de Miguel Vives
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Domingo, 17 de Mayo de 2009 16:35
La Tierra está pasando por un período crítico de crecimiento. Nuestro pequeño mundo, cerrado en concepciones mezquinas y obtusos y estrechos límites, madura para el infinito. Sus fronteras se abren en todas direcciones. Estamos en vísperas de una Nueva Tierra y un Nuevo Cielo, según las expresiones del Apocalipsis.
El Espiritismo vino para ayudar la Tierra en esa transición. Procuremos, pues, comprender nuestra responsabilidad de espíritas, en todos los sectores de la vida contemporánea. No somos espíritas por acaso, ni porque precisamos del auxilio de los Espíritus para la solución de nuestros problemas terrenos. Somos espíritas porque asumimos en la vida espiritual graves responsabilidades para esta hora del mundo. Ayudémonos a nosotros mismos, ampliando nuestra comprensión del sentido y de la naturaleza del Espiritismo, de su importante misión en la Tierra. Y ayudemos al Espiritismo a cumplirla.
El mundo actual está lleno de problemas y conflictos. El crecimiento de la población, el desarrollo económico, el progreso científico, el aprimoramiento técnico y la profunda modificación de las concepciones de la vida y del hombre, colócanos delante de una situación de asustadora inestabilidad.
Las viejas religiones se sienten avaladas hasta lo más hondo de sus cimientos. Amenazan ruina, al impacto del avance científico y de la propagación del escepticismo. Descreyentes de los viejos dogmas, los hombres se vuelven para la fiebre de los instintos, es una inútil tentativa de regresar a la irresponsabilidad animal. El espírita no escapa a esa exposición del instinto. Mas el Espiritismo no es una vieja religión, ni una concepción superada. Es una doctrina nueva, que apareció precisamente para cimentar el futuro. Sus bases no son dogmáticas, más científicas, experimentales. Su estructura no es teológica, más filosófica, apoyada en la lógica más rigurosa.
Su finalidad religiosa no se define por las promesas y las amenazas de la Teología, más por la consciencia de la libertad humana y de la responsabilidad espiritual de cada individuo, sujeta al control natural de la ley de causa y efecto. El espírita no tiene el derecho de temer y apavorarse, ni de huir a sus deberes y entregarse a los instintos. Su deber es uno solo: luchar por la implantación del Reino de Dios en la Tierra. ¿Más, como luchar? Este libro procuró indicar, a los espíritas, varias maneras de proceder en las circunstancias de la vida y en vista de los múltiples problemas existentes en la hora presente. No se trata de ofrecer un manual, con reglas uniformes y rígidas, más de presentar el esbozo de un rotero, con base en la experiencia personal de los autores y en la inspiración de los Espíritus que los auxiliaron a escribir estas páginas. La lucha espírita es incesante. Sus frentes de batalla comienzan en su propio interior y van hasta los límites del mundo exterior. Mas el espírita no está solo, pues cuenta con el auxilio constante de los Espíritus del Señor, que presiden la propagación y el desarrollo del Espiritismo en la Tierra.
La mayoría de los espíritas llegarán al Espiritismo acometidos por el dolor, por el sufrimiento físico o moral, por la angustia de problemas y situaciones insolubles. Mas, una vez integrados en la Doctrina, no pueden y no deben continuar con las preocupaciones personales que motivaran a su transformación conceptual. El Espiritismo les abrió la mente para una comprensión enteramente nueva de la realidad. Es necesario que todos los espíritas procuren alimentar, cada vez más, esa nueva comprensión de la vida y del mundo, a través del estudio y de la meditación. Es necesario también que aprendan a usar la poderosa arma de la oración, tan desmoralizada por el automatismo habitual a que las religiones formalistas la relegaran.
La oración es la más poderosa arma de que disponemos los espíritas, como nos enseñó Kardec, como lo proclamó León Denis y como lo acentuó Miguel Vives. La oración verdadera, brotada del íntimo, como la fuente transparente brota de las entrañas de la tierra, es de un poder no calculado por el hombre. El espírita debe utilizarse constantemente de la oración. Ella le calmará el corazón inquieto y aclarará los caminos del mundo. La propia ciencia materialista está hoy probando el poder del pensamiento y su capacidad de transmisión al infinito. El pensamiento empleado en la oración lleva aún la carga emotiva de los más puros y profundos sentimientos. El espírita ya no puede dudar del poder de la oración, pregonado por el Espiritismo. Cuando algunos «maestros» ocultistas o espíritas desavisados llamen a la oración de muleta, el espírita convicto debe recordar que Cristo también la usaba y también la enseñó. ¡Bendita muleta es esa, que el propio Maestro de los Maestros no arrojó a la margen del camino, en su luminoso pasaje por la Tierra! El espírita sabe que la muerte no existe, que el dolor no es una venganza de los dioses o un castigo de Dios, más una fuerza de equilibrio y una ley de educación, como explicó León Denis. Sabe que la vida terrena es apenas un período de pruebas y expiaciones, en que el espíritu inmortal se aprimora, con vistas a la vida verdadera, que es la espiritual.
Los problemas angustiantes del mundo actual no pueden perturbarlo. El está amparado, no en una fortaleza perecible, más en la seguridad dinámica de la comprensión, del apercibimiento constante de la realidad viva que le rodea y de que él mismo es parte integrante. Las mudanzas incesantes de las cosas, que nos revelan la inestabilidad del mundo, ya no pueden asustar al espírita, que conoce la ley de evolución. ¿Cómo puede él inquietarse o angustiarse, delante del mundo actual? El Espiritismo le enseña y demuestra que este mundo en el que ahora nos encontramos, lejos de amenazarnos con la muerte y la destrucción, nos acecha con la resurrección y una vida nueva.
El espírita tiene que enfrentar el mundo actual con la confianza que el Espiritismo le da, esa confianza racional en Dios y en sus leyes admirables, que rigen las constelaciones atómicas en el seno de la materia y las constelaciones astrales en el seno del espacio infinito.
El espírita no teme, porque conoce el proceso de la vida, en sus múltiples aspectos, y sabe que el mal es un fenómeno relativo, que caracteriza los mundos inferiores. Sobre su cabeza ruedan diariamente los mundos superiores, que le esperan en la distancia, y que los mismos materialistas hoy procuran alcanzar con sus cohetes y sus sondas espaciales. No son, por tanto, mundos utópicos, ilusorios, más realidades concretas del Universo, visible.
Confiante en Dios, inteligencia suprema del Universo y causa primaria de todas las cosas -poder supremo e indefinible, al que las religiones dogmáticas dieran la apariencia errónea de la propia criatura humana-, el espírita no tiene lo que temer, desde que procure seguir los principios sublimes de su Doctrina. Dios es amor, escribió el apóstol Juan. Dios es la fuente de Bien y de la Belleza, como afirmaba Platón. Dios es aquella necesidad lógica a la que se refería Descartes, que no podemos quitar del Universo sin que el Universo se deshaga.
El espírita sabe que no tiene apenas creencias, pues posee conocimientos. Y quien conoce no teme, pues sólo lo desconocido nos asusta. El mundo actual es el campo de batalla del espírita. Más es también su oficina, aquella oficina en la que él forja un mundo nuevo. Día a día él debe batir en la bigornia del futuro. A cada día que pasa, un poco del trabajo estará hecho. El espírita es el constructor de su propio futuro, es el auxiliar de Dios en la construcción del futuro del mundo. Si el espírita recula, si teme, si vacila, puede comprometer la gran obra. Nada le debe perturbar el trabajo, en la turbulenta más promisoria oficina del mundo actual. En resumen: El espírita es el consciente constructor de una nueva forma de vida humana en la Tierra y de vida espiritual en el Espacio; su responsabilidad es proporcional a su conocimiento de la realidad, que la nueva Revelación le dio; su deber de enfrentar las dificultades actuales y transformarlas en nuevas oportunidades de progreso, no puede ser olvidado un momento siquiera; ¡espíritas, cumplamos nuestro deber!
* * *
El libro cristiano es el alimento de la vida eterna André Luiz
Extraído del libro " El tesoro de los Espiritas" Miguel Vives
Descarga Aqui Gratis este libro digital de Miguel Vives, El Tesoro de los Espiritas – Guía Practica del Espiritista
_______________________de Miguel Vives
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¿EN QUE CREEMOS?
La obsesión desde la Perspectiva Espírita
¿Qué es La Transformación Moral?
¿Cómo activamos nuestra Transformación Moral?
¿Significa lo mismo Reforma Íntima y Transformación Moral?
Reforma Íntima
¿Qué es La Reforma Íntima?
Los Espíritus de La Codificación Espírita
LA OBSESIÓN - INTRODUCCIÓN
Causa y Cura de la Obsesión
CONOCE TU ESPÍRITU PROTECTOR
OBSESIÓN EN LA MEDÍUMNIDAD
LIBRE ALBEDRÍO Y LA MORAL
Ley de Causa y Efecto
ESPÍRITUS IMPERFECTOS, ESPÍRITUS BUENOS
¿QUE ES LA REENCARNACIÓN?
NO PAGAR POR CONSULTAS CON ADIVINOS
CAUSA Y CURA DE LA OBSESIÓN
Influencia Oculta de los Espíritus en Nuestros pensamientos.
El Diablo, Satanás o el Demonio no existe
Egoísmo
¿El Alma Sufre o no en Transito?
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Miguel Vives |
El Espiritismo vino para ayudar la Tierra en esa transición. Procuremos, pues, comprender nuestra responsabilidad de espíritas, en todos los sectores de la vida contemporánea. No somos espíritas por acaso, ni porque precisamos del auxilio de los Espíritus para la solución de nuestros problemas terrenos. Somos espíritas porque asumimos en la vida espiritual graves responsabilidades para esta hora del mundo. Ayudémonos a nosotros mismos, ampliando nuestra comprensión del sentido y de la naturaleza del Espiritismo, de su importante misión en la Tierra. Y ayudemos al Espiritismo a cumplirla.
El mundo actual está lleno de problemas y conflictos. El crecimiento de la población, el desarrollo económico, el progreso científico, el aprimoramiento técnico y la profunda modificación de las concepciones de la vida y del hombre, colócanos delante de una situación de asustadora inestabilidad.
Las viejas religiones se sienten avaladas hasta lo más hondo de sus cimientos. Amenazan ruina, al impacto del avance científico y de la propagación del escepticismo. Descreyentes de los viejos dogmas, los hombres se vuelven para la fiebre de los instintos, es una inútil tentativa de regresar a la irresponsabilidad animal. El espírita no escapa a esa exposición del instinto. Mas el Espiritismo no es una vieja religión, ni una concepción superada. Es una doctrina nueva, que apareció precisamente para cimentar el futuro. Sus bases no son dogmáticas, más científicas, experimentales. Su estructura no es teológica, más filosófica, apoyada en la lógica más rigurosa.
Su finalidad religiosa no se define por las promesas y las amenazas de la Teología, más por la consciencia de la libertad humana y de la responsabilidad espiritual de cada individuo, sujeta al control natural de la ley de causa y efecto. El espírita no tiene el derecho de temer y apavorarse, ni de huir a sus deberes y entregarse a los instintos. Su deber es uno solo: luchar por la implantación del Reino de Dios en la Tierra. ¿Más, como luchar? Este libro procuró indicar, a los espíritas, varias maneras de proceder en las circunstancias de la vida y en vista de los múltiples problemas existentes en la hora presente. No se trata de ofrecer un manual, con reglas uniformes y rígidas, más de presentar el esbozo de un rotero, con base en la experiencia personal de los autores y en la inspiración de los Espíritus que los auxiliaron a escribir estas páginas. La lucha espírita es incesante. Sus frentes de batalla comienzan en su propio interior y van hasta los límites del mundo exterior. Mas el espírita no está solo, pues cuenta con el auxilio constante de los Espíritus del Señor, que presiden la propagación y el desarrollo del Espiritismo en la Tierra.
La mayoría de los espíritas llegarán al Espiritismo acometidos por el dolor, por el sufrimiento físico o moral, por la angustia de problemas y situaciones insolubles. Mas, una vez integrados en la Doctrina, no pueden y no deben continuar con las preocupaciones personales que motivaran a su transformación conceptual. El Espiritismo les abrió la mente para una comprensión enteramente nueva de la realidad. Es necesario que todos los espíritas procuren alimentar, cada vez más, esa nueva comprensión de la vida y del mundo, a través del estudio y de la meditación. Es necesario también que aprendan a usar la poderosa arma de la oración, tan desmoralizada por el automatismo habitual a que las religiones formalistas la relegaran.
La oración es la más poderosa arma de que disponemos los espíritas, como nos enseñó Kardec, como lo proclamó León Denis y como lo acentuó Miguel Vives. La oración verdadera, brotada del íntimo, como la fuente transparente brota de las entrañas de la tierra, es de un poder no calculado por el hombre. El espírita debe utilizarse constantemente de la oración. Ella le calmará el corazón inquieto y aclarará los caminos del mundo. La propia ciencia materialista está hoy probando el poder del pensamiento y su capacidad de transmisión al infinito. El pensamiento empleado en la oración lleva aún la carga emotiva de los más puros y profundos sentimientos. El espírita ya no puede dudar del poder de la oración, pregonado por el Espiritismo. Cuando algunos «maestros» ocultistas o espíritas desavisados llamen a la oración de muleta, el espírita convicto debe recordar que Cristo también la usaba y también la enseñó. ¡Bendita muleta es esa, que el propio Maestro de los Maestros no arrojó a la margen del camino, en su luminoso pasaje por la Tierra! El espírita sabe que la muerte no existe, que el dolor no es una venganza de los dioses o un castigo de Dios, más una fuerza de equilibrio y una ley de educación, como explicó León Denis. Sabe que la vida terrena es apenas un período de pruebas y expiaciones, en que el espíritu inmortal se aprimora, con vistas a la vida verdadera, que es la espiritual.
Los problemas angustiantes del mundo actual no pueden perturbarlo. El está amparado, no en una fortaleza perecible, más en la seguridad dinámica de la comprensión, del apercibimiento constante de la realidad viva que le rodea y de que él mismo es parte integrante. Las mudanzas incesantes de las cosas, que nos revelan la inestabilidad del mundo, ya no pueden asustar al espírita, que conoce la ley de evolución. ¿Cómo puede él inquietarse o angustiarse, delante del mundo actual? El Espiritismo le enseña y demuestra que este mundo en el que ahora nos encontramos, lejos de amenazarnos con la muerte y la destrucción, nos acecha con la resurrección y una vida nueva.
El espírita tiene que enfrentar el mundo actual con la confianza que el Espiritismo le da, esa confianza racional en Dios y en sus leyes admirables, que rigen las constelaciones atómicas en el seno de la materia y las constelaciones astrales en el seno del espacio infinito.
El espírita no teme, porque conoce el proceso de la vida, en sus múltiples aspectos, y sabe que el mal es un fenómeno relativo, que caracteriza los mundos inferiores. Sobre su cabeza ruedan diariamente los mundos superiores, que le esperan en la distancia, y que los mismos materialistas hoy procuran alcanzar con sus cohetes y sus sondas espaciales. No son, por tanto, mundos utópicos, ilusorios, más realidades concretas del Universo, visible.
Confiante en Dios, inteligencia suprema del Universo y causa primaria de todas las cosas -poder supremo e indefinible, al que las religiones dogmáticas dieran la apariencia errónea de la propia criatura humana-, el espírita no tiene lo que temer, desde que procure seguir los principios sublimes de su Doctrina. Dios es amor, escribió el apóstol Juan. Dios es la fuente de Bien y de la Belleza, como afirmaba Platón. Dios es aquella necesidad lógica a la que se refería Descartes, que no podemos quitar del Universo sin que el Universo se deshaga.
El espírita sabe que no tiene apenas creencias, pues posee conocimientos. Y quien conoce no teme, pues sólo lo desconocido nos asusta. El mundo actual es el campo de batalla del espírita. Más es también su oficina, aquella oficina en la que él forja un mundo nuevo. Día a día él debe batir en la bigornia del futuro. A cada día que pasa, un poco del trabajo estará hecho. El espírita es el constructor de su propio futuro, es el auxiliar de Dios en la construcción del futuro del mundo. Si el espírita recula, si teme, si vacila, puede comprometer la gran obra. Nada le debe perturbar el trabajo, en la turbulenta más promisoria oficina del mundo actual. En resumen: El espírita es el consciente constructor de una nueva forma de vida humana en la Tierra y de vida espiritual en el Espacio; su responsabilidad es proporcional a su conocimiento de la realidad, que la nueva Revelación le dio; su deber de enfrentar las dificultades actuales y transformarlas en nuevas oportunidades de progreso, no puede ser olvidado un momento siquiera; ¡espíritas, cumplamos nuestro deber!
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Partes de esta reflexión ha sido tomada de un artículo publicado por Frank Montañez de “Soy Espírita” en su blog: www.soyespirita.blogspot.com
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