La Doctrina de los Ángeles Caídos...
Libro de Génesis Espiritista,
CAPÍTULO XI. Ítems § 42 al § 50...
Doctrina de los ángeles caídos y del paraíso PERDIDO. (1).
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(1) Cuándo en la Revue spirite (Revista Espírita) de Enero de 1862 publicamos un artículo acerca de la doctrina de los ángeles caídos, presentamos ésta teoría como una hipótesis personal controvertible, porque carecíamos a la sazón de elementos bastante completos para una afirmación absoluta. La dimos publicidad a título de ensayo, con el objeto de suscitar su examen, dispuestos a abandonarla o modificarla según los resultados. Hoy ésta teoría ha sufrido la prueba de la crítica universal, y no sólo ha sido acogida por la gran mayoría de los espiritistas como la más racional y la más conforme a la soberana justicia de Dios, sino que ha sido confirmada por la generalidad de las instrucciones dadas por los Espíritus sobre éste asunto. Lo mismo decimos de la que se refiere al origen de la raza adámica. (Ésta nota ha sido atribuida a Allan Kardec, pues Él nunca firmó ninguna de sus notas).
Veamos un ejemplo...
El Libro de Génesis Espiritista, cuándo buscamos el comentario atribuido de Allan Kardec en el titulo del capítulo XI, antes de item §42, veamos
Se puede observar que Allan Kardec no firmo el comentario, pero veamos en la traduccion al Español por Gustavo N. Martínez, a continuación...Se puede notar que el traductor, añadió entre paréntesis (N. de Allan Kardec).
Allan Kardec, nunca firmó ninguna nota, siendo éso una mutilación al contenido original. Sin embargo, es correcto que fue una nota de Allan Kardec, pero debería decir que la nota se le atribuye como autor a Allan Kardec.
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Los Ítems § 42 al § 50... hablan sobre el tema de la Doctrina de los ángeles caídos y del paraíso PERDIDO.
Ítem § 42.—La palabra ángel 😇, como tantas otras, tiene varias acepciones; se toman indistintamente en sentido de bueno y de malo, porque se dice: ángeles buenos y malos; ángel de luz y de tinieblas; de donde se deduce que en su acepción general significa simplemente Espíritu.
Los ángeles no son seres aparte de la humanidad, creados perfectos, sino Espíritus llegados a la perfección, como todas las criaturas, por sus esfuerzos y su mérito. Sí los ángeles fuesen séres creados perfectos,
siendo la rebelión contra Dios una prueba de inferioridad, los que se rebelaron no podían ser ángeles, pues tal enormidad no se concibe en séres perfectos, mientras que es muy posible de parte de los que no lo fueran, antes bien estuviesen muy atrasados.
La palabra ángel por su etimología (de la palabra griega aggélos) significa enviado, mensajero, y no es racional creer que Dios tomase por tales a seres imperfectos capaces de rebelarse contra él.
Ítem § 43. —Hasta que los Espíritus alcanzan cierto grado de perfección, están sujetos a faltar, tanto en la erraticidad como en estado de encarnación. Faltar es infringir la ley de Dios, y áun cuándo ésta ley esté inscrita en el corazón de todos los hombres a fin de que no tengan necesidad de la Revelación para conocer sus deberes, el Espíritu no la comprende sino gradualmente y a medida que su inteligencia se desarrolla. Quién infringe ésta ley por ignorancia y falta de experiencia, la cuál no se adquiere sino con el tiempo, sólo incurre en responsabilidad relativa; más la falta de aquél cuya inteligencia está desarrollada, del que
tiene los medios necesarios para ilustrarse, e infringe la ley voluntariamente haciendo el mal con conocimiento de causa, ésa falta es un verdadero acto de rebelión contra el autor de la ley.
Ítem § 44. —Los mundos progresan físicamente por la elaboración de la materia, y moralmente por la depuración de los Espíritus que lo habitan. La felicidad está en razón de la predominación del bien sobre el mal, y la predominación del bien es el resultado del adelantamiento moral de los Espíritus. El progreso intelectual no basta, porque con sóla la inteligencia pueden hacer el mal.
Luego, pues, que un mundo ha llegado a uno de sus períodos de transformación que debe hacerle ascender en jerarquía, se producen cambios en su población encarnada y no encarnada; y es entonces cuándo tienen lugar las emigraciones y las inmigraciones. Los que a pesar de su inteligencia y de su saber, han per
severado en el mal, en su rebelión contra Dios y sus leyes, serán en lo sucesivo un embarazo para el progreso moral ulterior, una causa permanente de perturbación para el reposo y la felicidad de los buenos;
y por lo tanto son excluidos de él y enviados a mundos ménos avanzados en dónde aplicarán su inteligencia y la intuición de sus conocimientos adquiridos, al progreso de aquéllos entre quienes tienen que vivir, al propio tiempo que expiarán en una serie de existencias penosas, y con rudos trabajos sus culpas pasadas y su obstinación voluntaria.
¿Qué han de ser entre ésos pueblos nuevos para ellos y aún en la infancia de la barbarie, sino ángeles o Espíritus caídos enviados allí en expiación? El mundo de que fueron expulsados, ¿no será para ellos un paraíso perdido? No era para ellos aquella tierra un lugar
de delicias en comparación del centro ingrato en que van a encontrarse confinados por miles de siglos hasta el día que hayan merecido su rehabilitacion? El vago recuerdo intuitivo que conservan, es para ellos cómo un espejismo confuso, que les recuerda lo que han perdido por su culpa.
Ítem § 45. —Pero al mismo tiempo que los malos han partido del mundo que habitaban, son reemplazados por
Espíritus mejores, venidos sea de la erraticidad misma de aquél mundo, o sea de otros ménos avanzados, que han merecido dejar por su adelantamiento moral e intelectual, y para quienes la nueva morada es una
recompensa. De éste modo, renovada la población espiritual y purgada por la eliminación de sus peores elementos, el estado moral de aquél mundo se encuentra mejorado al cabo de algún tiempo.
Éstas mudanzas son parciales algunas veces, es decir, limitadas a un pueblo o a una raza, y otras son generales, cuándo ha llegado un período de renovación para el globo en que se verifican.
Ítem § 46. —La raza adámica tiene todos los Carácteres de una raza proscrita; los Espíritus que de ella forman parte, vinieron confinados a la tierra ya poblada, bien que por hombres primitivos sumergidos en la ignorancia, trayendo por misión hacerla progresar con la luz de su inteligencia ya desarrollada. ¿Por ventura, no es éste el papel que hasta ahora ha hecho en la tierra? Su superioridad intelectual prueba que el mundo de que procede estaba más adelantado que la tierra; pero debiendo entrar aquél mundo en una nueva faz de progreso, y no habiendo sabido ponerse ésos Espíritus a la altura necesaria de ciencia y virtud, a causa de su obstinación, habrían estado en él muy fuera de su lugar, y habrían sido un obstáculo a la marcha providencial de las cosas; por lo cuál fueron excluidos de aquél mundo y reemplazados por otros que merecían aquél favor.
Al relegar Dios a ésta raza en ésta tierra de trabajos y penalidades pudo con razón decirle: «Con el sudor de tú rostro comerás el pan». En su bondad infinita prometió que le enviaría un Salvador, es decir que debía ilustrarla en los caminos por donde pudiera
salir de éste lugar de miserias, de éste infierno y llegar á la felicidad de los escogidos. Éste Salvador lo envió en la persona de Cristo, que enseñó la ley de
amor y de caridad desconocida por ellos, y que debía ser el áncora verdadera de salvación. Cristo no sólo
enseñó la ley, sinó que dió el ejemplo de la práctica de ésta ley, con su mansedumbre, su humildad y su
paciencia; sufriendo sin murmurar los tratamientos más ignominiosos y los más acerbos dolores. Para que tal misión se cumpliese en todos sus puntos, era necesario un Espíritu muy superior, no sujeto a las debilidades humanas.
También para hacer adelantar a la humanidad en otro sentido, Espíritus superiores, aunque sin tener
las eminentísimas cualidades de Cristo, se encarnan de vez en cuándo en la tierra a fin de cumplir misiones especiales, que aprovechan a su adelantamiento personal en gran manera sí son desempeñados según
las miras del Creador.
Ítem § 47. —Sin la reencarnación, la misión de cristo no tendría objeto, ni tampoco la promesa hecha por Dios. En efecto, supongamos por un instante que el alma de cada hombre es creada al mismo tiempo que el cuerpo, y ésa alma no hace más que aparecer y desaparecer en la tierra. ¿Qué relación tiene con las que vinieron desde Adam hasta cristo, ni con las que han venido después? Todas son extrañas entre sí, fuera de la comunidad de su origen. La promesa de un Salvador hecha por Dios no podía aplicarse a los descendientes de Adam sí sus almas no estaban aún creadas. Para que la misión de cristo pudiera tener
conexion con las palabras de Dios era preciso que pudieran aplicarse a las mismas almas. Sí éstas almas son nuevas, no pueden estar manchadas a causa de la falta del primer hombre, que es el padre carnal y no el espiritual; porque de otro modo Dios crearía almas empañadas con la sombra de una falta que no habrían cometido. La doctrina vulgar del pecado original, supone, pues, la necesidad de una relación entre
las almas del tiempo de Cristo y las del tiempo de Adam y por consecuencia de la reencarnacion
Dígase que todas esas almas formaban parte de la colonia de Espíritus relegados á la tierra, eu tiem
po de Adam, y que eran partícipes de la falta por la cuál habían sido excluidos de un mundo mejor, y se tendrá la sola interpretación racional del pecado original; pecado peculiar de cada individuo y no resultado de la falta de otro a quién nunca ha conocido.
Dígase que ésas almas o Espíritus renacen diversas veces sobre la tierra para progresar y purificarse; que
Cristo vino a ilustrarlas, no sólo por sus vidas pasadas, sino también para sus vidas ulteriores, y entonces y solamente entonces daremos a su misión un objeto real y positivo, aceptable por la razón.
Ítem § 48. —Un ejemplo familiar, notable por su analogía, hará comprender mejor aún los principios y explicaciones anteriores.
El 24 de mayo de 1861 la fragata Iphigénie llevó a Nueva Caledonia una compañía disciplinaria compuesta de 291 hombres. El comandante de la colonia les dirigió a su llegada una orden del día concebida en los términos siguientes:
«Al poner los pies en ésta tierra tan lejana de la patria, ya habreís comprendido el destino que os espera.
«Como nuestros valientes soldados de marina, nos ayudareis a llevar con gloria la antorcha de la civilización a las tribus salvajes de la Nueva-Caledonia:
¿Acaso no es una noble y grande misión? Cumplidla, pues, dignamente.
«No desoigaís la voz y los consejos de vuestros jefes: yo estoy a la cabeza de todos; que no se borren de vuestra memoria mís palabras.
«La elección de vuestro comandante, de vuestros oficiales, de vuestros sargentos y cabos, es una prenda segura de los esfuerzos que se han de hacer, para conseguir que seaís buenos soldados, y aún más, para
elevaros a la dignidad de buenos ciudadanos y transformaros en útiles colonos sí lo deseaís.
«Vuestra disciplina es severa, y debe serlo; confiada a mí, será firme e inflexible, tenedlo entendido, y
tan justa como paternal sabrá distinguir el error del vicio y de la Degradación ...»
Hé aquí hombres expulsados por su mala conducta de un país civilizado y enviados por castigo a un país
bárbaro. ¿Qué les dice su jefe? «Habeis infringido las leyes de vuestro país; habeís sido causa de perturbación y de escándalo en él, y se os ha expulsado. Se os envía aquí, pero podeís redimiros, y por medio del trabajo crearos una posición y haceros buenos ciudadanos.
Tenéis una bella misión que desempeñar y es la de civilizar éstas hordas salvajes. La disciplina será severa pero justa y nosotros sabremos distinguir a los que se conduzcan honradamente.»
Para éstos hombres confinados entre salvajes ¿no es la madre patria un paraiso perdido por su culpa y por
su rebelion a la ley? En aquélla tierra lejana, ¿no son ángeles caídos? Las palabras del jefe no tienen cierta
analogía con las que Dios hizo oir a los Espíritus confinados en la tierra?
«Habeís desobedecido mís leyes, por cuya razón os he echado del mundo en que hubierais podido vivir felices; aquí estareís condenados al trabajo, pero por vuestra buena conducta podreís merecer el perdón y reconquistar la patria que habeís perdido por vuestra culpa, es decir el Cielo.»
Ítem § 49. —A primera vista, parece que ésta defeccion está en contradicción con el principio de que los Espíritus no pueden retrogradar. Pero hay que considerar que no se trata de volver éste al estado primitivo:
el Espíritu áunque en posición inferior no pierde nada de lo adquirido como tal; su desarrollo moral e intelectual es el mismo, sea el que quiera el centro en que se halle colocado. Se encuentra en la situación del hombre condenado a presidio por sus fechorías, que está degradado en cuanto a su posición social, pero no por ésto se hace más estólido e ignorante.
Ítem § 50. —¿Se creerá que aquellos hombres enviados a Nueva-Caledonia, van a transformarse súbitamente en
modelos de virtud, que van a abjurar sus errores pasados? Seria preciso no conocer a la humanidad para suponerlo. Pues del mismo mundo, los Espíritus de la raza adámica una vez trasportados a la tierra de su
confinamiento, no se despojarán instantáneamente de su orgullo y malas inclinaciones; han conservado durante mucho tiempo las tendencias de su origen, un resto de la antigua levadura. ¿No es ésto el pecado
original? La mancha que traen al nacer, es la de la raza de los Espíritus culpables y castigados a que pertenecen; mancha que pueden borrar con el arrepentimiento la expiación y la renovación de su ser moral.
El pecado original considerado como la responsabilidad de una falta cometida por otro, es un absurdo sin sentido y la negación de la justicia de Dios; más por el contrario, sí se le considera como consecuencia y residuo de una imperfección anterior del individuo, no sólo lo admite la razón, sino que se encuentra justa la responsabilidad que es consiguiente.