el egoísmo; de él arrancan todos los males. Estudiad
todos los vicios, y encontraréis que en el fondo de todos ellos reside el
egoísmo. En vano los
combatiréis, y no conseguiréis extirparlos hasta que no hayáis atacado el mal en su raíz, hasta
que no hayáis des
truido la causa. Dirigid, pues, todos vuestros esfuerzos hacia este objeto, porque él es el
verdadero cáncer de la sociedad. Cualquiera que desee aproximarse desde esta vida a la
perfección moral, debe arrancar de su corazón todo sentimiento de egoísmo; porque éste es
incompatible con la justicia, con el amor y con la caridad; neutraliza todas las otras
cualidades».
#914. Fundándose el egoísmo en el sentimiento de interés personal, parece muy difícil
extirparlo completamente en el corazón humano, ¿llegará a conseguirse?
«A medida que los hombres se ilustran sobre las cosas espirituales, dan menos
importancia a las materiales. Además es preciso reformar las instituciones que excitan y
mantienen el egoísmo. Esto depende de la educación».
#915. Siendo el egoísmo inherente a la especie humana, ¿no será siempre un obstáculo
para el reino del bien absoluto en la tierra?
«Cierto que el egoísmo es vuestro mal mayor, pero depende de la inferioridad de los
espíritus encarnados en la tierra, y no de la misma humanidad. Luego; purificándose los
espíritus en encarnaciones sucesivas, se desprenden del egoísmo como de sus otras
impurezas. ¿No tenéis en la tierra ningún hombre que, libre de egoismo, practique la caridad?
Hay más de los que vosotros creéis, pero vosotros no los conocéis; porque la virtud no busca
el ruido de la publicidad. Y si hay uno, ¿por qué no ha de haber diez? Si díez, ¿por qué no
mil? Y así sucesivamente».
#916. Lejos de disminuir el egoísmo, crece con la civilización que parece excitarlo y
mantenerlo. ¿Cómo pues, la causa destruirá el efecto? «Mientras más grande es el mal, más horrible se presenta, y preciso era que el egoísmo
originase mucho mal, para que se conociese la necesidad de extirparlo. Cuando los hombres
hayan sacudido el egoísmo que los domina, vivirán como hermanos sin hacerse mal,
ayudándose mutuamente por el mutuo sentimiento de la solidaridad. Entonces el fuerte será
apoyo del débil y no su opresor, y no se verán hombres faltos de lo necesario; porque todos
practicarán la ley de justicia. Este es el reino del bien de cuya preparación están encargados
los espíritus». (784).
#917. ¿Qué medio hay para destruir el egoísmo? «De todas las humanas imperfecciones, la más difícil de desarraigar es el
egoísmo,
porque deriva de la influencia de la materia de la cuál el hombre, que está muy prórimo aún a
su origen, no ha podido emanciparse, y todo contribuye a sostener esa influencia; las leyes, la
organización social y la educación. El
egoísmo amenguará con el predominio de la vida moral
sobre la material, y sobre todo con la inteligencia que os da el espiritismo de vuestro estado futuro real, y no desnaturalizado por ficciones alegóricas.
Bien comprendido el espiritismo, y
una vez identificado con las costumbres y creencias trastornará los hábitos, los usos y las
relaciones sociales.
El egoísmo se funda en la importancia de la personalidad, y el espiritismo
bien comprendido, lo repito, hace ver las cosas desde tan alto que el sentimiento de la
personalidad desaparece hasta cierto punto ante la inmensidad. Destruyendo semejante
importancia, o por lo menos haciendo que se la considere tal cuál es, el espiritismo combate
necesariamente el egoísmo.»
Lo que a menudo hace egoísta al hombre es el roce del egoísmo de los otros, porque
siente la necesidad de estar a la defensiva. Viendo que los otros piensan en sí mismos y no en
él, se ve arrastrado a pensar en él y no en los otros. Pero sea el principio de caridad y de
fraternidad base de las instituciones sociales, de las relaciones legales de pueblo a pueblo y de
hombre a hombre, y éste cuidará menos de su persona, viendo que otros piensan en ellá.
Sentirá la influencia moralizadora del ejemplo y del contacto. En presencia de ese
desbordamiento de egoísmo, necesítase una verdadera virtud para hacer abnegación de su
personalidad en provecho de los otros, que a menudo nada lo agradecen. A los que poseen
semejante virtud es a quienes está abierto el reino de los cielos, y a ellos sobre todo está
reservada la dicha de los elegidos; porque en verdad os digo que el día de la justicia, todo el
que sólo en sí mismo haya pensado será separado y sufrirá por su abandono. (785)
FENELÓN».
Indudablemente se hacen laudables esfuerzos para hacer que la humanidad progrese; se alientan, se
estimulan, le honran los buenos sentimientos más que en época alguna, y sin embargo el gusano roedor
del
egoísmo es siempre el cíncer social. Es un mal real que brota por todo el mundo, y del que todos somos
más o menos víctimas. Preciso es, pues, combatirlo como se combate una enfermedad epidémica, y para
ello es
necesario proceder como los médicos, remontarnos al origen. Búsquense en todas las partes de la
organización social desde la familia a los pueblos, desde la caballa al palacio, todas las causas, todas las
influencias patentes u ocultas, que excitan, mantienen y desarrollan el egoísmo, y una vez conocidas las
causas, el remedio se presentará por si mismo. No se tratará más que de combatirlas, si no todas a la vez,
parcialmente, a lo menos, y poco a poco se extirpará el veneno. La curación podrá ser larga, porque las
causas son numerosas, pero no es imposible. Por lo demás no se conseguirá, si no se corta la raíz del mal
por medio de la educación, no de esa que propende a hacer hombres instruidos, pero si de la que tiende a
hacer hombres honrados. La educación, cuando se la entiende bien, es la clave del progreso moral, y
cuando se conozca el arte de manejar los caracteres como se conoce el de manejar las inteligencias, se
podrán enderezar como se enderezan los arbustos. Pero ese arte requiere mucho tacto, mucha experiencia
y una observación profunda; es erróneo creer que basta tener ciencia para ejercerlo con provecho.
Cualquiera que, desde el nacimiento, sigue así al hijo del rico, como al del pobre, y observa todas las
perniciosas influencias que operan en él a causa de la debilidad, de la incuria y de la ignorancia de los que
le dirigen, y cuán a menudo son improductivos los medios que para moralizarle se emplean, no puede
admirarse de hallar tantos defectos en el mundo. Hágase para lo moral otro tanto que para la
inteligencia, y se verá que, si hay naturalezas refractarias hay más de las que se creen, que no esperan
más que una buena cultura para dar frutos buenos. (872)
El hombre pretende ser feliz, y ese
sentimiento es natural. Por eso trabaja sin cesar para mejorar su posición en
la Tierra. Además, busca las causas de sus males a fin de remediarlos. Cuando comprenda
que el egoísmo es una de esas causas: la que engendra el orgullo, la ambición,
la codicia, la envidia, el odio y los celos; la que lo hiere a cada instante,
la que perturba las relaciones sociales, provoca las disensiones y destruye la
confianza, la que lo obliga a mantenerse constantemente a la defensiva contra
su vecino; la causa que, por último, hace del amigo un enemigo, entonces
comprenderá también que ese vicio es incompatible con su propia felicidad y diremos también, con su propia seguridad.
Cuanto más haya sufrido el egoísmo, tanto más sentirá la necesidad de
combatirlo, así cómo combate la peste, los animales destructores y las demás
calamidades. El hombre será inducido a ello por su propio interés. (Véase el §
784).
El egoísmo es la fuente de todos los
vicios, del mismo modo que la caridad es la fuente de todas las virtudes.
Destruir aquel, desarrollar esta, ese debe ser el objetivo de todos los
esfuerzos del hombre, si quiere garantizar su dicha tanto en este mundo como en
el porvenir.
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