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El Libro de Génesis Espiritista escrito por Allan Kardec y el quinto libro publicado cómo libro codificado, nos habla y describe a Moisés. Veamos las referencias de Moisés en Génesis Espiritual...
CAPÍTULO 1.
"Caracteres de la Revelación Espirita":
9.— ¿Hay revelaciones
directas de Dios a los hombres? Cuestión es esta que
no nos atrevemos a resolver de una manera absoluta en sentido afirmativo ni
negativo. La cosa no es esencialmente imposible; pero no hay de ella una prueba
evidente. Más no puede dudarse que hay Espíritus allegados a Dios por su
perfección que se penetran de su pensamiento y pueden comunicarlo. Por lo que hace a los reveladores encarnados,
pueden tomar sus instrucciones en sí mismos, recibirlas de Espíritus más
elevados, y aún ser mensajeros inmediatos de Dios, según el orden jerárquico a
que pertenecen los últimos, hablando en nombre de Dios, han podido a veces ser
mirados como Dios mismo, a causa de la ingenua piedad de sus admiradores.
Esta clase de comunicaciones no tienen nada
de extraño para los que conozcan los fenómenos espíritas y la manera con que se
establecen las relaciones entre los encarnados y los desencarnados. Las
instrucciones pueden trasmitirse por diferentes medios, a saber: la inspiración
pura y simple, por el oído o la audición de la palabra, por la vista de los
Espíritus instructores en las visiones y apariciones, ya en sueños, ya en
vigilia, como se ve en muchos ejemplos tanto en la Biblia y en los evangelios,
como en los libros sagrados de todos los pueblos. Es pues, rigorosamente exacto
decir que la mayor parte de los reveladores son médium inspirados, auditivos o
videntes: lo cual no quiere decir que todos los médiums sean reveladores, y
mucho menos intermediarios directos de la Divinidad o de sus mensajeros.
10.—Los Espíritus puros son los únicos que
reciben directamente la Palabra de Dios con encargo de trasmitirla. Pero se
sabe ahora que no todos los Espíritus son perfectos ni mucho
menos, y que los hay que revisten falsas apariencias; lo cual ha hecho decir a
San Juan: «No creáis á todo Espíritu; más ver antes si son de Dios.» (Epís. 1.
a cap. IV n.° 4.).
Puede haber revelaciones serias y
verdaderas, como las hay apócrifas y engañosas. El carácter esencial de la
revelación Divina es el de la eterna verdad. Ninguna revelación tachada de
error o sujeta a mudanza puede proceder de Dios. Así es como el Decálogo tiene
todos los caracteres de su origen; mientras que las otras leyes mosaicas,
esencialmente transitorias y frecuentemente en contradicción con la ley del
Sinaí, son obra personal y política del legislador hebreo. Las costumbres del
pueblo al dulcificarse, han hecho caer en desuso esas leyes, mientras que el
Decálogo ha quedado en pie como el faro de la humanidad. Cristo ha hecho de él
la base de su doctrina, mientras que ha abolido las otras leyes, lo que no
hubiera hecho, sí hubiesen sido obra de Dios. Cristo y Moisés han sido los
grandes reveladores que han cambiado la faz del mundo, y esa es la prueba de su
misión divina: una obra puramente humana nunca hubiera tenido tal poder.
Moisés presentó a Dios como un juez implacable que era vengador a los que no cumplieran con el decálogo.
(…) Razón existe, pues, para que
el espiritismo sea considerado la tercera de las grandes revelaciones. Veamos
en qué difieren esas revelaciones, y cuál es el vínculo que las relaciona entre
sí.
21.
Moisés, como profeta, reveló a los hombres la existencia de un Dios único,
soberano Señor y creador de todas las cosas. Promulgó la ley del Sinaí y echó
las bases de la verdadera fe. Como hombre, fue el legislador del pueblo a
través del cuál ésa primitiva fe, depurada, habría de expandirse por toda la
Tierra.
22.
Cristo, que tomó de la antigua ley lo que es eterno y divino, y desechó lo que
era transitorio, meramente disciplinario y de concepción humana, agregó la revelación de la vida futura, de la que Moisés no había
hablado, como también la de las penas y las recompensas que aguardan al hombre
después de la muerte. (Véase la Revista Espírita de marzo y septiembre
de 1861.)
23.
La parte más importante de la revelación de Cristo, en el sentido de primera
fuente, de piedra angular de toda su doctrina, es el punto de vista
absolutamente nuevo desde el cuál considera a la Divinidad. Esta ya no es el
Dios terrible, celoso, vengativo de Moisés; el Dios cruel e implacable que
riega la tierra con sangre humana, que ordena la masacre y el exterminio de
pueblos, sin exceptuar a las mujeres, a los niños y a los ancianos, y que
castiga a quienes tratan con indulgencia a las víctimas; ya no es el Dios injusto
que escarmienta a todo un pueblo por la falta de su líder, que se venga del
culpable en la persona del inocente, que daña a los hijos por las faltas de los
padres; sino un Dios clemente, soberanamente justo y bueno, pleno de
mansedumbre y misericordia, que perdona al pecador arrepentido y da a cada uno según sus obras. Ya no es el Dios de un único
pueblo privilegiado, el Dios de los ejércitos que dirige los combates para
sustentar su propia causa contra el Dios de los otros pueblos, sino el Padre
común del género humano, que extiende su protección a todos sus hijos y los
convoca a todos hacia él; ya no es el Dios que recompensa y castiga sólo con los
bienes de la Tierra, que hace consistir la gloria y la felicidad en la
esclavitud de los pueblos rivales y en la multiplicidad de la progenie, sino un
Dios que dice a los hombres: “Vuestra verdadera patria no está en este mundo,
sino en el reino celestial, allí donde los humildes de corazón serán elevados y
los orgullosos serán humillados”. Ya no es el Dios que hace de la venganza una
virtud y ordena que se retribuya ojo por ojo, diente por diente; sino el Dios
de misericordia que dice: “Perdonad las ofensas si queréis ser perdonados;
haced el bien a cambio del mal; no hagáis a los demás lo que no queréis que os
hagan”. Ya no es más el Dios mezquino y meticuloso que impone, bajo las más
rigurosas penas, el modo como quiere ser adorado, que se ofende por la falta de
observancia de una fórmula; sino el Dios grande que ve el pensamiento y al que no
se honra con la forma. En fin, ya no es el Dios que quiere ser temido, sino el
Dios que quiere ser amado.
24.
Por ser Dios el eje de todas las creencias religiosas, y el objetivo de todos
los cultos, el carácter de todas las religiones está conforme
con la idea que estas tienen de Él. Las religiones que hacen de Dios un ser vengativo y cruel
creen honrarlo con actos de crueldad, con hogueras y torturas; las que tienen
un Dios parcial y celoso son intolerantes y, en mayor o menor medida,
meticulosas en la forma, pues lo consideran más o menos contaminado con las debilidades
y la frivolidad humanas.
25.
Toda la doctrina de Cristo está fundada en el carácter que Él atribuye a la
Divinidad. Con un Dios imparcial, soberanamente justo, bueno y misericordioso,
Él hizo del amor de Dios y de la caridad para con el prójimo la condición
expresa de la salvación, y dijo: Amad a Dios sobre todas las cosas
y al prójimo como a vosotros mismos; en esto consiste toda la ley y los
profetas; no existe otra ley. Sobre esta única creencia asentó el principio de la igualdad
de los hombres ante Dios, así como el de la fraternidad universal. En cambio,
¿era posible amar al Dios de Moisés? No, sólo se podía temerlo. La revelación
de los verdaderos atributos de la Divinidad, juntamente con la de la
inmortalidad del alma y de la vida futura, modificaba profundamente las
relaciones mutuas entre los hombres, les imponía nuevas obligaciones, los hacía
encarar la vida presente desde otro aspecto, y por eso mismo habría de
reaccionar contra las costumbres y las relaciones sociales. Ese es,
indiscutiblemente, por sus consecuencias, el punto principal de la revelación de
Cristo, cuya importancia no fue suficientemente comprendida. Además, es
lamentable decir que también es el punto del que la humanidad más se ha
apartado, el que más ha ignorado en la interpretación de sus enseñanzas.
26.
No obstante, Cristo agrega: “Muchas de las cosas que os digo, todavía no las
podéis comprender, y muchas otras tendría que deciros, que no comprenderíais;
por eso os hablo por parábolas; con todo, más adelante habré
de enviaros el Consolador; el Espíritu de Verdad, que restablecerá todas
las cosas y os las explicará todas”.
(San Juan,
14:16; San Mateo,
17.)
Sí Cristo no dijo todo lo que hubiera podido decir, es porque consideró
conveniente dejar ciertas verdades en la sombra, hasta que los hombres
estuviesen en condiciones de comprenderlas. Como Él mismo lo confesó, su
enseñanza estaba incompleta, visto que anunció la llegada de aquel que debería
completarla. Había previsto, entonces, que sus palabras serían despreciadas o
mal interpretadas, y que los hombres se desviarían de su enseñanza; en suma,
que destruirían lo que Él había hecho, puesto que todas las cosas habrán de ser
restablecidas. Ahora bien, sólo se restablece aquello
que ha sido deshecho.
48. —Esto no obstante, los
centros espiritistas hubieran podido estar mucho tiempo aislados y sin conexión
alguna entre sí, confinados como se hallan muchos en países muy lejanos.
Necesitaban un lazo de unión que los pusiese en comunidad de pensamientos con
sus correligionarios y los instruyese de lo que en otras partes se hace. Este lazo de unión que en lo antiguo no hubiera tenido
el Espiritismo, se encuentra en las publicaciones que circulan por todas
partes, y que condensan bajo una sola forma concisa y metódica, la enseñanza
dada por todas partes bajo formas múltiples y en todos los idiomas.
49. —Las dos primeras revelaciones no podían
menos de ser el resultado de una enseñanza de secta: debían imponerse a la fe por la autoridad de la palabra del maestro, puesto que los hombres no estaban
bastante adelantados para cooperar eficazmente a la elaboración.
Observamos entre ellas, sin embargo, una
diferencia muy característica, que depende de los progresos de las costumbres y
de las ideas, aún cuando hechas en un mismo pueblo y en un mismo medio, y a
diez y ocho siglos de distancia. La doctrina de Moisés es absoluta, despótica:
no consiente discusión y se impone a
todo el pueblo por la fuerza;
la de Jesús es esencialmente conciliadora, se acepta o no se acepta
libremente, y no se impone sino por la persuasión: es-controvertible, aún
viviendo su fundador, que no desdeña discutir con sus adversarios.
50.—La tercera revelación, venida en una
época de emancipación y de madurez intelectual, en que la inteligencia
desarrollada no puede reducirse a un papel pasivo, en que el hombre no acepta
nada a ciegas y sin examen, si no que quiere ver a donde se le lleva, saber el
cómo y porqué de cada cosa; debía ser el producto de una enseñanza, y al mismo
tiempo el fruto del trabajo de la investigación y del libre examen: los
Espíritus no enseñan sino lo preciso para ponernos en el camino de la verdad ,
y se abstienen de revelar lo que el hombre puede encontrar por sí mismo,
dejándole el cuidado de discutir, de comprobar y de someterlo todo al crisol de
la razón, y aún dejándole a veces adquirir la experiencia a su costa. Le dan el
principio, la base y los materiales, y le dejan el cuidado de aprovecharlos y
ponerlos en obra (n.° 15).
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Comentario de Frank Montañez:
Moises cometió muchos errores en sus apreciaciones a lo que creía Dios le había revelado. Moises utilizó sus propias opiniones en la información que había recibido de los Espíritus. Veamos lo que dijeron los Espíritus a Allan Kardec en el Libro de Génesis espiritual.
Libro de Génesis - Capítulo XII
"A fin de que comprendamos ciertas
partes del Génesis, es indispensable que nos coloquemos en el punto de vista
de las ideas cosmogónicas de la época que este refleja.
10. A partir de los progresos de la
física y la astronomía, una doctrina como esa es insostenible. 54
54 Por
más grosero que sea el error de esa creencia, todavía despierta el entusiasmo
de los niños de nuestro tiempo, como si se tratase de una verdad sagrada.
Tiemblan los educadores cuando osan aventurarse a una tímida interpretación.
¿Cómo habríamos de pretender que eso no fuera más tarde a generar incrédulos?
(N. de Allan Kardec.)
No obstante, Moisés atribuye esas
palabras al propio Dios. Ahora bien, ya que estas expresan un hecho notoriamente
falso, tenemos dos opciones: o Dios se equivocó en el relato que hizo de su
obra, o ese relato no es una revelación divina. Como la primera suposición no
es admisible, se debe concluir que Moisés se limitó a expresar sus propias
ideas. (Véase el Capítulo I, § 3.).
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Libro del Cielo y el Infierno, Primera Parte - Capítulo XI, Entonces, Moisés le añadió a lo revelado, su propia opinión.
CAPÍTULO VI.
DOCTRINA DE LAS PENAS ETERNAS.
Origen de la doctrina de las penas eternas.— Argumentos en apoyo
de las penas eternas.—Imposibilidad material de las penas eternas.—La doctrina de las penas eternas no es yá de estos tiempos.
—Ezequiel contra la eternidad de penas y el pecado original.
Origen de la doctrina de las penas eternas.
1 . °—La creencia en la eternidad de las penas pierde cada día tanto terreno que, sin ser profeta, cada uno puede proveer su próximo fin; ha sido combatida
con argumentos tan poderosos y tan perentorios, que casi parece supérfluo ocuparse de ella de hoy en adelante, y basta dejarla que se extinga. Sin embargo, hay que conceder que, aunque caduca, es todavía el escudo de los adversarios de las nuevas ideas, el cual defienden con más empeño, porque es uno de los lados más vulnerables y proveen las consecuencias de su caída. Bajo este punto de vista, esta cuestión merece un examen serio.
2. "—La doctrina de las penas eternas, como la del Infierno material, tuvo su razón de ser, cuando ese te mor podía ser un freno para los hombres poco adelantados intelectual y moralmente. Por lo mismo que se hubieran impresionado poco o nada con la idea de las penas morales, tampoco se hubieran sobre cogido con la de las penas temporales; ni aún habrían comprendido la justicia de las penas graduadas y proporcionadas; porque no eran aptos para distinguir las diferencias, algunas veces poco sensibles, entre el bien y el mal, ni el valor relativo de las circunstancias atenuantes o agravantes.
3. —Cuanto más cerca están los hombres del estado primitivo, tanto más materiales son; el sentido moral se desarrolla en ellos con más lentitud. Por esta misma razón sólo pueden tener de Dios y de sus atributos, una idea muy imperfecta, lo mismo que de la vida futura. Asimilan a Dios a su propia naturaleza; para ellos es un soberano absoluto, tanto más temible cuanto más invisible, como un monarca déspota que escondido en su palacio, no se muestra nunca a sus súbditos. Sólo es poderoso por la fuerza material, por
que no comprenden la fuerza moral; se lo representan armado con el rayo, o en medio de los relámpagos y de la tempestad, sembrando en sus excursiones la ruina y el desconsuelo, a imitación de los guerreros invencibles. Un Dios de mansedumbre y de misericordia no seria un Dios, y sí un ser débil que no sabría hacerse obedecer. La venganza implacable, los castigos terribles, eternos, nada tenían que contradijeran la idea que tenían formada de Dios, ni que repugnase a su razón. Implacables como eran en sus resentimientos, crueles para con sus enemigos, sin piedad para los vencidos, Dios, muy superior a ellos, debía ser todavía más terrible.
Para hombres tales, se necesitaban creencias religiosas asimiladas a su naturaleza todavía adusta; una religión completamente espiritual, toda amor y caridad, no podía hermanarse con la brutalidad de las costumbres y de las pasiones. No vituperemos, pues, a Moisés por su legislación draconiana, que apenas bastaba para contener a su pueblo indócil, ni el haber representado a Dios como un Dios vengador.
Era necesario en aquella época; la apreciable doctrina de Jesús no habría encontrado eco y hubiera sido ineficaz.
4.—Según se fue desarrollando el espíritu, el velo material se fue disipando poco a poco, y los hombres fueron más aptos para comprender las cosas espirituales; pero esto sólo se verificó gradualmente. Cuando vino Jesús pudo anunciar un Dios clemente, hablar de su reino que no es de este mundo, y decir a los hombres: amaos unos a otros, haced bien a los que os odian; siendo así que los antiguos decían: ojo por ojo, diente por diente.
¿Quiénes eran, pues, los hombres que vivían en tiempo de Jesús? ¿Eran almas nuevamente creadas y encarnadas? Si esto fuese, Dios habría creado en tiempo de Jesús almas más adelantadas que en tiempos de Moisés. Pero entonces, ¿qué se hicieron éstas? ¿habrían languidecido durante la eternidad en el embrutecimiento? El solo sentido común rechaza esta suposición. No; eran las mismas almas que después de haber vivido bajo la ley mosaica, habían, durante muchas existencias, adquirido un desarrollo suficiente para comprender una doctrina más elevada, y están hoy bastante adelantadas para recibir una enseñanza todavía más completa.
5. —Sin embargo, Cristo no pudo revelar a sus contemporáneos todos los misterios del porvenir; él mismo dijo: Tengo todavía muchas cosas que deciros, pero no las comprenderíais; por esto os habla en parábolas. Sobre todo lo relativo a la moral, es decir, los deberes de hombre a hombre, fue muy explícito, porque haciendo vibrar la cuerda sensible de la vida material, sabia que le comprenderían; sobre los demás puntos, se limitaba a sembrar, bajo una forma alegórica, los germanes de lo que deberá desarrollarse más tarde.
La doctrina de las penas y de las recompensas futuras pertenece a este último orden de ideas. Con respeto a las penas sobre todo, no debió combatir por de
pronto todas las ideas admitidas. Venia para señalar a los hombres nuevos deberes: la caridad y el amor al prójimo, en lugar del espíritu de odio y de venganza, la abnegación, en lugar del egoísmo; esto era ya mucho; no podía razonablemente amenguar el temor del castigo reservado a los prevaricadores, sin debilitar al mismo tiempo la idea del deber. Prometía el reino de los cielos a los buenos; esta mansión era pues prohibida a los malos. ¿A dónde irían? Era necesaria la contraria, propia para impresionar inteligencias todavía demasiado materiales para identificarse con la vida espiritual; por que no hay que perder de vista que Jesús hablaba al pueblo, a la parte menos ilustrada de la sociedad, para la cual se necesitaban, por decirlo así, imágenes casi palpables, y no ideas sutiles. Por esto no entra en detalles superfluos: le bastaba oponer un castigo al premio: no se necesitaba más en aquella época.
6.—Si Jesús amenazó a los culpables con el fuego eterno, también los amenazó con echarlos a la Géhenna; ¿y qué era esa Géhenna? un sitio cercano a Jerusalén, un podridero a donde iban las inmundicias de la ciudad. ¿Deberíamos tomar esto así al pié de la letra? Era una de aquellas figuras enérgicas con cuya ayuda impresionaba a las masas. Lo mismo sucede con el fuego eterno. Si tal no hubiese sido su pensamiento, estaría en contradicción consigo mismo, enalteciendo la clemencia y la misericordia de Dios, porque la clemencia y la inexorabilidad son tan contrarias, que se anulan. Seria pues interpretar muy mal el sentido de las palabras de Jesús, ver en ellas la sanción del dogma de las penas eternas, cuando toda su enseñanza proclama la mansedumbre del creador.
En la oración dominical, nos enseña a decir: Señor, perdónanos nuestras ofensas, como perdonamos a los que nos han ofendido. Si el culpable no pudiera esperar perdón alguno, excusado fuera pedirlo. ¿Pero este perdón es sin condición? ¿Es una gracia, un indulto puro y sencillo del merecido castigo? No; la medida de este perdón está subordinada al modo con que habremos perdonado; es decir, que si no perdonamos no seremos perdonados. Dios, imponiendo como condición absoluta el olvido de las ofensas, no podía exigir que el hombre débil hiciese lo que él, todopoderoso, no hiciera. La oración dominical es una protesta diaria contra la venganza de Dios.
7. —Para hombres que sólo tenían una noción confusa de la espiritualidad del alma, la idea del fuego material nada chocante era, tanto menos cuanto que
estaba en la creencia vulgar derivada de la del Infierno Pagano, casi universalmente esparcida. La eternidad de las penas nada tenia tampoco que repugnase a gentes sometidas, desde muchos siglos, a la legislación del terrible Jehovah. En el pensamiento de Jesús, el fuego eterno no podía ser más que una figura; poco le importaba que aquella figura fuese tomada al pié de la letra, si debía servir de freno; bien sabia que el tiempo y el progreso se encargarían de hacer comprender su sentido alegórico, sobre todo, cuando según su predicción, el Espíritu de verdad vendría a iluminar a los hombres sobre todas las cosas. El carácter esencial de las penas irrevocables, es la ineficacia del arrepentimiento; Jesús, pues, jamás dijo que el arrepentimiento nunca hallaría perdón ante Dios. En todas las ocasiones, al contrario, muestra a Dios clemente, misericordioso, pronto a recibir al hijo pródigo a su regreso, bajo el techo paterno. No lo presenta inflexible más que con el pecador endurecido; pero si tiene el castigo en una mano, en la otra tiene siempre el perdón para el culpable, cuando éste vuelve sinceramente hacia él.
No es éste por cierto el retrato de un Dios sin piedad. Así es que hay que notar que Jesús nunca pronunció contra persona alguna, ni aún contra los mayores culpables, una condenación irremisible.
8.—Todas las religiones primitivas, de acuerdo con el carácter de los pueblos, tuvieron Dioses- guerreros que combatieron mandando los ejércitos. El Jehovah de los Hebreos les daba mil medios para exterminar a sus enemigos; los premiaba con la victoria, o los castigaba con la derrota. Según la idea que se formaban de Dios, se creía honrarle o aplacarle con la sangre de los animales ó de los hombres: de aquí proceden los sacrificios sangrientos, que tan gran papel hicieron en todas las religiones antiguas. Los Judíos habían abolido los sacrificios humanos; los cristianos a pesar de la enseñanza de Cristo, creyeron mucho tiempo honrar al criador entregando por millares a las llamas y a los tormentos, a aquellos que llamaban herejes; eran, bajo otra forma, verdaderos sacrificios humanos, puesto que lo hacían para mayor gloria de Dios, y con acompañamiento de ceremonias religiosas. Hoy mismo, invocan todavía al Dios de los ejércitos antes del combate y le glorifican después de la victoria, y esto muchas veces por las causas más injustas y más anticristianas.
9.—¡Cuan tardío es el hombre en desprenderse de sus preocupaciones, de sus costumbres, y de sus ideas primeras! cuarenta siglos nos separan de Moisés, y nuestra generación cristiana ve todavía huellas de los antiguos y bárbaros usos, admitidos, o al menos aprobados por la religión actual ! ha sido menester el poder de la opinión de los no-orthodoxos, de aquellos apellidados herejes, para concluir con las hogueras, y hacer comprender la verdadera grandeza de Dios. Pero, a falta de hogueras, las persecuciones materiales y morales están en todo su vigor; tan arraigada está en el hombre la idea de un Dios cruel. Imbuido de sentimientos que se le inculcan desde la niñez ¿puede el hombre admirarse de que el Dios que le representan honrándose por actos bárbaros, condene a tormentos eternos, y vea sin piedad los padecimientos de los condenados?
Sí, son algunos filósofos impíos, en sentir de algunos, los que se escandalizaron al ver el nombre de Dios profanado por actos indignos de él; son aquellos que lo mostraron a los hombres en toda su magnitud, despojándole de las pasiones y de las pequeñeces humanas que le atribuía una creencia poco ilustrada. La religión ganó en dignidad lo que perdió en prestigio exterior; pues si son menos los hombres adictos a la forma, es mayor el número de los que son con más sinceridad religiosos en su corazón y en sus sentimientos.
Pero, al lado de aquéllos ¡cuántos hay que, quedándose en la superficie, han venido a parar a la negación de toda providencia! Por no haber sabido poner a tiempo las creencias religiosas en armonía con los progresos de la razón humana, han hecho surgir en los unos el deísmo, en los otros la incredulidad absoluta, en otros el panteísmo, es decir que el hombre se hizo Dios a sí mismo por no ver uno bastante perfecto.
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Moisés, responsable de lo que se llamó "La Prohibición de Moisés". que aplicaba a los agoreros (Adivinos Masculinos) y pitonisas (adivinas femeninas) de todos los tiempos. Aquí tenemos la explicación de los Espíritus. La "Prohibición de Moisés", no tenia nada que ver con el Espiritismo que no existía para el tiempo de Moisés, sino 21 siglos después con la publicación del Libro de Los Espíritus en el año de 1857, es que surge el Espiritismo Moralizador y Consolador por primera vez. Veamos la explicación en el Libro del Cielo y el Infierno.
CAPÍTULO XI.
1 .—La Iglesia no niega en ningún concepto el hecho de las manifestaciones; al contrario, las admite todas, como se ha visto en las citas precedentes; pero las atribuye a la intervención exclusiva de los demonios. No hay razón para que algunos invoquen el Evangelio para impedirlas; porque de ellas no habla una palabra. El supremo argumento de que se valen es la prohibición de Moisés. He aquí en qué términos se expresa con este motivo la pastoral citada en los capítulos anteriores :
«No es permitido ponerse en relación con ellos (los Espíritus) ya sea inmediatamente, -ya sea por intermedio de los que los evocan y los interrogan. La ley Mosaica castigaba de muerte estas prácticas detestables, en uso entre los gentiles.» «No vayáis a encontrar a los mágicos, dice el Libro del Levítico, y no »»dirijáis a los adivinos ninguna pregunta, por miedo de quedar manchados dirigiéndoos a ellos.» Cap. XVI, v. 31.—«Si un hombre o una mujer tiene un Espíritu de Python o de adivinación, que sean castigados de muerte; serán apedreados y su sangre caerá sobre «sus cabezas.» (Cap. XX, v. 27.» Y en el libro del Deuteronomio: «Que no haya nadie entre vosotros que »consulte a los adivinos, y que observe los sueños «y los augurios, o que use maleficios, sortilegios y encantamientos, o que consulte a los que tienen el Espíritu de Python y que practican la adivinación, o »que interrogan a los muertos para saber la verdad; »porque el Señor tiene en abominación todas estas cosas, y destruirá a vuestra llegada, las naciones que cometan estos crímenes.» (Cap. XVIII, v. 10, 11, 12.)
2.—Es útil para la inteligencia del verdadero sentido de las palabras de Moisés, recordar el texto completo, un poco abreviado en esta cita: «No os apartéis de vuestro Dios, para ir a buscar los mágicos, y no consultéis a los adivinos, por miedo de mancharos, dirigiéndoos a ellos. Yo soy el Señor vuestro Dios,» (Levítico, cap. XIX, v. 31.). «Si un hombre o una mujer tiene un Espíritu de
Python, o un Espíritu de adivinación, que sean castigados de muerte; serán apedreados, y su sangre caerá sobre su cabeza. (Id., cap. XX, v. 27.).
«Cuando habréis entrado en el país que el Señor vuestro Dios os dará, tened buen cuidado de no imitar las abominaciones de estos pueblos; y que no se encuentre nadie entre vosotros que pretenda purificar á su hijo o su hija, haciéndoles pasar por el fuego o que consulte a los adivinos, o que observe los sueños y los augurios, o - que use maleficios, —sortilegios y encantamientos, o que consulte los que tienen el Espíritu de Python, y que se entremeten en adivinar, o que interroguen a los muertos para saber la verdad. — Porque el Señor tiene en abominación todas estas cosas, y exterminará todos estos pueblos a vuestra entrada por causa de estas clases de crímenes que han cometido. (Deuteronomio, cap. XVIII, v. 9, 10, 11 y 12.)
3. —Si la ley de Moisés debe observarse rigurosamente sobre este punto, debe serlo igualmente sobre todos los otros. ¿Por qué había de ser buena en lo que concierne a las evocaciones y mala sobre otros puntos? Es preciso ser consecuente; si se reconoce que su ley no está en armonía con nuestras costumbres y nuestra época para ciertas cosas, no hay razón para que no sea así de la prohibición de que se trata.
Por otra parte, es necesario atender a los motivos que provocaron esta prohibición, motivos que tenían entonces su razón de ser; pero que no existen seguramente hoy. El legislador hebreo quería que su pueblo rompiese con todas las costumbres adquiridas en Egipto, donde la de las evocaciones estaba en uso, y era objeto de abusos, como lo prueban estas palabras de Isaías: «El Espíritu del Egipto se aniquilará en ella, y yo derribaré su prudencia; consultarán sus ídolos, sus adivinos, sus pythonisas y sus mágicos.» (Cap. XIX, v. 3.)
Además, los israelitas no debían contraer ninguna alianza con las naciones extranjeras; pues iban a encontrar las mismas prácticas, que adoptarían, a pesar de que debían combatirlas. Moisés debió , pues, por política, inspirar al pueblo hebreo aversión a todas las costumbres, que por tener puntos de contacto, se las hubieran asimilado. Para motivar¿» esta aversión, era menester presentarlas como reprobadas por Dios mismo; por esto dice: «El Señor tiene en abominación todas estas cosas, y destruirá á vuestra llegada, las naciones que cometen estos crímenes.
4.—La prohibición de Moisés era tanto más justificada, como que no se evocaban los muertos por respeto y afecto a ellos , ni con un sentimiento de piedad; era un media de adivinación, con el mismo título que los augurios y los presagios , explotado por el charlatanismo y la superstición. Sin embargo, no consiguió arrancar esta costumbre , que era objeto de tráfico, como lo prueban los pasajes siguientes del profeta ya citado :
« Y cuando os dirán: Consultad a los mágicos y a los adivinos que hablan bajo en sus encantamientos, respondedles : ¿Cada pueblo no consulta su Dios? ¿Y se va a hablar a los muertos de lo que concierne a los vivos?» (Isaías, Cap. VIII, v. 19.)
«Soy yo quien hago ver la falsedad de los prodigios de la magia; quien vuelve insensatos a los que se mezclan en adivinar, quien derriba el espíritu de los sabios, y quien convence de locura su vana ciencia.»
(Cap. XLIV, v. 25.)
«Que estos augurios que estudian el cielo, que con templan los astros, y que cuentan los meses, para sacar de éstos las predicciones que quieren daros del porvenir, vengan ahora, y que os salven. — Han venido a ser como la paja, el fuego les ha devorado; no podrán librar sus almas de las llamas ardientes ; ni aún de su incendio quedarán carbones, con los cuales pudiese calentarse, ni fuego ante el cual pudiese sentarse. — He ahí lo que serán todas estas cosas a las cuales os habíais dedicado con tanto afán ; estos mercaderes que habían traficado con vosotros desde vuestra juventud, huirán todos, el uno por un lado, el otro por otro, sin que se encuentre de ellos uno sólo que os saque de vuestros males.» (Cap. XLYII, v. 13, 14, 15.).
En este capítulo Isaías se dirige a los babilonios, bajo la figura alegórica de «la virgen hija de Babilonia, hija de los caldeos.» (vers. 1.) Dice que los encantado res no impedirán la ruina de su monarquía. En el capítulo siguiente, se dirige directamente a los israelitas.
«Venid aquí , vosotros, hijos de una adivina, raza de un hombre adúltero y de una mujer prostituta. — ¿Con quién os habéis divertido? ¿Contra quién habéis abierto la boca y lanzado vuestras lenguas agudas? ¿No sois hijos pérfidos y vástagos bastardos, —vosotros que buscáis vuestro consuelo en vuestros dioses, bajo todos los árboles cargados de ramas, que sacrificáis vuestros niños en los torrentes, bajo las rocas salientes?—Habéis puesto vuestra confianza en las piedras del torrente; habéis derramado licores para honrarlas les habéis ofrecido sacrificios. ¿Después de esto, mi indignación no se inflamará?» (Cap. LVII, v. 3, 4, 5, 6.).
Estas palabras no dejan duda; prueban claramente que en aquel tiempo las evocaciones tenían por objeto la adivinación, y que se comerciaba con ellas:
estaban asociadas a las prácticas de la magia y de la hechicería, y aún acompañadas de sacrificios humanos. Moisés tenia, pues, razón en prohibir esas cosas y en decir que Dios las tenia en abominación.
Hasta la edad media se perpetuaron estas prácticas supersticiosas; pero hoy la razón las hace justicia, y el Espiritismo ha venido a demostrar el fin exclusivamente moral , consolador y religioso de las relaciones de ultra-tumba; desde luego que los espiritistas no «sacrifican los niños y no derraman licores para honrar a los dioses,» que no preguntan ni a los astros ni a los muertos, ni a los augures para conocer el porvenir que Dios ha ocultado sabiamente a los hombres, que repudian todo tráfico de la facultad que algunos han recibido de comunicar con los Espíritus, que no son movidos por la curiosidad ni por la concupiscencia, sino por un sentimiento piadoso, y por el sólo deseo de instruirse, de mejorarse , y de aliviar a las almas que sufren, la prohibición de Moisés no les concierne de ningún modo; esto es lo que habrían visto los que la invocan contra ellos, si hubieran profundizado mejor el sentido de las palabras bíblicas. Habrían reconocido que no existe ninguna analogía entre lo que pasaba entre los hebreos y los principios del Espiritismo; además, el Espiritismo condena precisamente lo que motivaba la prohibición de Moisés; más cegados por el deseo de encontrar un argumento contra las nuevas ideas, no se han apercibido que este argumento es completamente falso.
La ley civil de nuestros días castiga todos los abusos que quería reprimir Moisés. Si Moisés pronunció el último suplicio contra los delincuentes, es porque necesitaba medios rigorosos para gobernar aquel pueblo indisciplinado; así es que la pena de muerte se halla muy prodigada en su legislación; por lo demás, no tenia mucho que escoger en los medios de represión; faltaban cárceles, casas de corrección en el desierto y la naturaleza de su pueblo no era para ceder al temor de las penas puramente disciplinarias ; no podía graduar su penalidad como se hace en nuestros días. Es, pues, una equivocación apoyarse en la severidad del castigo, para probar el grado de culpabilidad de la evocación de los muertos. ¿Seria necesario, por respeto a la ley de Moisés, mantener la pena capital para todos los casos en que la aplicaba? Por otra parte , ¿por qué se recuerda con tanta insistencia este artículo, cuando se pasa en silencio el principio del capítulo, que prohíbe a los sacerdotes poseer los bienes de la tierra, y no tener parte en ninguna herencia, porque el mismo Señor es su herencia? (Deuteron., cap. XVIII, v. 1 y 2.)
5. —Hay dos partes distintas en la ley de Moisés: la ley de Dios propiamente dicha, promulgada sobre el monte Sinaí , y la ley civil o disciplinaria apropiada a las costumbres y al carácter del pueblo; la una es invariable, la otra se modifica según los tiempos, y no puede ocurrírsele a nadie que pudiésemos ser gobernados por los mismos medios que los hebreos en el de cierto, así como las Capitulares de Carlo-Magno no podrían aplicarse á la Francia del siglo XIX. ¿Quién pensaría, por ejemplo , en aplicar hoy este artículo de la ley mosaica: «Si un buey da una cornada a un hombre o a una mujer, que muera de ella, el buey será apedreado, y no se comerá de su carne; pero el dueño del buey será juzgado inocente?» (Éxodo, capítulo XXI, v. 23 y siguientes.)
Este artículo, que nos parece tan absurdo, no tenia sin embargo, por objeto castigar al buey y librar de responsabilidad a su dueño; equivalía simplemente a la confiscación del animal causa del accidente, para obligar al propietario a mayor vigilancia. La pérdida del buey era el castigo del dueño, castigo que debía ser bastante sensible en un pueblo pastor, para que fuese necesario imponerle otro; pero no debía aprovechar a nadie; por esto se prohibía comer su carne. Otros artículos expresan el caso en que el dueño es responsable.
Todo tenía su razón de ser en la legislación de Moisés, porque todo estaba previsto en ella hasta los menores detalles; pero la forma, así como el fondo, estaban en armonía con las circunstancias de la época.
Ciertamente, si Moisés volviese hoy a dar un código a una nación civilizada, no le daría el de los hebreos.
6. —A esto se opone que todas las leyes de Moisés son dictadas en nombre de Dios, como las del Sinaí. Si se las juzga todas de origen divino ¿por qué los Mandamientos están limitados al Decálogo? Es porque se ha hecho diferencia. Si todas dimanan de Dios, todas son- igualmente obligatorias; ¿por qué no se observan todas? ¿Por qué, entre otras, no se ha conservado la circuncisión que Jesús sufrió y que no abolió? Se olvida que todos los legisladores antiguos, para dar más autoridad a sus leyes, dijeron que las recibieron de una divinidad. Moisés, más que ningún otro, tenía necesidad de este apoyo, en razón al carácter de su pueblo; si a pesar de esto tuvo tanto trabajo hacerse obedecer, éste hubiera sido mayor, si las hubiese promulgado en nombre propio.
¿No vino Jesús a modificar la ley mosaica, y no es su ley el código de los cristianos? ¿No ha dicho : «Habéis aprendido que ha sido dicho a los antiguos tal y cual cosa, y yo os digo tal otra? ¿Pero ha tocado la ley del Sinaí? De ningún modo ; la sanciona, y toda su doctrina moral no es más que desenvolvimiento de aquélla.
Pero en ninguna parte habla de la prohibición de evocar los muertos. Esta era una cuestión bastante grave, sin embargo, para que la hubiese omitido en sus instrucciones, cuando ha tratado otras más secundarias.
7. —En resumen, se trata de saber si la Iglesía sobre pone la ley mosaica a la ley evangélica; o de otro modo, sí es más judía que cristiana. Es digno de- observar que de todas las religiones , la que ha hecho menos oposición al espiritismo es la judía, y no ha invocado contra las relaciones con los muertos la ley de Moisés, en la que se apoyan las sectas cristianas.
8.—Otra contradicción : Si Moisés prohibió evocar los espíritus de los muertos, es señal que los tales espíritus pueden venir, pues de otro modo su prohibición era inútil. Si podían venir en su tiempo, lo pueden aún hoy; si son los espíritus de los muertos, no son exclusivamente los demonios. Por lo demás, Moisés no habla de ninguna manera de estos últimos.
Es, pues, evidente que nadie puede lógicamente apoyarse en la ley de Moisés en esta circunstancia, por el doble motivo de que no rige en el cristianismo, y no ser apropiada a las costumbres de nuestra época.
Pero aún suponiéndose toda la autoridad que algunos la conceden, no puede, según hemos visto, aplicarse al Espiritismo.
Moisés, es verdad, comprende en su prohibición el que se interrogue a los muertos; pero esto no es más que de un modo secundario, y como accesorio a las prácticas de la hechicería. La misma palabra interrogar, puesta al lado de los adivinos y de los augures, prueba que, entre los hebreos, las evocaciones eran un medio de adivinación; pero los espiritistas no evocan a los muertos para obtener revelaciones ilícitas, sino para recibir de ellos sabios consejos y procurar el alivio de los que sufren. Ciertamente, si los hebreos no se hubiesen servido de las comunicaciones de ultra-tumba sino para ese fin, lejos de prohibirlas, Moisés las habría fomentado; porque ellas hubieran hecho a su pueblo más morigerado.
9.— Si ha sido del gusto de algunos críticos jocosos, o mal intencionados presentar las reuniones espiritistas como asambleas de brujos y de nigrománticos, y los médiums como decidores de la buena ventura; si algunos charlatanes mezclan este nombre con prácticas ridículas, que desaprueba el Espiritismo, bastantes gentes saben a qué atenerse sobre el carácter esencialmente moral y grave de las reuniones del Espiritismo serio; la doctrina escrita para todo el mundo, protesta bastante contra los abusos de todas clases, para que la calumnia recaiga sobre quien lo merece.
10. —La evocación, se dice, es una falta de respeta a los muertos, cuyas cenizas no deben ser removidas.
¿Quién dice esto? Los adversarios de los dos campos opuestos que se dan la mano: los incrédulos que no creen en las almas, y los que creyendo en ellas,
pretenden que no pueden venir, y que sólo el demonio se presenta.
Cuando la evocación se hace religiosamente y con respeto; cuando los Espíritus son llamados, no por curiosidad, sino por un sentimiento de afecto y de simpatía, y con el deseo sincero de instruirse y de hacer se mejores, no se comprende que seria más irreverente si llamar a las gentes después de su muerte o durante su vida. Pero hay otra respuesta perentoria a esta objeción, esto es, que los Espíritus vienen libremente y no obligados; que también vienen espontáneamente sin ser llamados; que manifiestan su satisfacción en comunicarse con los hombres, y se quejan a menudo del olvido en que se les deja a veces.
Si fueran turbados en su quietud o estuviesen descontentos de nuestro llamamiento, lo dirían o no vendrían. Puesto que son libres, cuando vienen, es porque esto les place.
11.—Se alega esta otra razón: las almas, se dice, permanecen en la morada que les ha señalado la justicia de Dios, esto es, en el infierno o en el paraíso; las que están en el infierno, no pueden salir de éste, aún que a los demonios se les deje en libertad. Las que están en el paraíso, se hallan ocupadas enteramente en su beatitud; están muy por encima de los mortales para ocuparse de ellos y muy dichosas para volver a esta tierra de miserias a interesarse por los parientes y amigos, quedan dejado en ella. ¿Son, pues, como esos ricos que apartan la vista de los pobres, por temor de que su miseria no les altere la digestión? Si fuera así, serian- poco dignas de la dicha suprema que vendría a ser el premio del egoísmo. Quedan, las que están en el purgatorio; pero éstas se hallan sufriendo y tienen que pensar en su salvación antes que todo; así, pues, si ni unas ni otras pueden" venir , sólo el diablo podrá hacerlo en su lugar. Si no pueden venir, no hay, pues, temor de que se altere su reposo.
12. —Pero aquí se presenta otra dificultad. Si las almas que están en la beatitud no pueden dejar su morada afortunada, para venir en socorro de los mortales, ¿por qué invoca la Iglesia la asistencia de los santos, que deben gozar de la más grande suma posible de beatitud? ¿Por qué dice a los fieles que les invoquen en las enfermedades , en las aflicciones y para preservarse de las calamidades? ¿Por qué, según ella, los santos, la misma Virgen, vienen a mostrarse a los hombres y a hacer milagros? Dejan, pues, el cielo para venir a la tierra. Si los que están en lo más alto de los cielos pueden dejarlo, ¿por qué no podrán hacerlo los que están menos elevados?
13.—Que los incrédulos nieguen la manifestación de las almas, se concibe, pues que no creen en el alma; pero lo que es extraño es ver a aquellos cuyas
creencias se apoyan sobre su existencia y su porvenir, encarnizarse contra los medios de probar que existe, y esforzarse en demostrar que eso es imposible. Parecería natural, al contrario, que los que tienen más interés en su existencia, debiesen acoger con alegría, y como un beneficio de la Providencia, los medios de confundir a los negadores con pruebas irrecusables, puesto que éstos son los que niegan la religión. Deploran sin cesar la invasión de la incredulidad que diezma el redil de los fieles, y cuando el más poderoso medio de combatirla se presenta, lo rechazan con más obstinación que los mismos incrédulos, pues cuando las pruebas rebosan hasta el punto de no dejar ninguna duda, se recurre como argumento supremo a la prohibición de ocuparse de ellas; y para justificarla, se aduce un artículo de la ley de Moisés en el cual nadie pensaba, y donde se quiere, a la fuerza, ver una aplicación que no existe. Se conceptúa tan feliz este descubrimiento, que no han sabido ver en él una justificación de la doctrina Espiritista.
14.—Todos los motivos alegados contra las relaciones con los Espíritus, no pueden resistir un examen serio; del encarnizamiento que se despliega puede,
empero, inferirse que a esta cuestión se une un gran interés, pues de no ser así, no se insistiría tanto en ella. Al ver esta cruzada de todos los cultos contra las manifestaciones, se diría que les tienen miedo. El verdadero motivo podría muy bien ser el temor de que los Espíritus, demasiado perspicaces, no viniesen a ilustrar a los hombres sobre los puntos que se quieren dejar en la obscuridad, y a hacerles conocer de fijo lo que hay en el otro mundo y las verdaderas condiciones para ser en él dichoso o desgraciado. Por esto, lo mismo que se dice a un niño: «No vayas allá, que hay un duende;» se dice a los hombres: «No llaméis a los Espíritus, pues son el diablo.» Pero sus trabajos tendrá, porque si se prohíbe a los hombres llamar a los Espíritus, no se impedirá a los Espíritus a que vengan a los hombres a sacar la lámpara de debajo del celemín.
El culto que está en la verdad absoluta, no tienen que temer nada de la luz, porque la luz hará resaltar la verdad, y el demonio no podrá prevalecer contra ella.
15.—Rechazar las comunicaciones de ultra-tumba, es rechazar el poderoso medio de instrucción que resulta de la iniciación en la vida futura, y de los ejemplos que ellas nos suministran. La experiencia nos enseña además el bien que se puede hacer a los Espíritus imperfectos apartándoles del mal, ayudando a los que sufren a desprenderse de la materia y a mejorarse. Prohibir, pues, dichas comunicaciones, es privar a las almas desgraciadas de la asistencia que podemos darles. Las siguientes palabras de un Espíritu reasumen admirablemente las consecuencias de la evocación practicada con un fin caritativo.
«Cada Espíritu doliente y lastimero os contará la causa de su caída, los motivos que le han arrastrado a sucumbir; os dirá sus esperanzas, sus combates, sus
terrores; os dirá sus remordimientos, sus dolores, sus desesperaciones; os mostrará a Dios, justamente irritado, castigando al culpable con toda la severidad de su justicia. Escuchándoles, os conmoveréis y os atemorizareis por vosotros mismos; siguiéndoles en sus lamentos, veréis a Dios, no perdiéndole de vista, esperando al pecador arrepentido, tendiéndole los brazos tan pronto como trate de adelantar. Veréis los progresos del culpable, a los cuales habréis tenido la dicha y la gloria de haber contribuido, y los seguiréis con afán, como el cirujano sigue los progresos de la herida que cura diariamente.» (Burdeos, 1861).
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En conclusión a este articulo, prevalece el Libre Pensar, o Libre Albedrío desde la antigüedad. Moisés tuvo la oportunidad de renunciar a su soberbia. Justificar sus actos, en nada cambia las consecuencias de sus actos. Los Espíritus pasando los siglos expresaron sus opiniones y entendieron que la ley Mosaica era y local y temporal. Tenía que madurarse con el tiempo el entender a Moisés.
Sin duda que se necesitó una Segunda Revelación en Jesús el Nazareno que no estuvo escrita y una Tercera Revelación Espirita, que fue escrita, para que no existiera excusa de cumplir con el adelanto Espiritual individual, pero aún estando escrita, la mayoría no quisieron entenderla, reconocerla, ni practicarla.
Hoy podemos evaluar la 1ra Revelación de Moisés, la Segunda Revelación de Jesús, y la Tercera Revelación Espírita. Tenemos la gran oportunidad de hacer progresar el Espíritu, por el conocimiento adquirido con la lectura de los Libros Codificados.
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