Como Espírita de Verdad, la conclusión de
este hermoso libro se refleja en mis convicciones de ser Espírita. Siento tanta
felicidad en revisar mis pensamientos y verificar a cada amigo, a cada conocido
y hasta a todos que se han constituido en mis enemigos y detractores, por
derecho propio, que puedo decir a los 4 vientos que soy feliz, porque no tengo
enemigos, sino hermanos que vamos rumbo a la perfección espiritual. Unos más
lentos que otros, pero nos dirigimos al mismo objetivo, convertirnos en espíritu
buenos y Perfectos.
Me ha hecho mucho bien amar a mis
semejantes, con sus defectos y con sus virtudes. Gracias amado Dios por darme
la oportunidad de llegar a este momento de reconocer todos mis defectos y
continuar mejorándome para estar en tu “Seno maravilloso”, junto a Jesús y
TODOS los Espíritus Perfectos que te rodean.
Libro de Los Espíritus, capítulo final
de esta insigne obra dedicada a toda la humanidad
IX
Los adversarios del espiritismo no han dejado de armarse
contra él a raíz de algunas divergencias de opinión sobre determinados puntos
de la doctrina. No es de extrañar que cuando una ciencia está en sus comienzos,
mientras las observaciones se hallan aún incompletas
y cada uno la enfoca desde su punto de vista, puedan aparecer
sistemas contradictorios. Sin embargo, al día de hoy, las tres cuartas partes
de esos sistemas quedaron descartados debido a
la profundización del estudio; y en primer término se
encuentra el sistema que atribuía la totalidad de las comunicaciones al
Espíritu del mal, como si para Dios fuese imposible enviar a los hombres
Espíritus buenos. Doctrina absurda, porque los hechos la desmienten;
impía, porque es la negación del poder y la bondad del
Creador. Los Espíritus siempre nos han dicho que no nos inquietemos por esas
divergencias, que la unidad habrá de lograrse. Ahora bien, la unidad ya se
logró en la mayoría de los puntos y las divergencias tienden a desaparecer
día a día. Planteada esta pregunta: “¿En qué puede basarse para
emitir un juicio el hombre imparcial y desinteresado, mientras esa unidad se
concreta?” Esta es la respuesta de los Espíritus: “No hay nube que pueda opacar
la luz más pura. El diamante sin tacha es el que más vale. Así pues, juzgad a
los Espíritus por la pureza de sus enseñanzas. No olvidéis que entre ellos hay
quienes aún no se han despojado de las ideas de la vida terrenal. Aprended a
distinguirlos por su lenguaje. Juzgadlos por el conjunto de lo que os dicen.
Ved si hay un encadenamiento lógico de las ideas; si algo en ellas revela
ignorancia, orgullo o malevolencia. En una palabra, si sus dichos tienen
siempre el sello de la sabiduría que revela la auténtica superioridad. Si
vuestro mundo fuese inaccesible al error, sería perfecto, pero está lejos de serlo.
Tenéis todavía que aprender a distinguir el error de la verdad. Necesitáis las
lecciones de la experiencia para ejercitar vuestro juicio y avanzar. La unidad
habrá de lograrse allí donde el bien nunca se haya mezclado con el mal. En ese
punto los hombres se pondrán de acuerdo por fuerza
de los hechos, porque reconocerán que en esos hechos reside la verdad. ”¡Qué
importan, por otra parte, ciertas disidencias más de forma que de fondo! Notad
que los principios fundamentales son los mismos en todas partes y deben uniros
en un pensamiento
común: el amor a Dios y la práctica del bien. Sea cual
fuere, pues, el modo de progresar que supongamos, o las condiciones normales de
la existencia futura, el objetivo final es el mismo: hacer el bien. Y no
existen dos maneras de hacerlo.” Si bien entre los adeptos del espiritismo
existen opiniones diferentes acerca de determinados puntos de la teoría, todos
están de acuerdo en los puntos fundamentales. Hay unidad, pues, excepto por
unos pocos que, en muy escaso número, no admiten aún la intervención de los
Espíritus en las manifestaciones, sino que las
atribuyen a causas puramente físicas –lo cual es contrario
al axioma según el cual todo efecto
inteligente debe tener una causa inteligente–
o al reflejo de nuestro propio pensamiento –cosa que los hechos desmienten. Los
otros puntos son secundarios y no afectan de ningún
modo a las bases fundamentales. Por consiguiente, puede
haber escuelas que procuren instruirse acerca de las partes aún controvertidas de
la ciencia espírita, pero de ninguna manera pueden existir sectas que rivalicen
unas con otras. Sólo podría existir antagonismo entre
los que quieren el bien y los que hacen
o quieren el mal. Ahora bien, no hay un espírita sincero y compenetrado de las
sublimes máximas morales enseñadas por los Espíritus que pueda querer el mal,
ni desear el mal a su prójimo sin distinción de opiniones. Si alguna de esas escuelas
está en el error, la luz se hará para ella, tarde o temprano, si la busca de
buena fe y sin prevenciones. Mientras tanto, todas tienen un vínculo común que
habrá de unirlas en un mismo pensamiento.
Todas tienen el mismo objetivo. Poco importa, pues, el
camino, con tal que conduzca a ese fin. Ninguna debe imponerse mediante la coacción
material o moral. Estaría en el error la que anatematizara a las otras, porque
obraría evidentemente bajo la influencia de Espíritus malos. El supremo
argumento debe ser la razón; y la moderación garantizará el triunfo de la
verdad mejor que las diatribas envenenadas por la envidia y los celos. Los
Espíritus buenos sólo predican la unión y el amor al prójimo. Nunca un
pensamiento malévolo o contrario a la caridad ha surgido de una fuente pura.
Escuchemos al respecto y como conclusión los consejos del Espíritu de San Agustín:
“Durante mucho tiempo los hombres se han destrozado e
impuesto mutuamente el anatema en nombre de un Dios de paz y de misericordia,
pero Dios ha sido ofendido con semejante sacrilegio. El espiritismo es el lazo
que los unirá un día, porque les mostrará dónde está la verdad y dónde el
error. No obstante, por mucho tiempo aún habrá escribas y fariseos que lo
negarán, del mismo modo que negaron a Cristo. ¿Queréis saber, pues, bajo la
influencia de qué Espíritus se hallan las diversas sectas que se reparten el
mundo? Juzgadlas por
sus obras y sus principios. Jamás los Espíritus buenos han
sido instigadores del mal; jamás han aconsejado ni legitimado el crimen o la violencia;
jamás han incitado los odios de partidos ni la sed de riquezas y honores, como
tampoco la avidez de los bienes de la Tierra. Sólo los hombres buenos,
humanitarios y benévolos para con todos son sus preferidos, y también son los
preferidos de Jesús, pues siguen el camino que les indicó para llegar hasta él.”