Dios ha dado al hombre el libre albedrío, ha querido que llegase por su propia experiencia a diferenciar el bien del mal, y que la práctica del bien fuese el resultado de sus esfuerzos y de su propia voluntad.
Libro del Evangelio según el Espiritismo, CAPÍTULO XVI,
8. La desigualdad de riquezas es uno de los problemas que en vano se quieren resolver, sí sólo se atiende a la vida actual. La primera cuestión que se presenta es ésta : ¿Por qué todos los hombres no son igualmente ricos? No lo son por una razón muy sencilla: porque no son igualmente inteligentes, activos y laboriosos para adquirir, sóbrios y previsores para conservar. Además, está matemáticamente demostrado, que la fortuna igualmente repartida, daría a cada uno una parte mínima e insuficiente; que suponiendo hecha ésta repartición, el equilibrio se rompería en poco tiempo, por la diversidad de caractéres y de aptitudes; que suponiéndola posible y duradera, teniendo cada uno apénas lo necesario para vivir, ésto sería el agotamiento de todos los grandes trabajos que concurren al progreso y al bienestar de la humanidad; que suponiendo que se diese a cada uno lo necesario, no habría ya el aguijón que empuja a los grandes descubrimientos y a las empresas útiles. Sí Dios la concentra en ciertos puntos, es porque desde allí se esparce en cantidad suficiente según las necesidades.
Admitido ésto, preguntará alguno, por qué Dios la ha concedido a personas incapaces de hacerla fructificar para el bien de todos. Ésta es también una prueba de la sabiduría y de la bondad de Dios. Dando al hombre el libre albedrío, ha querido que llegase por su propia experiencia a diferenciar el bien del mal, y que la práctica del bien fuese el resultado de sus esfuerzos y de su propia voluntad. No debe ser conducido fatalmente ni al bien ni al mal, sin ésto sólo sería un instrumento pasivo e irresponsable cómo los animales.
La fortuna es un medio para probarle moralmente; pero cómo al mismo tiempo, es un poderoso medio de acción para el progreso, no quiere que quede por mucho tiempo improductiva, por ésto la cambia de puesto incesantemente. Cada uno debe poseerla para ensayarse a servirse de ella, y probar el uso que de ella se sabe hacer; pero como hay la imposibilidad material de que todos la tengan a un mismo tiempo, y cómo por otra parte, sí todos la poseyesen, nadie trabajaría, y el mejoramiento del globo sufriría las consecuencias, cada uno la posée a su vez: el que hoy no la tiene, la tuvo ya o la tendrá en otra existencia, y el que la tiene ahora podrá no tenerla mañana. Hay ricos y pobres, por que siendo Dios justo, cada uno debe trabajar cuándo le toca su turno; la pobreza es para los unos la prueba de la paciencia y de la resignación , y la riqueza es para los otros la prueba de la caridad y de la abnegación.
Nos lamentamos con razón al ver el miserable uso que ciertas gentes hacen de la fortuna, las innobles pasiones que provoca la codicia, y preguntamos; ¿Dios es justo dando la riqueza a semejantes gentes? Cierto es que sí el hombre sólo tuviera una existencia, nada justificaria semejante repartición de los bienes de la tierra; pero sí en lugar de limitar su vista a la vida presente, se considera el conjunto de las existencias, se verá que todo se equilibra con justicia.
El pobre, pues, no tiene motivo de acusar a la Providencia, ni de envidiar a los ricos, y los ricos tampoco lo tienen para glorificarse por lo que poseen. Sí abusan de ella, no será con los decretos, ni con las leyes suntuarias como podrá remediarse el mal; las leyes pueden cambiar momentáneamente el exterior, pero no pueden cambiar el corazón; por ésto sólo pueden tener una duración temporal, y siempre son seguidas de una reacción desmedida. El origen del mal, está en el Egoísmo y en el Orgullo; los abusos de toda naturaleza cesarán por sí mismos, cuándo los hombres se sometan a la ley de la Caridad.
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