Estamos
más cerca de reparar nuestras faltas más rápido de lo
que habíamos imaginado, descubre la respuesta en este artículo.
Venimos al Espiritísmo sin saber que los sufrimientos que tenemos son consecuencias de nuestro
mal comportamiento de nuestro pasado, ya sea esta encarnación o de
encarnaciones anteriores a esta. ¿Pero como es posible eso, que es la reencarnación?
Estas interrogantes son muy comunes en todos los que no conocen el mundo
espiritual y sorprenden a los que son religiosos que tienen un velo que ha sido
puesto a propósito, con el fin de que no miren la vida futura como la presenta
el Espiritísmo.
Pues si
partimos del hecho que nuestras Almas son Inmortales, por lógica no podemos
descartar la Reencarnación como instrumentos a mejorar las Almas Desencarnadas que están manchadas por nuestros errores del pasado.
Si nuestra vida es una sin consideración
al Bien que debemos tener con nuestros semejantes, estaremos en cada existencia
acumulando Faltas, Culpas, Efectos (Karmas) como algunos le llaman. Esas faltas
cometidas ante el Mundo Espiritual, deben ser reparadas, o limpiadas o
expiadas, significa lo mismo. Y ¿donde ocurre ese proceso?, sino es en el mundo físico
en que vivimos, pues así lo determinó Dios Todopoderoso. La Expiación tiene lugar en el el mundo fisico. Es aquí donde se reparan los efectos (Karma) de nuestras Faltas cometidas, o en esta existencia o existencias previas.
998. La expiación ¿se cumple en el estado corporal, o en el de Espíritu?
- Se cumple durante la existencia corpórea por medio de las pruebas a que se ha sometido el Espíritu, y en la vida espiritual, por los padecimientos morales propios de su estado de inferioridad.
Este
articulo de reflexión, explica estos conceptos desde una Perspectiva de la Filosofía Espírita o El Espiritísmo. Te invito a
ver el vídeo complementario que incluyo, es más de una hora de duración, y
debes saber que es la mejor manera que tengo para desarrollar un tema tan
importante, que como consecuencia modificará tu comportamiento hacia el Bien Común o Moral y que ha de economizarte cientos de años, sino miles de años a tu proceso de adelantamiento espiritual. Por lo tanto es indispensable saber cómo son
las reglas espirituales, pues entendiéndolas podemos entender y contribuir
voluntariamente a mejorar nuestro comportamiento Moral.
¿Cuánto han
de durar esas penas o sufrimientos? es la base de esta reflexión. Si al llegar a esta reflexión, aun tienes
dudas de cuáles son los propósitos de la Reencarnación de acuerdo a lo
expresado por los Espíritus Superiores y Puros de la Codificación Espírita, es
menester entonces que limes esas asperezas entendiendo que la reencarnación tiene
el propósito de mejorar el espíritu, mediante un comportamiento moral y para
dar oportunidad a limpiar, reparar o reparar culpas, faltas o karmas. Si esto está
bien definido y no ocasiona ningún conflicto en tu mente, pues entonces estás
preparado a entender esta enseñanza sobre la reparación de Culpas o faltas y
entender cuanto han de durar y cuando sabremos que vamos transitando por la
carretera correcta.
Este estudio
está sustentado por el Libro de Los Espíritus en su gran mayoría de los
argumentos.
CAPÍTULO II PENAS Y GOCES FUTUROS
El Libro de Los
Espíritus
I.- La nada.- La vida futura
958. ¿Por qué
tiene el hombre, instintivamente, horror a la nada?
- Porque la nada no existe.
959. ¿De dónde
le viene al ser humano el sentimiento instintivo de la vida futura?
- Ya lo hemos dicho: antes de haber encarnado conocía el
Espíritu todas esas cosas, y el alma guarda un vago recuerdo de lo que sabe y
de lo que ha visto en el estado espiritual. (Ver párrafo 393).
393. ¿Cómo puede el
hombre ser responsable de actos y rescatar faltas que no recuerda? ¿De qué
manera podrá aprovechar la experiencia que adquirió en vidas que han caído para
él en el olvido? Se concebirá que las tribulaciones de la existencia fueran una
lección para é si se acordara de las causas que han podido acarrearlas. Pero,
puesto que no tienen memoria de ello, cada existencia es para él como si fuese
la primera, y así está siempre comenzando… ¿Cómo conciliar esto con la justicia
de Dios?
- En cada nueva vida
el hombre tiene más inteligencia y puede distinguir mejor el bien del mal.
¿Dónde estaría su mérito si se acordara de todo el pasado? Cuando el Espíritu
retorna a su existencia primitiva (la espírita), toda su pasada vida se
desarrolla ante él. Ve las faltas en que incurrió y que son causas de su sufrimiento,
y ve también lo que hubiera podido impedir que las cometiera. Comprende que la
situación en que se halla es justa, y busca entonces una existencia capaz de
reparar los errores de aquella que acaba de transcurrir para él. Busca pruebas
análogas a las que pasó antes, o las luchas que considere adecuadas para su
adelanto, y pide a los Espíritus superiores a él que le ayuden en esa nueva
tarea que emprende, porque sabe que el Espíritu que le será asignado por guía
en esa nueva encarnación tratará de hacerle reparar sus culpas dándole una
especie de intuición de las que cometió. Esa misma intuición obra con
frecuencia cuando os asalta un pensamiento, un deseo criminal al que os
resistís por instinto, atribuyendo casi siempre vuestra resistencia a los principios
que habéis recibido de vuestros progenitores, cuando en realidad es la voz de
la conciencia la que os habla, y esa voz es el recuerdo del pasado, que os
advierte que no volváis a caer en las faltas en que habéis ya incurrido. El
Espíritu que ha ingresado a esa nueva existencia, si sufre tales pruebas con
valor y las resiste, se eleva y asciende en la jerarquía de los Espíritus,
cuando vuelve a estar entre ellos.
Si no tenemos durante la vida corporal un recuerdo preciso de lo que
hemos sido y de lo que hicimos de bueno o de malo en nuestras anteriores
existencias, tenemos, sí, la intuición de ello, y nuestras tendencias
instintivas son una reminiscencia del pasado, a las cuales la conciencia, que
es el deseo que hemos concebido de no cometer más las mismas faltas, nos incita
a resistir.
¿No hay acaso, en el olvido de esas existencias anteriores, sobre todo
cuando han sido penosas, algo de providencial, en lo que se revela la sabiduría
divina? En los mundos superiores, cuando el recuerdo de las existencias
desdichadas sólo constituye un mal sueño, se presentan ellas a la memoria. En
cambio, en los mundos inferiores, ¿las desventuras actuales no se verían
agravadas por el recuerdo, en todos aquellos que pudieron haberlas soportado?
Concluyamos, pues, que cuanto Dios hizo bien hecho está y que no nos compete
criticar sus obras y manifestar cómo hubiera debido Él organizar el Universo.
El recuerdo de nuestras individualidades anteriores tendría muy serios
inconvenientes. En ciertos casos, podría humillarnos de una manera
extraordinaria. En otros, exaltar nuestro orgullo y por eso mismo trabar
nuestro libre albedrío. Dios nos ha dado, para que mejoremos, justamente lo que
nos es necesario y puede bastarnos: la voz de la conciencia y nuestras
tendencias instintivas. Y nos quita lo que pudiera dañarnos. Agreguemos,
incluso, que si tuviéramos el recuerdo de nuestros actos personales anteriores,
poseeríamos igualmente el de las acciones de los demás, y este conocimiento
podría acarrear los más enojosos efectos sobre las relaciones sociales. Puesto
que no podremos siempre vanagloriarnos de nuestro pasado, con frecuencia es muy
conveniente que se haya echado un velo sobre él. Esto concuerda perfectamente
con la doctrina de los Espíritus sobre los mundos que son superiores al
nuestro. En tales mundos, donde sólo reina el bien, el recuerdo del pasado no
reviste nada de penoso. He ahí por qué se acuerdan los moradores de su
existencia precedente, así como nosotros rememoramos lo que hemos hecho la
víspera. En cuanto a los períodos en que hayamos podido permanecer en los
mundos inferiores, su recuerdo sólo constituye un mal sueño, como hemos dicho
ya.
En todos
los tiempos se ha preocupado el hombre por el porvenir que le aguarda más allá
de la tumba, y esto es muy natural. Por mucha importancia que conceda a la vida
presente no puede impedirse considerar cuán breve es ésta, y sobre todo cuán
precaria, ya que en cualquier instante puede verse tronchada, y el hombre nunca
está seguro del día de mañana. ¿Qué le sucede después del fatal momento de la
muerte? Seria es la pregunta, pues no implica unos pocos años, sino la
eternidad. Aquel que deba pasar largos años en un país extranjero se preocupa
por la situación en que allí se encontrará. ¿Cómo, entonces, no preocuparnos de
la situación en que estaremos al dejar este mundo, puesto que creemos que lo
abandonaremos para siempre? La idea de
la nada tiene algo que repugna a la razón. El hombre que durante su vida ha
sido el más despreocupado, cuando llega el instante supremo se pregunta qué
será de él, involuntariamente concibe una esperanza. Creer en Dios sin admitir la vida futura
constituiría un contrasentido. El sentimiento de una existencia mejor está en
el fuero íntimo de todo hombre. Dios no ha podido implantarlo en vano ahí. La vida futura implica la conservación de
nuestra indivi-dualidad después de la muerte En efecto, ¿qué nos importaría
sobrevivir al cuerpo, si nuestra esencia moral debiera perderse en el océano de
lo infinito? Para nosotros, las consecuencias de ello equivaldrían a las de la
nada.
II.- Intuición de las penas y goces futuros
962. ¿Por qué
existen incrédulos, ya que el alma da al hombre el sentimiento de las cosas
espirituales?
- Hay menos de los que se piensa. Muchos presumen de
descreídos durante su vida por orgullo,
pero en el momento de morir dejan de ser tan fanfarrones.
La consecuencia de la vida futura
es la resultante de la responsabilidad de nuestros actos. La razón y la justicia nos dicen que en el reparto
de la felicidad, a que todo hombre aspira, los buenos y los malos no podrían
hallarse mezclados. Dios no
puede querer que algunos disfruten sin trabajo de bienes que otros alcanzan
sólo a costa de esfuerzos y de perseverancia.
La idea de que Dios nos da su justicia y bondad
mediante la sabiduría de sus leyes no nos permite creer que el justo y el ruin
sean de igual categoría a los ojos de Él, ni dudar de que no reciban un día,
aquél la recompensa, éste el castigo, por el bien y el mal que haya cada cual
realizado. De ahí, pues, que el innato sentimiento que tenemos de la justicia
nos dé la intuición de las penas y recompensas futuras.
III.-
Intervención de Dios en las penas y recompensas
963. ¿Se ocupa
Dios personalmente de cada hombre? ¿No es Él demasiado grande, y demasiado
pequeños nosotros, para que cada individuo en particular tenga alguna
importancia a sus ojos?
- Dios se ocupa de todos los seres que ha creado, por muy
pequeños que ellos sean. Nada es demasiado poco para su bondad.
964. ¿Tiene
Dios necesidad de ocuparse de cada uno de nuestros actos, para premiarnos o
castigarnos? ¿Acaso la mayor parte de tales actos no son insignificantes para
Él?
- Dios posee sus leyes, que rigen todas vuestras
acciones. Si las violáis,
vuestra es la culpa. A no dudarlo, cuando un hombre comete un exceso
Dios no pronuncia un juicio contra él para decirle, por ejemplo: “Has sido glotón y voy a
castigarte”. Pero Él ha trazado un límite. Las enfermedades, y muchas
veces la misma muerte, son
consecuencias de los excesos cometidos. He aquí la punición. Constituye
el resultado de haber infringido la ley. Así sucede en todo.
Todas nuestras acciones se hallan
sometidas a las leyes de Dios. Ninguna hay, por
insignificante que nos parezca, que no
pueda ser una violación de tales leyes. Si sufrimos las secuelas de dicha violación, sólo
a nosotros mismos debemos achacarlo, que así nos convertimos en los artesanos
de nuestra dicha o de nuestra desgracia venideras.
Esta
verdad se torna palpable en el siguiente apólogo:
Un padre
ha dado a su hijo educación e instrucción. Vale decir, los medios para saber
conducirse. Le cede un campo para cultivar y le expresa: “Esta es la normal que
has de seguir, y estas las herramientas precisas para lograr que la tierra sea
fértil y asegures así tu subsistencia. Te di instrucción para que comprendieses
esa norma. Si la obedeces, el campo te rendirá mucho, proporcionándote descanso en tu vejez. Si
no lo haces, la tierra
nada producirá y morirás de inanición”. Dicho lo cual, el padre deja al
hijo que obre como mejor le parezca.
¿No es
cierto que ese campo rendirá en virtud de los cuidados que se concedan a los
cultivos, y que toda negligencia irá en detrimento de la cosecha? El hijo,
pues, será en su ancianidad dichoso
o desgraciado, conforme haya seguido o descuidado la norma que su padre
le trazó. Por su parte, Dios es aún más previsor, por cuanto nos advierte a
cada instante si estamos haciendo bien o mal. Nos envía a los Espíritus para que nos inspiren, pero no
los escuchamos. Hay, además, la diferencia de que Dios otorga siempre al hombre
un recurso, en sus nuevas existencias, para que repare sus pasados errores, en
tanto que el hijo a que hacemos referencia no lo tendrá, si emplea mal su
tiempo.
IV.- Naturaleza
de las penas y goces futuros
978. El
recuerdo de las faltas que el alma ha podido cometer cuando era aún imperfecta,
¿no perturba su felicidad, incluso después que se ha depurado?
- No, por cuanto ha rescatado sus culpas y salió
triunfante de las pruebas a que se había sometido con ese fin.
979. Las
pruebas que le resta sufrir para completar la purificación ¿no causan al alma
una aprensión penosa que perturba su dicha?
- Para el alma que
está todavía mancillada, sí. Por eso
no podrá gozar de una felicidad perfecta sino cuando sea del todo pura. Pero,
para aquella otra que ya se ha elevado, el pensamiento de las pruebas que le
quedan por pasar no tiene nada de afligente. El alma que alcanzó cierto grado de pureza goza ya de la dicha. Un
sentimiento de dulce satisfacción la embarga. Es feliz con todo lo que ve y con
cuanto la rodea. Ante ella se alza el velo sobre los misterios y las maravillas
de la Creación, y las divinas perfecciones se le aparecen en todo su esplendor.
165. El conocimiento del Espiritísmo ¿ejerce influencia sobre la duración
más o menos prolongada de la turbación?
- Una influencia muy grande, por
cuanto el Espíritu comprende de antemano su situación. Pero, lo que más influye
es la práctica del bien y la conciencia pura.
799. ¿Cómo puede el Espiritismo contribuir al progreso?
- Destruyendo al materialismo, que es una de las plagas de la sociedad, hace él comprender a los hombres
dónde está su verdadero interés. No estando ya la vida futura velada por la
duda, el hombre comprenderá mejor que puede asegurarse el porvenir mediante su
presente. Al destruir los prejuicios de sectas, castas y colores, enseña a los
hombres la gran solidaridad que debe unirlos como hermanos.
V.- Penas temporales
983. El
Espíritu que expía sus faltas en una nueva existencia ¿no experimenta
sufrimientos materiales? En tal caso ¿es exacto decir que después de la muerte
el alma sólo tiene padecimientos morales?
- Bien es verdad que cuando el alma ha reencarnado las adversidades
de la vida constituyen para ella un sufrimiento. Pero sólo el cuerpo padece en
forma material. A menudo decís, del que ha muerto, que ya no ha de sufrir más,
y esto no siempre es cierto. En cuanto Espíritu, no experimenta dolores físicos; pero, según las faltas
que haya cometido, puede que tenga dolores morales más amargos, y acaso en otra
nueva existencia sea aún más infortunado. El que fue un mal rico pedirá
entonces limosna y deberá arrostrar todas las privaciones que la miseria trae
consigo, así como el que ha sido orgulloso habrá de sufrir todas las
humillaciones. El que abusó de la autoridad que tenía y trataba a sus
subordinados con menosprecio y dureza, se verá forzado a obedecer a un amo más
duro de lo que él mismo fue. Todas las penalidades y tribulaciones de la vida
son la expiación de las culpas cometidas en una existencia anterior, cuando no
constituyen las consecuencias de las faltas en que se ha incurrido en la vida
actual. Cuando hayáis salido de aquí lo comprenderéis. (Ver parágrafos 273, 393
y 399).
273. Un hombre que pertenezca a una raza civilizada
¿podría, por expiación, reencarnar entre salvajes?
- Sí, pero depende del género de expiación. Un amo que haya sido duro con
sus esclavos podrá convertirse a su vez en esclavo y sufrir los malos tratos
que haya infligido. El que daba órdenes en una época puede, en nueva
existencia, obedecer a aquellos mismos que se humillaban ante su voluntad. Se
trata de una expiación si abusó de su poder, y Dios puede imponérsela. Por otra
parte, un Espíritu bueno podrá también escoger una existencia en la que influya
sobre esos pueblos y los haga adelantar, en cuyo caso es una misión.
393.
Vea esta pregunta más arriba en este articulo.
399.
Visto que las vicisitudes de la vida corpórea son a la vez una expiación de
pasadas faltas y también pruebas relativas a su porvenir, ¿se sigue de ello que
de la índole de tales vicisitudes se pueda inducir el género de la existencia
anterior?
- Muy a menudo, puesto que cada
cual es castigado por donde pecó. No obstante, no habría que considerar esto
como una regla absoluta. Las tendencias instintivas son un indicio más seguro,
porque las pruebas que el Espíritu sufre tanto pueden guardar relación con su
porvenir como con su pasado.
Llegado al término que la
Providencia ha señalado para vida errante, el mismo Espíritu elige las pruebas
a las cuales desea someterse a fin de apresurar su adelanto, esto es, el tipo
de existencia que cree más adecuado para proveerle los medios para ello. Y
tales pruebas están siempre en relación con las faltas que debe expiar. Si las
supera, se eleva. Si cae vencido por ellas, tiene que comenzar una vez más. El Espíritu goza siempre de su libre arbitrio.
En virtud de esa libertad escoge, en el estado de Espíritu, las pruebas de la
vida corporal, y en el estado de encarnación delibera qué hará o qué no hará, y
opta entre el bien y el mal. Negar al hombre el libre albedrío, sería rebajarlo
a la categoría de máquina.
Una vez reintegrado a la vida corpórea, el
Espíritu pierde en forma temporaria el recuerdo de sus existencias anteriores,
como si un velo se las ocultara. Con todo, a veces tiene de ellas una vaga
conciencia, y en ciertas circunstancias incluso pueden serle reveladas. Pero en
tales casos ello sucede por voluntad de los Espíritus superiores, que lo hacen
en forma espontánea, con una finalidad útil, y nunca para satisfacer una vana
curiosidad.
En lo que toca a las vidas futuras, en ningún
caso pueden ser reveladas, en razón que depende de la manera como se cumple la
existencia presente y de la ulterior elección del Espíritu.
El olvido de las faltas cometidas no es un
obstáculo para el mejoramiento del Espíritu, porque si no guarda de ellas un
recuerdo preciso, el conocimiento que de las mismas tenía cuando se encontraba
en erraticidad, y el deseo que ha concebido de repararlas, lo guían por
intuición y le dan el pensamiento de resistir al mal. Ese pensamiento es la voz
de la conciencia, en la cual es secundado por los Espíritus, que lo asisten si
escucha las buenas inspiraciones que le sugieren.
Si bien el hombre desconoce los actos específicos que cometió en sus
vidas anteriores, puede en cambio saber siempre por qué clase de faltas se ha
hecho culpable y cuál era entonces su carácter dominante. Le basta estudiarse a
sí mismo y por allí puede deducir lo que ha sido, no por lo que es ahora, sino
por las tendencias que en la actualidad manifiesta.
Las adversidades de la vida corpórea son a la
vez una expiación por pasadas faltas y también pruebas que preparan el futuro.
Nos depuran y elevan, según las toleremos con resignación y sin murmurar.
La índole de las vicisitudes y pruebas que
soportamos puede también instruirnos acerca de lo que hemos sido y sobre lo que
hicimos, así como en la Tierra juzgamos los actos de un culpable por la pena
que la ley le inflige. Así pues, uno será castigado en su orgullo mediante la
humillación que para él significa una existencia subalterna; el mal rico y el
avaro, por la miseria; el que sido duro para con los demás, mediante los
rigores que deberá sufrir; el tirano, por la esclavitud; el mal hijo, por la
ingratitud de sus propios descendientes; el perezoso, por un trabajo forzado, y
así sucesivamente.
984. Las vicisitudes de la vida ¿son siempre la punición de las culpas actuales?
- No. Lo hemos dicho
ya: se trata de pruebas impuestas por Dios129 o elegidas por vosotros mismos cuando os
hallabais en estado de Espíritu, antes de vuestra reencarnación, con el
objetivo de reparar las faltas cometidas en una existencia precedente. Porque
jamás queda impune una infracción a las leyes de Dios, y en especial a la ley
de justicia. Si no se la paga en esta vida se habrá de hacerlo por fuerza en
otra. Por eso, aquel que en vuestro concepto es un hombre justo, se ve
castigado muchas veces a causa de su pasado. (Véase parágrafo 393, arriba).
129 “Dios impone, premia, castiga, etc.”, sólo son figuras
alegóricas, no es que Dios en persona haga o deshaga, Él tiene sus leyes, y
toda acción tiene su reacción. [N. del copista]
988. Hay
personas cuya vida transcurre en una calma perfecta y que, por no tener
necesidad de hacer nada por sí mismas, están exentas de preocupaciones. Esa
vida dichosa ¿es prueba de que no tienen nada que expiar de una existencia
anterior?
- ¿Conoces muchas en esas condiciones? Si crees que sí
estás engañándote. Con frecuencia esa calma sólo es aparente. Puede que hayan
escogido esta vida, pero cuando la dejen percibirán que no les ha servido en
modo alguno para adelantar. Y entonces, igual que los holgazanes, lamentarán el
tiempo perdido. Sabed bien que el Espíritu sólo mediante la actividad puede
adquirir conocimientos y elevarse. Si se duerme en la indolencia, no progresa.
Se asemeja a aquel que tiene necesidad (conforme a vuestros usos) de trabajar, y
que en cambio se va de paseo o se mete en la cama, y esto con el propósito de
no hacer nada. Sabed bien, además, que cada cual tendrá que rendir cuentas
de la inutilidad voluntaria de su existencia. Y esa inutilidad resulta siempre
fatal para la dicha venidera. La suma de la felicidad futura está en razón
de la suma del bien que se haya realizado. Y el total de la desventura, en
razón del total del mal y de los desdichados que se hayan hecho.
989. Existen
personas que, sin ser positivamente malvadas, hacen desgraciados a todos
aquellos que las rodean, a causa de su mal carácter. ¿Qué consecuencia les
acarrea esto?
- Con toda seguridad que esas personas no son buenas, y
lo expiarán delante de aquellos a quienes hicieron desdichados. Será para ellas
como un reproche. Además, en una existencia ulterior padecerán lo que han hecho
sufrir.
VI.- Expiación
y arrepentimiento
990. El
arrepentimiento ¿tiene lugar en el estado corporal o en el espiritual?
- En este último. Pero puede también sobrevenir en el
estado corpóreo, cuando comprendéis bien la diferencia existente entre el bien
y el mal.
991. ¿Qué
consecuencia tiene el arrepentimiento en el estado espiritual?
- El deseo de una nueva encarnación con el objeto de
purificarse. El Espíritu comprende las imperfecciones que lo privan de la
dicha, de ahí que aspire a una nueva vida, en la que podrá reparar sus faltas.
(Véanse los parágrafos 332 y 975).
332. ¿Puede adelantar o retrasar el Espíritu el instante de su
reencarnación?
- Podrá adelantarlo mediante sus oraciones, y alejarlo si retrocede ante la
perspectiva de la prueba que le aguarda, porque entre los Espíritus los hay
también cobardes e indiferentes; pero no queda impune si lo hace, sino que
sufre por ello, así como el que se rehúsa a tomar un medicamento que podrá
curarlo.
975. ¿Comprenden los
Espíritus inferiores la dicha del justo?
- Sí, y es
precisamente lo que les atormenta. Porque comprenden que por su propia culpa
están privados de ella. De ahí que el Espíritu desprendido de la materia aspire
después a una nueva existencia corpórea, porque cada vida, si es bien
empleada, puede acortar la duración de ese suplicio. Entonces escoge las
pruebas mediante las cuales podrá expiar sus faltas. Porque, sabedlo bien, el
Espíritu sufre a causa de todo el mal que ha hecho o del que fue causante
voluntario, así como por todo el bien que hubiera podido realizar y no hizo, y
todo el mal que resulta del bien que no ha hecho. El Espíritu errante no
tiene ya el velo de la materia. Está como si hubiera salido de en medio de
la niebla y ve lo que le aleja de la felicidad. Entonces padece más, porque
comprende cuán culpable ha sido. Para él no existe ya ilusión: ve la
realidad de las cosas.
El Espíritu en estado errante abarca, por un lado, todas sus pasadas
existencias; ve, por el otro, el porvenir prometido, y comprende lo que le
falta para alcanzarlo. Así como un viajero que, llegado a la cumbre de una
montaña, contempla la ruta que ha hecho y la que le falta recorrer para
alcanzar su destino.
992. Y ¿qué resultado reporta el arrepentimiento en el estado corporal?
- Adelantar, ya en la vida
presente, si se tiene tiempo de rescatar culpas. Cuando la conciencia
formula un reproche y muestra una imperfección, puede siempre mejorarse.
993. ¿No hay seres humanos que sólo poseen el instinto del mal y son
inaccesibles al arrepentimiento?
- Te dije que se debe progresar
sin tregua. El que en la presente existencia no tiene más que el instinto del
mal, poseerá el del bien en una vida futura, y por esto precisamente renace
muchas veces. Porque es menester que todos adelanten y alcancen la meta;
sólo que unos lo harán en más corto lapso, otros, en cambio, en un período más
prolongado, conforme a sus deseos. El que sólo posee el instinto del bien ya
está depurado, pues ha podido tener el del mal en una existencia anterior. (Ver
párrafo 894).
998. La
expiación ¿se cumple en el estado corporal, o en el de Espíritu?
- Se cumple durante la existencia corpórea por medio de
las pruebas a que se ha sometido el Espíritu, y en la vida espiritual, por los
padecimientos morales propios de su estado de inferioridad.
999. El
arrepentimiento sincero en el curso de la vida ¿es suficiente para borrar las
culpas y obtener la gracia de Dios?
- El arrepentimiento ayuda al Espíritu a mejorarse, pero
el pasado debe ser expiado.
999 a. Según esto, si un criminal argumenta que, visto que de cualquier
modo debe expiar su pasado no necesita arrepentirse, ¿qué resultaría de ello
para él?
- Si se endurece en la idea del mal, su expiación será prolongada y penosa.
1000. ¿Podemos,
ya en la vida presente, rescatar nuestras culpas?
- Sí, reparándolas. Pero no
creáis que las rescataréis tan sólo con unas pocas privaciones pueriles o
legando a los demás vuestros bienes, para después de vuestra desencarnación,
cuando ellos no los necesitéis. Dios no toma en cuenta en manera alguna un
arrepentimiento estéril, siempre fácil y que no cuesta otro esfuerzo que el de
golpearse el pecho. Perder el dedo meñique mientras se presta un servicio borra
más culpas que el tormento del cilicio sufrido a lo largo de los años, sin otro
objetivo que el bien de sí mismo. (Ver párrafo 726).
726. Si
los sufrimientos de este mundo nos elevan según el modo como los soportemos,
¿nos elevamos también por aquellos otros que nos creamos voluntariamente?
- Los únicos padecimientos que
elevan son los naturales, porque proceden de Dios. Los sufrimientos voluntarios
no sirven para cosa alguna cuando no hacen nada por el bien de los demás.
¿Crees que los que acortan su vida mediante rigores sobrehumanos, como lo hacen
los bonzos, faquires y algunos fanáticos de tantas sectas, adelantan en su
camino? ¿Por qué no trabajan, más bien, en pro de sus semejantes? Vistan al
indigente, consuelen al que llora, ayuden al enfermo, soporten privaciones para
alivio de los desdichados, y entonces sí su vida será útil y agradable a Dios.
Cuando, en los dolores voluntarios que arrostramos, sólo pensamos en nosotros
mismos, es egoísmo. Si se sufre por el prójimo, en cambio, es caridad. Tales
los preceptos de Cristo. El mal sólo es rescatado por el bien, y la reparación
no reviste ningún mérito si no afecta al hombre ni en su orgullo ni en sus
intereses materiales.
¿De qué le vale, para su
justificación, el restituir después de su muerte los bienes mal habidos, cuando
ya le son inútiles y les ha sacado provecho?
¿De qué le vale privarse de
algunos placeres fútiles y unas pocas cosas superfluas, si la injusticia que ha
cometido contra otros sigue siendo la misma?
¿De qué le vale, por último,
humillarse ante Dios si sigue siendo orgulloso ante los hombres? (Véanse los
parágrafos 720 y 721).
720.
Las privaciones voluntarias, con miras a una expiación voluntaria también, ¿son
meritorias a los ojos de Dios?
- Haced bien a los demás y
tendréis más mérito.
720 a.
¿Hay, entre esas privaciones voluntarias, algunas que sean meritorias?
- Sí: la privación de los placeres
inútiles, porque desliga al hombre de la materia y eleva su alma. Lo meritorio
es resistir a la tentación que induce a los excesos o al disfrute de cosas
inútiles; quitar parte de lo que nos es necesario para dar a aquellos que no
poseen bastante. En cambio, cuando la privación voluntaria no es más que un
vano simulacro, constituye una irrisión.
721. La
vida de mortificaciones ascéticas ha sido practicada desde la más remota
antigüedad y en diferentes pueblos. ¿Es meritoria, desde algún punto de vista?
- Preguntaos para quién sirve
y obtendréis la respuesta. Si sólo aprovecha al que la práctica, y en cambio le
impide hacer el bien, significa egoísmo, sea cual fuere el pretexto con que se
la hermosee. Privarse y trabajar para los demás es la verdadera mortificación,
según la caridad cristiana.
V.- Pruebas de la riqueza y de la miseria
814. ¿Por qué ha concedido Dios a unos
riqueza y poder, y miseria a otros?
- Con el propósito de probar a cada cual de
una manera diferente. A más de esto, ya lo sabéis, tales pruebas han sido
escogidas por los mismos Espíritus, quienes con frecuencia caen vencidos por
ellas.
815. ¿Cuál de las dos pruebas es la más
difícil para el ser humano: la de la desgracia o la de la fortuna?
- Ambas lo son igualmente. La miseria provoca
la rebeldía contra la Providencia. La riqueza, por su parte, empuja a todos los
excesos
816. Si bien es cierto que el rico está
sujeto a más tentaciones, ¿no es verdad asimismo que posee más medios para
realizar el bien?
- Precisamente es lo que no siempre hace. Se
torna egoísta, orgulloso e insaciable. Sus necesidades aumentan con su fortuna
y cree no tener jamás lo bastante para sí.
Una alta posición en el mundo y el gozar de autoridad
sobre los semejantes son pruebas tan grandes y difíciles como la desgracia.
Porque cuanto más rico y poderoso se sea, tanto más obligaciones se
tendrán y mayores son los medios disponibles para realizar el bien o cometer el
mal. Dios prueba con la resignación al pobre y al rico por medio de uso que
haga de sus bienes y de su poder.
Riqueza y poder engendran todas las pasiones que nos unen
a la materia y nos alejan de la perfección espiritual. De ahí que Jesús haya
dicho: “De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los
cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una
aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”111 (Ver párrafo 266).
111 San
Mateo,
Cap. 19:23 y 24. Traducción citada. [N. del T. al cast.]
266. ¿No parece natural que se elijan las
pruebas menos penosas?
- A vosotros sí os parece, pero no al
Espíritu. Cuando está despojado de la materia cesa la ilusión y piensa de otro
modo.
El hombre en la Tierra, colocado bajo el influjo de las
ideas carnales, no ve en esas pruebas más que su lado penoso. De ahí que se le
ocurra natural optar por aquellas que desde su punto de vista pueden conjugarse
con los placeres materiales. Pero en la vida espiritual compara los goces
efímeros y groseros con la felicidad inalterable que entrevé, y por tanto, ¿qué
significan para él algunos sufrimientos pasajeros? Puede el Espíritu, pues,
decidirse por la más ruda de las pruebas y, consecuentemente, por la vida más
angustiosa, con la esperanza de alcanzar más pronto un estado mejor, como el
enfermo elige muchas veces el remedio más desagradable para curarse en más
breve plazo. Aquel que desea asociar su nombre con el descubrimiento de un país
desconocido no escogerá un camino sembrado de flores. Conoce los peligros que
está corriendo, pero sabe también cuál será la gloria que le aguarda si obtiene
buen éxito en su empresa.
La doctrina de la libertad en la elección de nuestras
existencias y de las pruebas que debemos afrontar deja de parecer
extraordinaria si se considera que los Espíritus desprendidos de la materia
evalúan las cosas de una manera diferente a como nosotros lo hacemos. Ellos
tienen en vista la meta, mucho más seria, en su concepto, que los fugaces
placeres del mundo. Tras cada existencia concluida ven el paso que han dado y
comprenden cuánto les falta todavía, en materia de pureza, para alcanzar dicha
meta. He ahí por qué se someten de buen grado a todas las vicisitudes de la
vida corporal, pidiendo por sí mismos las que puedan hacerles llegar más
rápidamente. No existe, pues, razón alguna cuando no se ve al Espíritu preferir
la existencia más llevadera. Una vida exenta de amarguras no podría disfrutarla
en su estado de imperfección. La entrevé, y para alcanzarla trata de mejorarse. Por otra parte, ¿no tenemos a diario, ante nuestros ojos,
ejemplos de cosas semejantes? El hombre que trabaja durante parte de sus vida
sin darse tregua ni descanso para reunir medios con los cuales procurarse el
bienestar, ¿qué está haciendo, sino imponerse una tarea con miras a un porvenir
más próspero? El militar que padece a causa de una misión peligrosa, o el
viajero que desafía peligros no menos grandes en interés de la ciencia o para
obtener fortuna, ¿qué hacen si no es someterse a pruebas voluntarias que deben
proporcionarles honor, en el primer caso, y provecho, en el segundo, si logran
salir airosos? ¿A qué no se somete y no se expone el hombre en pro de su
interés o de su gloria? Todos los concursos ¿no son asimismo pruebas
voluntarias, afrontadas con el propósito de progresar en la carrera elegida?
Sólo se llega a cualquier posición social importante –en las ciencias, las
artes o la industria- pasando por la serie de las posiciones inferiores, que
constituyen otras tantas pruebas. Así, la existencia humana es, desde este
punto de vista, el calco de la vida espiritual. En pequeña escala volvemos a
encontrar en aquélla todas las mismas peripecias de esta última. Si en vida,
pues, elegimos a menudo las más rudas pruebas en aras de un objetivo más
elevado, ¿por qué el Espíritu –que ve más lejos- y para el cual la vida
corpórea no es más que un incidente fugaz, no haría lo propio resolviéndose por
una existencia penosa y difícil, si ella ha de conducirlo a la eterna dicha?
Quienes afirman que si los hombres tuvieran la posibilidad de elegir la clase
de vida que les agrada optarían por ser príncipes o millonarios, son como los
miopes que sólo ven lo que están tocando, o como esos niños golosos que,
preguntados sobre qué les gustaría ser cuando mayores, responden que
pasteleros o confiteros. Tal la situación del viajero que, en el fondo de un
valle oscurecido por la niebla, no ve ni la extensión ni los extremos de su
ruta. Pero, una vez llegado a la cumbre de la montaña, abarca el camino hecho y
lo que le resta por recorrer. Divisa su meta, los obstáculos que aún tiene que
franquear, y puede entonces concebir con más seguridad los medios necesarios
para llegar a destino. El Espíritu encarnado está como el viajero en lo hondo
del valle. En cambio, cuando se ha desembarazado de los lazos terrestres
domina, igual que aquél, cuanto se divisa desde la cumbre. Para el viajero, la
meta es el reposo tras la fatiga. Para el Espíritu, la felicidad suprema
después de las tribulaciones y pruebas pasadas. Todos los Espíritus afirman que
en estado errante buscan, estudian y observan para hacer su elección. ¿No
tenemos también un ejemplo de esto en la vida corporal? ¿Con frecuencia no
buscamos durante años la carrera que libremente escoge-remos, por creerla la
más adecuada para llevarnos adelante? Si fracasamos en una, iniciamos otra.
Cada carrera que emprendemos constituye una fase, un período de nuestra
vida. Y cada jornada que pasa ¿no la empleamos en planear lo que haremos al día
siguiente? Ahora bien, ¿qué son las diversas existencias corpóreas para el
Espíritu, sino fases, etapas, períodos, días de su vida espírita, la cual es, conforme sabemos, su existencia normal, ya que la
corpórea sólo es para él efímera, pasajera?
1002.
¿Qué debe hacer aquel que, in articulo mortis131, reconoce
sus culpas pero no tiene tiempo de repararlas? En tal caso, ¿basta con que se
arrepienta?
131 “In articulo mortis”, locución latina que significa
“antes de morir”. [N. del copista]
- El arrepentimiento acelera su
rehabilitación, pero no lo absuelve. ¿No tiene ante él lo por venir, que no le
es cerrado jamás?
VII.- Duración de las penas futuras
1003. La
duración de los sufrimientos del culpable en la vida futura ¿es arbitraria o
está subordinada a alguna ley?
- Jamás obra Dios por capricho, y todo en el Universo
está regido por leyes en las que se ponen de relieve su sabiduría y su bondad.
1004. ¿En qué
se funda la duración de los padecimientos del culpable?
- En el tiempo preciso para su mejoramiento. Visto que el
estado de dolor, así como el de felicidad, son proporcionales al grado de
depuración del Espíritu, la duración y la índole de sus sufrimientos depende
del tiempo que le ha llevado mejorarse. A medida que progresa y conforme se van
purificando sus sentimientos, sus padecimientos disminuyen y cambian de
naturaleza.
SAN LUIS.
1005. Para el
Espíritu sufriente ¿el tiempo transcurre en la misma medida que en su estado de
encarnación?
- Más bien le parece más prolongado. El sueño no existe
para él. Sólo para los Espíritus llegados a cierto grado de depuración el
tiempo se esfuma, si así vale decirlo, ante lo infinito. (Ver párrafo 240).
240. ¿Tienen los Espíritus la misma noción del tiempo que nosotros?
- No, y a esto se debe
que no siempre nos comprendáis cuando se trata de establecer fechas o épocas.
Los Espíritus viven fuera del tiempo, tal como entendemos nosotros a
éste. Para ellos el transcurso del tiempo se anula, si así vale decirlo, y los
siglos, que tan largos nos resultan a nosotros, para ellos constituyen sólo
instantes que se diluyen en la eternidad, lo mismo que las desigualdades del
suelo se borran y desaparecen para aquel que se eleve en el espacio.
1006. ¿Podrá ser eterna la duración de los sufrimientos
del Espíritu?
- A no dudarlo, si
fuera eternamente malo, esto es, si no hubiera de arrepentirse jamás ni de
mejorar, entonces sí sufriría por toda la eternidad. Pero Dios no creó Seres
que estuviesen perpetuamente destinados al mal. Sólo los ha creado simples e
ignorantes, y todos deben progresar en un lapso más o menos prolongado, con
arreglo a su voluntad. La voluntad puede
ser más o menos tardía, así como hay niños que son más precoces que otros, más
tarde o temprano llega por la necesidad irresistible que experimenta el
Espíritu de salir de su estado de inferioridad y ser feliz. La ley que rige
la duración de las penas es, pues, eminentemente sabia y benévola, puesto que
subordina dicha duración a los esfuerzos que realice el Espíritu. No le quita
jamás su libre albedrío. Si lo
emplea mal, sufre las consecuencias de ello.
SAN LUIS.
1007. ¿Hay
Espíritus que no se arrepientan jamás?
- Los hay cuyo arrepentimiento es muy tardío. Pero pretender que nunca mejorarán equivaldría a
negar la ley del progreso y decir que el niño no puede llegar a ser adulto.
SAN LUIS.
1008. La
duración de las penas ¿depende siempre de la voluntad del Espíritu? ¿No hay
entre ellas algunas que le sean impuestas por un tiempo determinado?
- Sí, pueden serle impuestas ciertas penas por un lapso
establecido, pero Dios, que sólo quiere el bien de sus criaturas, acoge siempre
el arrepentimiento, y el deseo de mejorarse nunca es estéril.
SAN LUIS.
1009. Según esto, ¿las penas impuestas jamás serían
eternas?
- Interrogad a vuestro buen sentido, a vuestra razón, y
preguntaos si una condena a perpetuidad, por algunos momentos de error, no
sería la negación de la bondad de Dios. ¿Qué es, en efecto, la duración de la
vida – aun cuando llegase a los cien años- respecto de la eternidad?
¡Eternidad! ¿Comprendéis cabalmente esta palabra? ¡Sufrimientos, torturas sin
término ni esperanza, tan sólo porque se han cometido algunas faltas! ¿No
rechaza vuestro juicio semejante idea? Que los antiguos hayan visto en el Señor
del Universo a un dios terrible, celoso y vengativo, se concibe. En su
ignorancia, atribuían a la divinidad las pasiones humanas. Pero no es ese el
Dios de los cristianos, que coloca el amor y la caridad, la misericordia y el
olvido de las ofensas en la categoría de las virtudes principales. ¿Podría Él
mismo carecer de las cualidades que establece como obligatorias para el hombre?
¿No hay contradicción en atribuirle bondad infinita e infinita venganza? Afirmáis
que ante todo Él es justo y que el hombre no comprende su justicia, pero ésta
no excluye a la bondad, y no sería bueno Dios si condenara a penas horribles y
perpetuas a la mayor parte de sus criaturas. ¿Podría imponer a sus hijos el que
sean justos, si no les concede los medios de comprender la justicia? Por lo
demás, lo sublime de la justicia, unida a la bondad, ¿no reside acaso en el
hecho de hacer que la duración de las penas dependa de los esfuerzos del
culpable por mejorarse? En ello está la verdad de estas palabras: “A cada uno
según sus obras”.
SAN AGUSTÍN.
Dedicaos con todos los medios de que dispongáis a
combatir y a aniquilar la idea de la eternidad de las penas, pensamiento
blasfemo para con la justicia y la bondad de Dios, y la más fecunda fuente de
incredulidad, del materialismo y la indiferencia que han invadido a las masas
desde que comenzó a desarrollarse su intelecto. El Espíritu que se halle
próximo a esclarecerse, aunque no lo esté aún, comprende pronto la monstruosa
injusticia que esa idea implica. Su razón la rechaza, y rara vez deja entonces
de confundir en una misma condena a las penas que lo sublevan y al dios que se
atribuye. De ahí más lloro ni crujir de dientes. Bien es cierto que vuestra
razón humana es limitada, pero, tal como es constituye un presente de Dios, y
con ayuda de la razón no hay un solo hombre de buena fe que comprenda de otro
modo la eternidad de los castigos. ¡Eternidad de los castigos! ¡Cómo! ¡Habría
que admitir, entonces, que el mal sea eterno! Sólo Dios es eterno, y no ha
podido crear eterno al mal, porque en tal caso habría que despojarlo del más
eximio de sus atributos: su Poder Soberano, pues no será soberanamente poderoso
quien pueda crear un elemento destructor de sus obras. ¡Humanidad, humanidad!, no
sumerjas más tu sombría mirada en los hondones de la tierra para buscar allí
los castigos. Llora, aguarda, expía, y refúgiate en la idea de un Dios
infinitamente Bueno, absolutamente Poderoso y esencialmente Justo.
PLATÓN
Tender hacia la unidad divina, tal es la meta de la
humanidad. Para alcanzarla son necesarias tres cosas, a saber: justicia, amor y
conocimientos. Y tres cosas también son las que a ella se oponen: ignorancia,
odio e injusticia. 134
Y bien, en verdad os digo que desvirtuáis esos principios fundamentales al
comprometer la idea de Dios exagerando su severidad. Y la comprometéis por
partida doble al permitir que penetre en el Espíritu de la criatura el
pensamiento de que ella posee más clemencia, mansedumbre, amor y auténtica
justicia que los que atribuís al Ser Infinito. Incluso destruís la idea de
infierno tornándola ridícula e inadmisible para vuestras creencias, como lo es
para vuestros corazones el aborrecible espectáculo de los verdugos, las
hogueras y los tormentos del medioevo. ¿Cómo? ¿Cuándo la era de las ciegas
represalias ha sido desterrada por siempre de las legislaciones humanas
esperáis seguir manteniéndola idealmente? ¡Oh! Creedme, hermanos en Dios y en
Jesucristo, creedme, o resignaos a dejar perecer entre vuestras manos todos
vuestros dogmas antes que permitir que sean modificados; o bien, en caso
contrario, revivificadlos tornándolos accesibles a los bienhechores efluvios
que los buenos esparcen sobre ellos en estos
134 Este fragmento de la comunicación de Pablo recuerda las
tríadas druídicas sobre las cuales hay un interesante estudio de Kardec en la Revista
Espírita, publicado en separata en el folleto Espiritismo: antigüedad,
evolución y propagación, por el Club de Periodistas Espíritas, de Sao
Paulo. Véase, además, el libro de LEÓN DENIS El Genio Céltico y el Mundo
Invisible, editado por Jean Meyer en París, 1927. [N. de J. H. Pires.]
- Del libro de LEÓN DENIS citado en último término hay versión castellana, con el sello de Editorial Víctor Hugo, de Buenos Aires, 1958. [N. del T. al cast.]momentos. La idea del infierno con sus hornos ardientes, con sus calderas hirviendo puede ser tolerada, vale decir, podrá ser perdonable en un siglo de hierro, pero en el siglo diecinueve no es ya sino un fantasma vano, apropiado, cuanto más, a llenar de pavor a los pequeñitos, y en el que esos mismos niños dejan de creer cuando se hacen mayores. Al persistir en esa mitología aterradora engendráis la incredulidad, madre de toda desorganización social. Porque tiemblo al ver todo un orden social quebrantado y que se desploma sobre sus bases, carentes de sanción penal. Hombres de fe ardorosa y viva, vanguardia del día de la luz, ¡manos a la obra, pues! No para seguir manteniendo fábulas envejecidas y de aquí en adelante desacreditadas, sino para reavivar, revivificar con vuestras costumbres y sentimientos y con las luces de vuestra época. ¿Quién es, en efecto, el culpable? Aquel que por una desviación, por un falso impulso del alma se aleja del objetivo de la Creación, que consiste en el armonioso culto de lo Bello y del Bien, idealizados por el arquetipo humano, por el Enviado de Dios, por Jesucristo. Y ¿cuál es el castigo? La natural consecuencia derivada de ese falso impulso: una suma de dolores necesarios para que se hastíe de su deformidad mediante la experimentación del sufrimiento. El castigo es el aguijón que excita al alma, por medio de la amargura, para que se repliegue en sí misma y retorne a la senda de la salvación. El objeto que se propone el castigo no es otro que el rehabilitamiento, la liberación del esclavo. Pretender que ese castigo sea eterno, por una falta que no ha sido eterna, equivale a negarle toda razón de ser.
¡Oh! En verdad os digo, cesad,
cesad de establecer un paralelo –en su eternidad- entre el Bien, esencia del
Creador, y el Mal, esencia de la criatura. Sería crear con ello una penalidad
injustificable. Antes por el contrario, afirmad la extinción gradual de los castigos
y de las penas mediante las transmigraciones, y entonces consagraréis, con la
razón unida al sentimiento, la unidad divina.
PABLO, APÓSTOL
Se
quiere incitar al hombre al bien y desviarlo del mal con el cebo de las
recompensas y el temor de los castigos. Pero, si tales castigos son presentados
de modo que la razón se rehúse a creer en ellos, no tendrán sobre el ser humano
ninguna influencia. Muy al revés de esto, él lo rechazará todo: la forma y el
fondo. Preséntesele, por el contrario, el porvenir de una manera lógica, y
entonces lo aceptará. El Espiritismo le provee esa explicación.
La
doctrina de la eternidad de las penas, en su sentido absoluto, hace del Ser
Supremo un dios implacable. ¿Sería lógico decir de una monarca que es muy
bueno, muy benévolo o indulgente, que sólo quiere la ventura de aquellos que le
rodean, pero que al mismo tiempo es celoso, vengativo, inflexible en su rigor,
y que castiga con el peor de los suplicios a las tres cuartas partes de sus
súbditos por una ofensa o una infracción a sus leyes, incluso a aquellos que
las han transgredido porque no las conocían? ¿No entrañaría esto una
contradicción? Ahora bien, ¿puede Dios ser menos bueno que lo que es capaz de
serle un hombre?
Y aquí
se presenta otra contradicción: Visto que Dios todo lo sabe, conocía entonces,
al crear a un alma, que ella fracasaría. En tal caso esa alma ha sido, desde su
formación, destinada a la infelicidad eterna. ¿Es esto posible y racional? En
cambio, con la doctrina de la relatividad de las penas todo se justifica. Dios
sabía sin duda, que aquella alma fallaría, pero le dio los medios de
esclarecerse por su propia experiencia, por sus mismas faltas. Es menester que
expíe sus errores para estar mejor afirmada en el bien, pero la puerta de la
esperanza no se el cierra jamás, y Dios hace que el instante de su liberación
dependa de los esfuerzos que ella realice para alcanzarla. He aquí, pues, algo
que todo el mundo puede comprender, algo que la lógica más minuciosa está en
condiciones de admitir. Si las penas futuras hubieran sido presentadas desde
este ángulo habría muchos menos escépticos.
La
palabra eterno se emplea
muchas veces, en el lenguaje vulgar, en sentido figurado, para designar una
cosa que es de larga duración y cuyo fin no se prevé, aunque se sepa muy bien
que ese fin existe. Decimos, por ejemplo, los “hielos eternos” de las altas
montañas, o de los polos, aunque sepamos, por una parte, que el estado de esas
regiones pudiera modificarse a causa de una desviación normal del eje de la
Tierra o debido a un cataclismo. El adjetivo eterno, en este caso, no quiere, pues, significar,
“perpetuo hasta lo infinito”. Cuando padecemos una prolongada dolencia decimos
que nuestro mal es eterno. ¿Qué tiene de extraño, entonces, que Espíritus que
vienen sufriendo desde hace años, centurias, milenios incluso, manifiesten otro
tanto? Sobre todo, no olvidemos que, puesto que su inferioridad no les permite
ver el otro extremo de la ruta que están recorriendo, creen sufrir siempre, y
esto representa para ellos una punición. Por lo demás, la doctrina del fuego
material, de los hornos y de los tormentos tomados del mito pagano del Tártaro,
ha sido en la actualidad completamente abandonada por la alta teología y sólo
en las escuelas esos aterradores cuadros alegóricos son ofrecidos todavía como
verdades positivas por unos pocos hombres más celosos que iluminados, y esto sin
razón alguna, porque esas imaginaciones jóvenes, una vez que hayan vuelto en sí
de su espanto, podrán pasar a engrosar el número de los incrédulos. La teología
reconoce hoy que el vocablo fuego se utiliza en un sentido figurado y debe
entenderse como un fuego moral (ver párrafo 974). Aquellos que, como nosotros,
han seguido las peripecias de la vida y sufrimientos de ultratumba por
medio de las comunicaciones espíritas han podido convencerse de que, por no
tener esos padecimientos nada de material, no son ellos menos dolorosos. 135 En los que toca a su duración, ciertos teólogos empiezan a admitirla
en el sentido restrictivo que le hemos dado en párrafos anteriores y piensan
que, en efecto, la voz eterno puede entenderse como refiriéndose a las penas en sí, en cuanto son
consecuencias de una ley inmutable, y no respecto de su aplicación a cada
individuo. El día en que la religión acepte esta interpretación, así como
algunas otras que son igualmente el resultado del progreso de las luces, recobrará ella muchas
ovejas descarriadas.
135 En los que toca a su duración,
ciertos teólogos empiezan a admitirla en el sentido restrictivo que le hemos
dado en párrafos anteriores y piensan que, en efecto, la voz eterno puede entenderse como refiriéndose a las
penas en sí, en cuanto son consecuencias de una ley inmutable, y no respecto de
su aplicación a cada individuo. El día en que la religión acepte esta
interpretación, así como algunas otras que son igualmente el resultado del
progreso de las luces, recobrará ella muchas ovejas descarriadas.
974. ¿De dónde procede la doctrina del fuego eterno?
- Es una imagen, como tantas otras, tomada por realidad.
974 a. Pero, el temor que suscita, ¿no puede tener un
buen resultado?
- Ved si tal doctrina refrena a muchos, incluso entre quienes la predican.
Si enseñáis cosas que más tarde rechazará la razón, causaréis una impresión que
no será duradera ni saludable.
El hombre, impotente para traducir, sirviéndose
de su lenguaje, la índole de tales sufrimientos, no ha encontrado comparación
más vigorosa que la del fuego, porque para él el fuego es el tipo de suplicio
más cruel y el símbolo de la acción más enérgica. De ahí que la creencia en el
fuego eterno se remonte a la más remota antigüedad y los pueblos modernos la
hayan heredado de los antiguos. De ahí, también, que en su lenguaje figurado se
refiera al “fuego de las pasiones, arder de amor, de celos”, etcétera.
Reflexión Final:
Creo que he cumplido con mi objetivo inicial de
definir las pruebas o culpas cometidas y el propósito de la reencarnación como vehículo
para la reparación de estas faltas o culpas. No es difícil entender el plan de
Dios para la humanidad, el propósito de nuestra existencia es de expiación. Si
a usted le están ensenando que no hay que sufrir o que no hay que expiar, eso
no es acorde con el plan de progreso de la humanidad.
No se puede progresar o adelantar el espíritu
si no se realiza una modificación del comportamiento dirigido al Bien Común o Moral de los seres humanos. Dios no
interviene en ese proceso y nos otorgo el beneficio de nuestro Libre Albedrío y
el uno de nuestra Voluntad. Dios ni Premia ni Castiga nuestros comportamientos,
si hacemos bien progresamos, y si continuamos haciendo mal y dejamos que seamos
dirigidos por el materialismo, el egoísmo y el orgullo, nuestro adelantamiento
se detiene y se estanca, nunca ira en retroceso pero perdemos el tiempo en la
existencia.
Todas las faltas o culpas que estamos reparando,
no son a la zar escogidas ni asignadas a nosotros, sino han sido
meticulosamente seleccionadas de antemano por la misma Alma Encarnada en
nosotros, que antes de encarnar en nuestro cuerpo utilizó el derecho o
privilegio del Libre Albedrío a que se seleccionaran. No debemos quejarnos con Dios de que no
podemos con las pruebas, pues tu mismo escogisteis esas pruebas de antemano.
No vale argumentar si son justas o no lo
son, están ahí, nos corresponde repararlas. ¿Pero cuánto van a dura?. Ya no
puedo con la prueba podrás decir, pero eso no cambia la realidad de ellas, y lo
más prudente es aceptarlo con resignación y procurar cambiar nuestro
comportamiento, como prioridad mayor y así contribuir a que podamos transitar
por la vida de proceso expiatorio lo mas sabiamente posible. Creo que ese
objetivo se cumple, no hay porque tirar palos a ciegas, si aprendemos y
comprendemos el proceso nuestra vida será más agradable.
Con esta reflexión debes haber llegado
al punto de entender cuando es que se opera el proceso de depuración y cuando
es el momento que la balance comienza a inclinarse a nuestro beneficio logrando
llegar al final de nuestra existencia en felicidad y comprensión.
No te desesperes, haz tu parte y
lograras además de felicidad incontable, lograras activar tu adelantamiento
espiritual.
REFERENCIAS PARA ESCRIBIR ESTA REFLEXIÓN
- El Evangelio Según El Espiritismo, Allan Kardec
- El Libro de Los Espíritus, Allan Kardec
- Obras Póstumas, Allan Kardec
- Génesis – Allan Kardec
- El Cielo Y el Infierno – Allan Kardec
- El Libro de Los Médiums – Allan Kardec
Frank Montañez
Director de la Página
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Si me mencionas o no, no es importante para mí, pero sí; es una falta el atribuirte que la información publicada es de tu autoría al no hacer mención alguna del autor original, si no das el crédito al que originalmente lo creo, eso es propiedad intelectual y al no dar el crédito, constituye una falta de moralidad. Recomiendo que añadas al final de tu reflexión algo así:
Partes de esta reflexión ha sido tomada de un artículo publicado por Frank Montañez de “Soy Espírita” en su blog: www.soyespirita.blogspot.com
Nombre del Artículo:
Fecha Publicado:
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- Evangelio Según El Espiritismo (Abril 1864)
- Cielo y el Infierno (1° Agosto 1865)
- Génesis (Enero 1868)
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- Obras Póstumas - Allan Kardec
- ¿Qué es El Espiritismo?
- El Espiritismo en su mas Simple Expresión
- Manual Practico de Manifestaciones
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- Revista Espirita 1858
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- Vocabulario Espirita
- Carácter de la Revelación Espirita
- Catalago Razonado para la Biblioteca Espirita
- Manual del Pase Espirita - FEBOL
- El Auto de Fe de Barcelona - Florentino Barrera
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- Doctrina Espírita para Principiantes
- Vocabulario Espirita
- Diccionario Espirita
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Espero estos enlaces te conduzcan a información que te ayude a lograr activar tu crecimiento espiritual, a través de la Transformación Moral.
________________________________________
NOTA ACLARATORIA:
Han notado que nuestras reflexiones se redactan para la Educación de nuestra filosofía, tal y como lo ilustran Los Espíritus de La Codificación Espirita dada a Allan Kardec. Muchas de estas enseñanzas lucen como que deben ser tratadas en la Casa Espírita y creo que sí; es esto correcto. Pero la mayoría de nuestros lectores no tienen acceso a Casa Espírita alguna, entonces no nos podemos quedar con las manos cruzadas esperando que Espíritus Impuros que sabiendo esta realidad se adelanten se introduzcan en los hogares de personas que con genuino interés se acercan a nuestra página buscando ayuda.
No demostramos compasión si no ayudamos a estas personas en estos lugares inaccesibles que no existe ninguna Casa Espírita cerca y tal vez nunca la habrá a no ser por nuestra educación por el Internet. Para muchos el desarrollo de la Mediúmnidad es tan serio que no han desarrollado aun Médiums en sus lugares de reunión. Pero eso no debe ser la norma, pues el mismo Allan Kardec nos apercibió de que esto era esencial en el desarrollo espiritual de las comunicaciones Mediúmnica.
Preferimos hacer accesible esta información para aquellos que genuinamente desean crecer espiritualmente, y yo soy el de pensar que si los deseos de estos nuevos allegados son encaminados al desarrollo de la Mediúmnidad, es preferible ayudarlos que dejarlos a expensas de Espíritus Impuros que aprovechándose del deseo más profundo de crecer espiritualmente intervengan para que esto no se logre.
Esta educación debe ser el detonador para el establecimiento de nuevos centros de reunión para nuevos allegados y esto cumple el propósito de la codificación y de la Ley de Progreso y Crecimiento espiritual a que todos tenemos derecho.