El llamado Espíritu Fuerte es la mejor definición del Espíritu encarnado que es siempre, "Orgulloso", "Egoísta", Soberbio" u "Obstinado"... ✅ Que Durante la vida, muchos se consideran espíritus fuertes[125] por orgullo, pero en el momento de la muerte dejan de ser tan fanfarrones.”
El siguiente es el enlace de éste contenido sobre el tema del Espiritu Orgulloso y Egoista...
___________________
orgulloso
(redireccionado de orgullosos)
También se encuentra en: Sinónimos.
orgulloso, a
1. adj./ s. Que presume de sus valores y cualidades es tan orgulloso que se cree imprescindible. arrogante
2. Que está satisfecho de sus acciones o de lo que considera propio está orgullosa de su trabajo. descontento
Gran Diccionario de la Lengua Española © 2016 Larousse Editorial, S.L.
El Espíritu Fuerte
es un término que el Libro de los Espíritus define a un Espíritu encarnado,
como un Orgulloso y obstinado.
Frecuentemente, nos preguntamos cómo el comportamiento de los Orgullosos parece prevalecer, pero en realidad ésto es el comportamiento de los Espíritus Orgullosos que por su obstinación, se las tendrán que ver con Dios. Eso lo
vemos contestado en el capítulo VII, ítem 1 al 12, del Libro del Evangelio Según el Espiritismo. (Incluido este extracto en
este mismo artículo a continuación incluido), cuando se habla de los Pobres de Espíritu,
que los orgullosos se refieren a los que son humildes y obedientes a la Ley de Dios y su Justicia. Ellos, los orgullosos creen que los que no han logrado
riquezas mal habidas, no tienen la voluntad para obtener las cosas materiales,
como ellos la obtienen y eso es precisamente el pensamiento de los Orgullosos.
Al momento de escribir éste artículo, tenemos al
Presidente de Estados Unidos Presidente Donald Trump (2016 - 2020 ?????). Lo
vemos en el siguiente vídeo, con un resumen de su comportamiento. Y éste es un
excelente ejemplo de un espíritu encarnado llamado en el Espiritismo un "Espíritu Fuerte y Orgulloso",
el cuál tendrá que lidiar por su terquedad el destino de los Espíritus
Orgullosos.
¡Cuidado, éstos
comportamientos pueden llegar a ser adoptados como normales y justificar
a los orgullosos
ǃ
Veamos lo dice el Espiritismo en los Libros Codificados por Allan Kardec...
Libro de Los Espíritus, Libro cuarto – capítulo II
Ítem # 962. Dado que el
alma transmite al hombre el sentimiento de las cosas espirituales, ¿por qué hay
escépticos?
“Los hay menos de lo que creéis. Durante la vida, muchos
se consideran espíritus fuertes[125] por orgullo, pero en el momento de la muerte
dejan de ser tan fanfarrones.”
La responsabilidad de nuestros actos es la consecuencia
de la vida futura. La razón y la justicia nos dicen que, en el reparto de la
felicidad a que todo hombre aspira, los buenos y los malos no pueden ser
confundidos. No es posible que Dios pretenda que algunos disfruten, sin haber
trabajado, de los bienes que otros sólo alcanzan con esfuerzo y perseverancia.125 [Esprits
forts: Véanse los §§ 9 y 148.]
La idea que Dios nos da de su justicia y de su bondad
mediante la sabiduría de sus leyes no nos permite creer que el justo y el malo
se encuentren ante Él en la misma categoría. Tampoco nos permite dudar de que
algún día habrán de recibir, el uno la recompensa, y el otro el castigo, por el
bien y el mal que hayan hecho. Por eso, el sentimiento innato que tenemos de la
justicia nos da la intuición de las penas y de las recompensas futuras.
Item # 125. Los espíritus que han seguido el camino del mal, ¿podrán llegar al mismo grado de superioridad que los otros?
«Sí; pero las eternidades serán más largas para ellos».
Por estas palabras las eternidades debe entenderse la idea que tienen los espíritus inferiores de que serán perpetuos sus sufrimientos, cuyo término no les es dado ver; idea que se renueva en todas las
pruebas en que sucumben.
9. ¿Dónde se ve,
en la causa primera, una inteligencia suprema y superior a todas las
inteligencias?
“Tenéis un proverbio que dice: Por la obra se conoce al
autor. Pues bien, mirad la obra y buscad a su autor. El orgullo engendra la
incredulidad. El hombre orgulloso no quiere nada por encima de él, y por eso se
llama a sí mismo espíritu fuerte36.
¡Pobre ser, a quien un soplo de Dios puede abatir!”
36 [Esprit fort:
Incrédulo. Persona que se jacta de no adherir a las ideas aceptadas por la mayoría, especialmente en materia de
religión. (Véanse también los §§ 148 y 962.)].
El poder de una inteligencia se juzga por sus obras. Ningún
ser humano puede crear lo que la naturaleza produce. Por consiguiente, la causa
primera es una inteligencia superior a la humanidad. Sean cuales fueren los
prodigios realizados por la inteligencia humana, ésta inteligencia también
tiene una causa, y cuanto más grande sea lo que ella realice, tanto más grande
será la causa primera. Ésa inteligencia superior es la causa primera de todas
las cosas, independientemente del nombre con el cuál el hombre la designe.
Encarnación de los
espíritus
Item # 147. ¿Por qué los
anatomistas, los fisiólogos y, en general, quienes se dedican a las ciencias de
la naturaleza son
inducidos tan a menudo hacia el materialismo?
“El fisiólogo relaciona todo con lo que ve. Orgullo de
los hombres que creen saberlo todo y no admiten que algo pueda rebasar su
entendimiento. Su propia ciencia los hace presuntuosos: piensan que la
naturaleza no puede ocultarles nada.”
Item # 148. ¿No es
lamentable que el materialismo sea una consecuencia de estudios que, por el
contrario, deberían mostrar al hombre la superioridad de la Inteligencia que
gobierna el mundo? ¿Será preciso concluir de ahí que esos estudios son
peligrosos?
“No es verdad que el materialismo sea una consecuencia de
esos estudios: el hombre es quien infiere de ellos una conclusión falsa, pues puede abusar
de todo, hasta de las mejores cosas. Por otra parte, la nada los asusta más de
lo que tratan de aparentar. Los espíritus fuertes 54
suelen ser más fanfarrones que valientes. La mayoría de ellos sólo son
materialistas porque no tienen nada con qué llenar ese vacío. Ante el abismo
que se abre a sus pies, mostradles una tabla de salvación y de inmediato se aferrarán
a ella.”
54
[Esprits forts: Véanse los §§ 9 y 962.]
A continuación el siguiente comentario pertenece al articulo 148...
Por una aberración de la inteligencia, hay personas que sólo
ven en los seres orgánicos la acción de la materia, y atribuyen a ella todos
nuestros actos. No han visto en el cuerpo humano más que una máquina eléctrica.
No han estudiado el mecanismo de la vida más que en el funcionamiento de los
órganos. Con frecuencia la han visto extinguirse por la ruptura de un hilo, y
sólo vieron ése hilo. Buscaron, por si quedaba algo, y como sólo encontraron la
materia que se había vuelto inerte, y no vieron al alma desprenderse ni
pudieron atraparla, concluyeron que todo se basa en las propiedades de la
materia y que, por lo tanto, después de la muerte el pensamiento ya no existe.
Triste conclusión, si así fuese, porque entonces el bien y el mal no tendrían
sentido.
El hombre hallaría fundadas razones para pensar sólo en sí
mismo y poner por encima de todo la satisfacción de sus goces materiales. Los
lazos sociales se romperían, y los más puros afectos se destruirían para
siempre. Por fortuna, estas ideas están lejos de ser generales; incluso podemos
decir que se encuentran muy circunscritas y que sólo constituyen opiniones
individuales, pues en ninguna parte se han erigido en doctrina. Una sociedad fundada
en estas bases llevaría en sí el germen de su disolución, y sus miembros se
destrozarían unos a otros como bestias feroces.
El hombre tiene, instintivamente, la convicción de que para
él no todo termina con la vida. La nada le infunde horror. En vano se ha
resistido a la idea del porvenir. Cuando llega el momento supremo, pocos son los que no se
preguntan qué será de ellos, pues la idea de dejar la vida para siempre tiene
algo de aflictivo. En efecto, ¿quién podría encarar con indiferencia una
separación absoluta, eterna, de todo lo que amó? ¿Quién podría ver sin pavor
abrirse ante sí el abismo inmenso de la nada, donde se hundirían para siempre
todas sus facultades y esperanzas, y decirse: “¡Y qué! Después de mí, nada, nada
más que el vacío; todo acabará para siempre; unos días más y mi recuerdo se
borrará de la memoria de los que me sobrevivan; pronto no quedará rastro alguno
de mi paso por la Tierra; hasta el bien que hice será olvidado por los ingratos a quienes ayudé; y nada para compensar
todo eso, ninguna perspectiva más que la de mi cuerpo roído por los gusanos”? ¿No tiene este cuadro algo de horroroso y glacial? La religión
nos enseña que no puede ser así, y la razón nos lo confirma. No obstante, esa
existencia futura, vaga e indefinida, no tiene nada que satisfaga nuestro afán
por lo positivo. Es esto lo que en muchos engendra la duda. Tenemos un alma, de
acuerdo; pero ¿qué es nuestra alma? ¿Tiene una forma, una apariencia determinada?
¿Es un ser limitado o indefinido? Algunos dicen que es un soplo de Dios, otros
una chispa, otros una parte del gran Todo, el principio de la vida y de la inteligencia.
Pero ¿qué nos enseña todo esto? ¡Qué nos importa tener un alma si, después de
la muerte, ella se confundirá en la inmensidad como las gotas de agua en el
océano! La pérdida de nuestra individualidad, ¿no es para nosotros lo mismo que
la nada? Se dice además que el alma es inmaterial, pero una cosa inmaterial no puede
tener proporciones definidas. Por lo tanto, para nosotros no es nada. La
religión nos enseña también que seremos felices o desdichados según el bien o
el mal que hayamos hecho. Pero ¿en qué consiste esa dicha que nos aguarda en el
seno de Dios? ¿Será una beatitud, una contemplación eterna, sin otra ocupación
más que cantarle alabanzas al Creador? Las llamas del Infierno, ¿son una
realidad o un símbolo? La propia Iglesia las entiende en este último sentido.
Pero ¿en qué consisten esos padecimientos? ¿Dónde está ese lugar de suplicios?
En una palabra, ¿que se hace, qué se ve en ese mundo que
nos aguarda a todos? Se dice que nadie ha vuelto de él para dárnoslo a conocer.
Eso es un error, y la misión del espiritismo consiste precisamente en
instruirnos acerca de ese porvenir, en mostrárnoslo -haciendo que hasta cierto
punto lo palpamos y lo veamos-, ya no mediante el razonamiento, sino con los
hechos. Gracias a las comunicaciones espíritas, la existencia futura ya no es
una presunción, una probabilidad sobre la cual cada uno discurre a su antojo,
que los poetas embellecen con sus ficciones o siembran de imágenes alegóricas
que nos engañan: es la realidad que se presenta ante nosotros, pues son los
propios seres de ultratumba los que vienen a describirnos su situación y a
decirnos lo que hacen, que nos permiten asistir -por decirlo así- a todas las
peripecias de su nueva vida, y de ese modo nos muestran la suerte inevitable
que nos está reservada según nuestros méritos y nuestras malas acciones. ¿Hay
en esto algo antirreligioso? Muy por el contrario, ya que los incrédulos
encuentran en eso la fe; y los tibios, la renovación de su fervor y su
confianza. El espiritismo es, por consiguiente, el más poderoso
auxiliar de la religión. Puesto que existe, Dios lo permite, y lo permite para
reanimar nuestras debilitadas esperanzas y reconducirnos hacia el camino del
bien mediante la perspectiva del porvenir.
_________________________________________
Capítulo VII
Libro del Evangelio según el Espiritismo
BIENAVENTURADOS LOS
POBRES DE ESPÍRITU
Lo que debe entenderse por
pobres de espíritu. – El que se eleve será rebajado. – Misterios ocultos a los
sabios y a los sagaces. – Instrucciones de los Espíritus: El orgullo y la
humildad. – Misión del hombre
inteligente en la Tierra.
Lo que debe entenderse por
pobres de espíritu
Bienaventurados los pobres de espíritu
1. “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de
ellos es el reino de los Cielos.” (San Mateo, 5:3.).
2. La incredulidad se ha burlado de esta máxima: Bienaventurados los pobres de espíritu, así como de
muchas otras cosas que no comprende. Por pobres de espíritu Jesús no alude a
los hombres desprovistos de inteligencia, sino a los humildes. Él dice que el
reino de los Cielos es para ellos y no para los orgullosos. Los hombres sabios y experimentados, según el mundo, por
lo general tienen tan alta opinión de sí mismos y de su superioridad, que
consideran que las cosas divinas son indignas de su atención. Como concentran
la mirada en su propia persona, no pueden elevarla hasta Dios. Esa tendencia a
creerse por encima de todo, con frecuencia sólo los conduce a negar aquello
que, por no estar a su alcance, podría rebajarlos. Incluso niegan a la propia
Divinidad, o bien, si consienten en admitir su existencia, refutan uno de sus
más bellos atributos: su acción providencial sobre las cosas de este mundo,
pues están persuadidos de que sólo ellos bastan para gobernarlo
convenientemente. Toman su inteligencia para medir la inteligencia universal, y
se consideran aptos para comprenderlo todo, razón por la cual no creen en la
posibilidad de lo que no comprenden. Cuando han pronunciado una sentencia, no admiten la apelación. Si se resisten a admitir el mundo invisible y un poder
extrahumano, no es porque eso esté fuera de su alcance, sino porque su orgullo
se subleva ante la idea de que haya algo por encima de lo cual no puedan
colocarse, algo que los haría descender de su pedestal. Por ese motivo, sólo
tienen sonrisas desdeñosas para todo lo que no pertenece al mundo visible y
tangible. Se atribuyen suficiente experiencia y sabiduría como para creer en
cosas que, según ellos, son buenas para las personas simples, y consideran
pobres de espíritu a los que las toman en serio. Con todo, digan lo que digan, tendrán que ingresar, como
los demás, en ese mundo invisible del que se mofan. Allí se les abrirán los ojos y reconocerán su error.
Dios, que es justo, no recibe de la misma manera al que no ha reconocido su
poder y al que se ha sometido humildemente a sus leyes, así como tampoco los
retribuye con partes iguales. Al decir que el reino de los Cielos es para los
simples, Jesús dio a entender que nadie será admitido en ese reino
sin la simplicidad del corazón y la humildad del espíritu, y que el ignorante
que posea esas cualidades será preferido al sabio que cree más en sí mismo que
en Dios. En todas las circunstancias, Jesús coloca a la humildad en la
categoría de las virtudes que aproximan a Dios, y al orgullo entre los vicios
que de Él alejan. Esto es así por una razón muy natural: la humildad es un acto
de sumisión a Dios, mientras que el orgullo constituye una rebelión contra Él. Más vale, pues, para su felicidad futura, que el hombre sea
pobre de espíritu, en el sentido del mundo, y rico en cualidades morales.
El que se eleve será rebajado
3. En ese mismo momento los discípulos se acercaron a
Jesús y le dijeron: “¿Quién es el mayor en el reino de los Cielos?” Jesús llamó
a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: “En verdad os digo, que si no cambiáis y os volvéis como niños, no entraréis
en el reino de los Cielos. Cualquiera, pues, que se humille y se haga pequeño como
este niño, ese será el mayor en el reino de los Cielos, y el ue recibe a un niño en mi nombre, tal como acabo de
decir, a mí me recibe”. (San Mateo, 18:1 a 5.).
4. Entonces se acercó a él la madre de los hijos de
Zebedeo con sus hijos, y lo adoró para dar a entender que quería pedirle algo.
Él le dijo: “¿Qué quieres?” Dijo ella: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, el uno a tu derecha y
el otro a tu izquierda”. Pero Jesús le respondió: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo habré de beber?”. Ellos le
dijeron: “Podemos”. Jesús les respondió: “Es cierto que beberéis
el cáliz que yo beberé. Pero en lo que respecta a que os sentéis a mi derecha o
a mi izquierda, no me corresponde a mí concederlo, sino que es para aquellos a
quienes mi Padre lo ha preparado”. Cuando los otros diez apóstoles oyeron eso,
se llenaron de indignación contra los dos hermanos. Jesús los llamó y les dijo:
“Sabéis que los príncipes de las naciones las dominan, y que los grandes las
oprimen. No debe ser así entre vosotros. Por el contrario, aquel que quiera ser
el mayor, sea vuestro servidor; y aquel que quiera ser el primero entre
vosotros, sea vuestro esclavo; del mismo modo que el Hijo del hombre no vino
para ser servido, sino para servir y dar la vida por la redención de muchos”.
(San Mateo, 20: 20 a 28.)
5. Jesús entró un día sábado en casa de uno de los
principales fariseos, para comer; y los que estaban allá lo observaban.
Entonces, notando cómo los invitados elegían los primeros lugares en la mesa, les
propuso una parábola, y dijo: “Cuando seáis convidados a bodas, no toméis el
primer lugar, para que no suceda que, habiendo entre los invitados una persona
más importante que vosotros, aquel que os haya convidado venga a deciros: ‘Dad
el lugar a este’, y entonces os veáis obligados a ocupar, llenos de vergüenza,
el último lugar. Por el contrario, cuando seáis convidados, id a colocaros en el
último lugar, a fin de que, cuando aquel que os convidó llegue, os diga:
‘Amigo, ven más cerca’. Entonces ese será para vosotros un motivo de gloria
delante de los que estén con vosotros a la mesa. Porque todo el que se eleve,
será rebajado; y todo el que se rebaje, será elevado”. (San Lucas, 14: 1 y 7 a 11.)
6. Éstas máximas son la consecuencia del principio de
humildad que Jesús no cesa de presentar como condición esencial de la felicidad
prometida a los elegidos del Señor, y que Él ha enunciado con estas palabras: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es
el reino de los Cielos”. Jesús toma un niño como el modelo de la simplicidad de
corazón y dice: “Será el mayor en el reino de los Cielos aquel que se humille y
se haga pequeño como un niño”, es decir, que no alimente ninguna pretensión de superioridad o infalibilidad. Encontramos la misma idea fundamental en esta otra máxima:
Aquél que quiera ser el mayor, sea vuestro servidor, así como en esta otra: Todo el que se rebaje, será
elevado; y todo el que se eleve, será rebajado. El espiritismo viene a sancionar la teoría mediante el ejemplo,
cuándo nos muestra que los grandes en el mundo de los Espíritus son los que
eran pequeños en la Tierra, y que a menudo los muy pequeños en el mundo de los
Espíritus son los que en la Tierra eran los más grandes y poderosos. Sucede que los primeros se llevaron consigo, al morir,
sólo aquello que hace la verdadera grandeza en el Cielo, y que jamás se pierde:
las virtudes. En cambio, los otros tuvieron que dejar lo que constituía su
grandeza terrenal, que no se puede llevar a la otra vida: la fortuna, los
títulos, la gloria, la nobleza. Como no poseían otra cosa, llegan al otro mundo
desprovistos de todo, como náufragos que perdieron hasta la ropa. Sólo
conservan el orgullo, que hace que su nueva posición sea aún más humillante, porque ven por encima de
ellos, resplandecientes de gloria, a aquéllosa quienes oprimieron en la
Tierra. El espiritismo nos muestra otra aplicación de ése principio
en las encarnaciones sucesivas, mediante las cuáles los que ocuparon las más
elevadas posiciones en una existencia, son rebajados a una ínfima condición en
una existencia posterior, en caso de que hayan sido dominados por el orgullo y
la ambición. Por consiguiente, sí no queréis ser obligados a descender, no
busquéis el primer puesto en la Tierra, ni pretendáis poneros por encima
de los otros. Buscad, por el contrario, el lugar más humilde y modesto, porque Dios sabrá daros uno más elevado en el Cielo, si lo merecéis.
Misterios ocultos a los sabios y a
los sagaces
7. Entonces Jesús dijo éstas palabras: “Os doy gloria,
Padre mío, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los
sabios y a los sagaces, y las revelaste a los simples y a los pequeños”. (San Mateo, 11:25.).
8. Puede parecer extraño que1 Jesús dé gracias a Dios por
haber revelado estas cosas a los simples y a los pequeños, que son los pobres
de espíritu, y por haberlas ocultado a los sabios y a los sagaces, más aptos,
aparentemente, para comprenderlas. Sucede que es preciso entender por los primeros a los humildes, que se humillan ante Dios y no se
creen superiores a todo el mundo; y por los segundos a los orgullosos,
envanecidos con su saber mundano, que se creen sagaces porque niegan o tratan a
Dios de igual a igual, en caso de que no lo repudien. En la antigüedad, sabio era sinónimo de científico. Por eso Dios les
concede investigar los secretos de la Tierra, y revela los del Cielo a los
simples y a los humildes que se inclinan ante Él.
9. Lo mismo sucede hoy con las grandes verdades que el espiritismo
revela. Algunos incrédulos se admiran de que los Espíritus realicen tan pocos
esfuerzos para convencerlos. Eso se debe a que estos últimos se ocupan de los
que buscan la luz de buena fe y con humildad, de preferencia a los que suponen
que poseen toda la luz e imaginan, al parecer, que Dios debería estar muy feliz
de conducirlos hacia Él, dándoles la prueba de su
existencia. El poder de Dios se pone de manifiesto tanto en las cosas
más pequeñas como en las más grandes. Él no pone la luz debajo del celemín,
sino que la esparce a raudales por todas partes, de modo que solamente los
ciegos no la ven. Dios no quiere abrirles los ojos a la fuerza, puesto que les
place mantenerlos cerrados. Ya les llegará su hora, pero antes es preciso que
experimenten las angustias de las tinieblas y reconozcan a Dios, y no al acaso,
en la mano que hiere su orgullo. Dios emplea, para vencer a la incredulidad, los
medios más convenientes según los individuos. No le corresponde al incrédulo prescribirle lo que debe hacer,
y decirle: “Si quieres convencerme, debes proceder de esa o de aquella manera,
en tal momento y no en tal otro, porque esa ocasión me conviene más”. Por consiguiente, no se asombren los incrédulos de que ni
Dios ni los Espíritus, que son los agentes de su voluntad, se sometan a sus
exigencias. Tendrían que preguntarse a sí mismos qué dirían si el último de sus
servidores quisiera impartirles órdenes. Dios establece sus condiciones pero no se somete a las de los hombres. Escucha con bondad a los que
se dirigen a Él con humildad, y no a los que creen que son más que Él.
10. Habrá quien se plantee esta pregunta: ¿No podría Dios
advertir a los incrédulos mediante señales evidentes, ante las cuales hasta los
más obstinados tendrían que inclinarse? No cabe duda de que podría, pero
entonces, ¿dónde estaría el mérito de ellos y, por otra parte, para qué serviría eso? ¿No vemos todos los días a los que rechazan
la evidencia, diciendo incluso: “Aunque viese, no creería, porque sé que es
imposible”? Si se niegan a reconocer la verdad, es porque su espíritu aún no
está maduro para comprenderla, ni su corazón para sentirla. El orgullo es la venda
que les tapa la vista. ¿De qué sirve mostrarle la luz a un ciego? Así pues, es
preciso que se cure antes la causa del mal. Por eso, como médico hábil que es,
Dios castiga primero el orgullo. No abandona a sus hijos extraviados, porque
sabe que tarde o temprano sus ojos se abrirán; pero quiere que sea por su
propia voluntad. Entonces, doblegados por los tormentos de la incredulidad, se
arrojarán por sí mismos en los brazos de Él y, tal como hacen los hijos
pródigos, le pedirán perdón.
INSTRUCCIONES DE
LOS ESPÍRITUS
El orgullo y la
humildad
11. ¡La paz del Señor sea con vosotros, queridos amigos!
Vengo a infundiros valor para que sigáis en el camino del bien. A los pobres Espíritu que en otras épocas han habitado en la
Tierra, Dios les confía la misión de esclareceros. Bendito sea Él,
por la gracia que nos concede de poder contribuir a vuestro perfeccionamiento.
¡Que el Espíritu Santo me ilumine y me ayude, a fin de que mi palabra sea
comprensible, y que me conceda la gracia de colocarla al alcance de todos! En cuanto
a vosotros, encarnados, que estáis afligidos y buscáis la luz, ¡que la voluntad
de Dios venga en mi ayuda para hacer que resplandezca ante vuestros ojos!. La humildad es una virtud muy postergada entre vosotros.
Los grandes ejemplos que se os han dado no son tenidos en cuenta como
correspondería. Sin embargo, sin humildad, ¿podéis ser caritativos para con el
prójimo? ¡Oh! no, porque ese sentimiento nivela a los hombres; les dice que son hermanos, que deben ayudarse mutuamente, y los conduce
al bien. Sin la humildad, os adornáis con virtudes que no tenéis, como si os
pusierais un vestido para ocultar las deformidades de vuestro cuerpo. Acordaos
de Aquel que nos salvó; recordad su humildad, que lo hizo tan grande y lo elevó
por encima de los profetas. El orgullo es el
terrible adversario de la humildad. Si Cristo prometía el reino
de los Cielos a los más pobres, se debe a que los grandes de la Tierra se
imaginan que los títulos y las riquezas son recompensas acordes con sus méritos,
y que su esencia es más pura que la del pobre. Consideran que tienen derecho a esas cosas, razón por la
cual, cuando Dios se las quita, lo acusan de cometer una injusticia. ¡Oh!
¡Escarnio y ceguera! ¿Acaso Dios os reconoce por el cuerpo? La envoltura del
pobre, ¿no es de la misma esencia que la del rico? El Creador, ¿ha hecho dos especies de hombres? Todo lo que Dios hace es grande y sabio.
Nunca le atribuyas las ideas que vuestros cerebros orgullosos conciben. ¡Oh, rico! Mientras tú duermes en tus aposentos dorados,
al resguardo del frío, ¿no sabes que miles de hermanos tuyos, que valen tanto
como tú, yacen sobre la paja? El desdichado que padece hambre, ¿no es tu igual?
Cuando escuchas eso tu orgullo se subleva, bien lo sé. Consentirás en darle una
limosna, ¡pero jamás le estrecharías fraternalmente la mano! “¡Cómo! –pensarás– ¡Yo, de noble estirpe, uno de los grandes de la Tierra,
seré igual a ese miserable cubierto de harapos! ¡Vana utopía de los que
pretenden ser filósofos! Si fuésemos iguales, ¿por qué Dios lo habría colocado
tan abajo y a mí tan arriba?” Es verdad que vuestras vestimentas no son
semejantes. Con todo, si ambos se desnudaran, ¿qué diferencia habría entre vosotros?
“La nobleza de la sangre”, dirás. Pero la química no ha encontrado diferencia
alguna entre la sangre de un gran señor y la de un plebeyo, ni entre la del amo
y la del esclavo. ¿Quién te garantiza que tú no has sido miserable y desdichado
como él? ¿Que no has pedido limosna? ¿Que no se la pedirás un día a ese mismo
al que hoy desprecias? ¿Acaso son eternas las riquezas? ¿No se acaban cuando se extingue el cuerpo, envoltura perecedera de tu
Espíritu? ¡Oh! ¡Imprégnate de humildad! Pon finalmente la mirada en la realidad
de las cosas de este mundo, en lo que da lugar al enaltecimiento o a la
humillación en el otro. Piensa que la muerte no te respetará, como tampoco
respetará a los demás hombres; que los títulos no te preservarán de su ataque;
que ella puede herirte mañana, hoy, en cualquier momento. Y si te encierras en
tu orgullo, ¡oh, cómo te compadezco, porque serás digno de piedad! ¡Orgullosos! ¿Qué erais antes de ser nobles y poderosos? Es posible que estuvieseis por debajo del último de
vuestros criados. Inclinad, pues, vuestras altivas frentes, pues Dios puede
bajarlas en el momento en que más las levantáis. Todos los hombres son iguales
en la balanza divina. Sólo las virtudes los distinguen ante Dios. Todos los Espíritus
son de la misma esencia, y todos los cuerpos son modelados con la misma
arcilla. Vuestros títulos y vuestros nombres en nada os modifican; quedan en la
tumba, y no son ellos los que os darán la felicidad prometida a los elegidos.
La caridad y la humildad son sus títulos de nobleza. ¡Pobre criatura! Eres madre y tus hijos sufren: sienten frío,
tienen hambre. Y tú acudes, doblada bajo el peso de tu cruz, a humillarte para
conseguirles un pedazo de pan. ¡Oh, yo me inclino ante ti! ¡Cuán noble, santa y grande
eres a mis ojos! Aguarda y ruega. La felicidad aún no es de este mundo. A los
pobres y oprimidos que confían en Él, Dios les concede el reino de los Cielos. Y tú, jovencita, pobre niña entregada al trabajo y a las privaciones,
¿por qué esos tristes pensamientos? ¿Por qué lloras? Que tu mirada, piadosa y
serena, se eleve hacia Dios: Él da alimento a las avecillas. Ten confianza en Él, que
no te abandonará. La algarabía de las fiestas y los placeres del mundo agitan
tu corazón. Quisieras también adornar tu cabello con flores y mezclarte con los
felices de la Tierra. Piensas que podrías, como esas mujeres a las que ves
pasar alegres y risueñas, ser rica también. ¡Oh! ¡Cállate, niña!. Si supieses cuántas lágrimas y dolores indescriptibles se
ocultan bajo esos vestidos bordados, cuántos sollozos son ahogados por el ruido
de esa alegre orquesta, preferirías tu humilde refugio y tu pobreza. Mantente
pura ante Dios, si no quieres que tu ángel de la guarda se eleve hacia Él, con el rostro oculto bajo sus blancas alas, y te deje con
tus remordimientos, sin guía, sin amparo, en este mundo donde estarías perdida,
mientras esperas tu castigo en el otro. Y vosotros, los que sufrís las injusticias de los
hombres, sed indulgentes para con las faltas de vuestros hermanos, reconociendo
que tampoco estáis exentos de culpas: en eso consiste la caridad, y también la
humildad. Si sufrís por las calumnias, inclinad la frente ante esa prueba. ¿Qué
os importan las calumnias del mundo? Si vuestra conducta es pura, ¿acaso Dios
no puede recompensaros por ello? Soportar con valor las humillaciones de los hombres
implica ser humilde y reconocer que sólo Dios es grande y poderoso. ¡Oh, Dios mío! ¿Será preciso que Cristo venga por segunda
vez a la Tierra para enseñar a los hombres tus leyes, porque las olvidan?
¿Deberá Él expulsar otra vez del templo a los mercaderes que corrompen tu casa,
destinada exclusivamente a la oración? ¡Oh, hombres! ¡Quién sabe si, en caso de que Dios os concediera la gracia de enviaros nuevamente
a Jesús, no renegaríais de Él como lo hicisteis antes! ¡O si no lo llamaríais
blasfemo, porque abatiría el orgullo de los fariseos modernos! Es posible que
lo hicierais recorrer de nuevo el camino del Gólgota. Cuando Moisés subió al monte Sinaí para recibir los mandamientos
de Dios, el pueblo de Israel, entregado a sí mismo, abandonó al verdadero Dios.
Hombres y mujeres se desprendieron de su oro y sus alhajas para que se hiciera
un ídolo, al que adoraron. Hombres civilizados, vosotros os comportáis del
mismo modo que ellos. Cristo os confió su doctrina; os dio el ejemplo de todas
las virtudes, pero lo habéis abandonado todo, tanto el ejemplo como los
preceptos. Cada uno de vosotros contribuyó con sus pasiones, y os habéis hecho
un Dios a la medida de vuestra voluntad: según algunos, terrible y sanguinario;
según otros, indiferente a los intereses del mundo. El Dios que fabricasteis
sigue siendo el becerro de oro que cada uno adapta a sus gustos y a sus ideas. Reflexionad, hermanos y amigos míos. Que la voz de los
Espíritus conmueva vuestros corazones. Sed generosos y caritativos sin
ostentación, es decir, haced el bien con humildad. Que cada uno derribe poco a
poco los altares que habéis erigido al orgullo. En una palabra, sed verdaderos cristianos, y alcanzaréis el reino de la verdad. No
dudéis más de la bondad de Dios, cuando Él os da tantas pruebas de ello. Los
Espíritus venimos a preparar el camino para que las profecías se cumplan.
Cuando el Señor os dé una manifestación más resonante de su clemencia, que el enviado celestial os encuentre formando una gran familia;
que vuestros corazones afables y humildes sean dignos de oír la palabra divina
que Él habrá de traeros; que el elegido no encuentre en su camino otra cosa que
las palmas que vosotros hayáis dispuesto por vuestro retorno al bien, a la caridad, a la fraternidad, y entonces vuestro mundo se
convertirá en el paraíso terrenal. Por el contrario, si permanecierais
insensibles a la voz de los Espíritus enviados para purificar y renovar vuestra
sociedad civilizada, rica en ciencias, pero tan pobre en buenos sentimientos, entonces, ¡ay!, sólo nos quedará llorar y gemir por vuestro
destino. Pero no, no sucederá de ese modo. Volved a Dios, vuestro Padre,
y en ese caso nosotros, que habremos contribuido al cumplimiento de su
voluntad, entonaremos el cántico de acción de gracias, para agradecer al Señor
su inagotable bondad, y para glorificarlo por los siglos de los siglos. Así sea.
(Lacordaire. Constantina, 1863.)
12. Hombres, ¿por qué os quejáis de las calamidades que
vosotros mismos habéis acumulado sobre vuestras cabezas? Habéis despreciado la
santa y divina moral de Cristo. No os asombréis, pues, de que la copa de la
iniquidad haya desbordado por todas partes. El malestar se generaliza. ¿A quién acusar sino a vosotros
mismos, que sin cesar procuráis aniquilaros unos a otros? No podéis ser felices
si falta la mutua benevolencia. Pero ¿cómo puede la benevolencia coexistir con el
orgullo? El orgullo: ahí está el origen de todos vuestros males. Aplicaos,
pues, a destruirlo, si no queréis ver perpetuadas sus funestas consecuencias.
Disponéis de un solo medio para hacerlo, pero que es infalible: adoptar como
regla invariable de vuestra conducta la ley de Cristo, ley que habéis
rechazado, o falseado en su interpretación. ¿Por qué tenéis en tan grande estima lo que brilla y fascina
a la vista, en vez de lo que llega al corazón? ¿Por qué hacéis del vicio, que
crece en la opulencia, el objeto de vuestras adulaciones, mientras que sólo
dedicáis una mirada de desdén para el verdadero mérito, que permanece oculto en la oscuridad? Si un rico libertino, perdido en cuerpo
y alma, se presenta dondequiera que sea, todas las puertas se le abren, todas
las consideraciones son para él, mientras que se desdeña conceder un saludo
protector al hombre de bien, que vive de su trabajo. Cuando la consideración que se otorga a las personas se mide conforme al peso del
oro que poseen o según el nombre que llevan, ¿qué interés pueden tener ellas en
corregir sus defectos?. Muy distinto sería si la opinión general fustigara al vicio
dorado tanto como al vicio andrajoso. Pero el orgullo es indulgente para con
todo lo que lo adula. “Siglo de codicia y de dinero”, diréis. Sin duda. No
obstante, ¿por qué habéis permitido que las necesidades materiales prevalezcan sobre el buen sentido y la razón? ¿Por qué quiere cada
uno elevarse por encima de su hermano? La sociedad sufre hoy las consecuencias
de esa situación. No olvidéis que ese estado de cosas constituye siempre una
señal de decadencia moral. Cuando el orgullo llega al límite, es indicio de una
caída próxima, porque Dios castiga siempre a los soberbios. Si algunas veces
los deja subir, es para darles el tiempo necesario para que reflexionen y se
enmienden bajo los golpes que, de cuando en cuando, lanza a su orgullo como
advertencia. Con todo, en vez de humillarse, se revelan. Entonces, cuando la
medida está colmada, Dios los derriba por completo, y la caída les resulta tanto
más terrible cuanto más alto han subido. Pobre raza humana, cuyo egoísmo ha corrompido todos los
caminos. Ten valor, a pesar de todo. En su misericordia infinita, Dios te envía
un poderoso remedio para tus males, un socorro inesperado para tu aflicción. Abre los ojos a la luz: aquí están las almas de los que
ya no viven en la Tierra, que vienen a convocarte al cumplimiento de tus
verdaderos deberes. Ellas te dirán, con la autoridad de la experiencia, cuán
poca cosa son las vanidades y las grandezas de tu pasajera existencia, en
comparación con la eternidad. Te dirán que, en el Más Allá, el más grande es quien
ha sido el más humilde entre los pequeños de este mundo; que el que más ha
amado a sus hermanos será también el más amado en el Cielo; que los poderosos de la
Tierra, si abusaron de su autoridad, se verán obligados a obedecer a sus
servidores; que, en definitiva, la caridad y la humildad, esas hermanas que
siempre van tomadas de la mano, son los títulos más eficaces para obtener
gracia ante el Eterno. (Adolfo, obispo de Argel. Marmande, 1862.)
_______________________________________
A los pobres Espíritu que en otras épocas han habitado en la Tierra, Dios les confía la misión de esclareceros.
Ahora bien, después de haber leído
este contenido extraído del Libro de los Espíritus y el Libro del Evangelio según
el Espiritismo, te quedan dudas en cuanto a entender los comportamientos de los
Egoístas cuyo espíritu fuerte u orgulloso parecen no poder ser vencidos. Pues,
hoy sabemos que nunca prevalecerán sobre los buenos, todo es cuestión de
tiempo.
No temas a los malos, a ellos
se les vence por tú voluntad y tu deseo de hacer el bien.
Añadir un comentario