El Periespíritu es la quinta esencia de la materia, según lo expone el Espiritismo Verdadero, que es Moralizador y el Consuelo de los afligidos al Mundo. Es el principio de la vida orgánica; pero no el de la intelectual, ya que ésta reside en el espíritu. (Libro de Los Espíritus #257). eran, para muchas doctrinas antiguas, los constituyentes básicos de la materia y explicaban el comportamiento de la naturaleza.
Los cuatro elementos de los griegos. Diagrama común con dos cuadrados, donde el más pequeño se sobrepone. Las esquinas del más grande muestran los elementos, y las esquinas del menor representan las propiedades.
La ciencia habla de los 4 elementos de la naturaleza, y de un quinto elemento o quintaesencia, y lo llamaron éter. Pero el Espiritismo Verdadero, que es Moralizador y Consolador al Mundo lo relaciona con el Periespíritu.
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En la cultura occidental, el origen de la teoría de los cuatro elementos se encuentra en los filósofos presocráticos y perduró a través de la Edad Media hasta el Renacimiento, influyendo profundamente en la cultura y el pensamiento europeo. Los estados de la materia, según la ciencia moderna y, en menor grado, también la tabla periódica de los elementos y el concepto de combustión (fuego) pueden ser considerados sucesores de aquellos modelos tempranos.
La India y Japón añadían un quinto elemento invisible, el éter.[cita requerida] China por su parte enunciaba elementos ligeramente diferentes y todavía usados en la medicina china tradicional: tierra, agua, fuego, metal y madera, entendidos más como diferentes tipos de energía en un estado de constante interacción y flujo entre unos y otros, en oposición a la noción occidental que los relaciona con las diferentes manifestaciones de la materia.
Índice
Elementos de la Naturaleza
La astrología y los elementos griegos
[Periespiritu]
ENSAYO TEÓRICO SOBRE LA SENSACIÓN EN LOS ESPÍRITUS
257. - El cuerpo, instrumento del dolor, es, sí no su causa primera, por lo menos, su causa inmediata. El alma tiene la
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percepción del dolor, percepción que es el efecto. El recuerdo que de él conserva, aunque puede ser muy penoso, no puede tener acción física. El frío y el calor no pueden, en efecto,
desorganizar los tejidos del alma, que no puede helarse, ni abrasarse. ¿Por ventura no vemos cada día que el recuerdo o temor de un mal físico produce el mismo efecto que la realidad, ocasionando hasta la muerte? Todos sabemos que las personas a quienes se ha amputado un miembro continúan sintiendo el dolor en él, aunque no exista el miembro. Ciertamente que no
está localizado el dolor en aquél miembro ni que de él parte, sino que es el cerebro el que conserva la impresión. Puede creerse, pues, que sucede algo análogo en los sufrimientos del espíritu después de la muerte. Un estudio más profundo del periespíritu, que tan importantes
funciones desempeña en todos los fenómenos espiritistas, las apariciones vaporosas otangibles, el estado del espíritu en el acto de la muerte, la idea tan frecuente de que vive aún, el sorprendente espectáculo de los suicidas, de los ajusticiados, de las personas que se han entregado a los goces materiales y otros muchos hechos, han venido a hacer luz en éste asunto, dando lugar a las explicaciones cuyo resumen pasamos a dar.
El periespíritu es el lazo que une el espíritu a la materia del cuerpo; lo tomamos del medio ambiente, del fluido universal, y participa a la vez de la electricidad, del fluido magnético y hasta cierto punto de la materia inerte. Pudiera decirse que es la quinta esenciade la materia. Es el principio de la vida orgánica; pero no el de la intelectual, ya que ésta reside en el espíritu. Es, por otra parte, el agente de las sensaciones externas. Semejantes sensaciones están localizadas, en el cuerpo, en los órganos que les sirven de conductos.
Destruido el cuerpo, las sensaciones se hacen generales, y he aquí por qué no dice el espíritu que la cabeza le duela más que los pies. Es preciso, además, no confundir las sensaciones del periespíritu independiente ya, con las del cuerpo, que sólo podemos tomar como término decomparación y no como analogía. Desprendido el cuerpo, el espíritu puede sufrir, pero éste sufrimiento no es el del cuerpo, y sin embargo, no es un sufrimiento exclusivamente moral como el remordimiento, puesto que se queja de frío y de calor. La temperatura no les impresiona, puesto que no sufren más en invierno que en verano y puesto que hemos
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visto a algunos atravesar las llamas, sin experimentar sufrímiento alguno.
El dolor que sienten no es, pues, físico propiamente dicho, sino un vago sentimiento íntimo del que no siempre se da perfecta explicación el mismo espíritu, precisamente porque el dolor no está localizado, ni es producido por agentes externos, Es más bien un recuerdo de la realidad; pero recuerdo tan penoso como ésta. A veces, sin embargo, es más que un recuerdo, según vamos a ver.
La experiencia nos enseña que, en el acto de la muerte, el periespíritu se desprende más o menos lentamente del cuerpo. Durante los primeros momentos, el espíritu no se explica su
situación; no se cree muerto; se siente vivo; ve su cuerpo a un lado, sabe que le pertenece y no comprende que esté separado de él. Semejante estado dura mientras existe un lazo entre el
cuerpo y el periespíritu.
Un suicida nos decía: «No, no estoy muerto», y añadía: «Y, sin embargo, siento cómo me roen los gusanos». Ciertamente que los gusanos no roían el periespíritu y menos aún el espíritu, sino el cuerpo. Pero como no era aún completa la separación del cuerpo y del periespíritu, resultaba una especie de repercusión moral que le transmitía la sensación de lo que en el cuerpo se realizaba. Quizá repercusión no sea la
palabra, porque podría dar la idea de un efecto demasiado material, y más bien la vista de lo que ocurría en su cuerpo, al que le ligaba el periespíritu, le producía una ilusión que tomaba
por la misma realidad.
Así, pues, no era un recuerdo, porque, durante la vida, no había sido roído de gusanos, sino el sentimiento de su estado actual. De éste modo se comprenderán las deducciones que pueden hacerse de los hechos, cuándo atentamente se les observa. Durante
la vida, el cuerpo recibe las impresiones externas y las transmite al espíritu por mediación del
periespíritu, que probablemente constituye lo que se llama fluido nervioso. Muerto el cuerpo, nada siente, porque carece de espíritu y de periespíritu. Éste, separado del cuerpo, experimenta la sensación; pero, como no la recibe por conducto limitado, se hace general la sensación.
Luego, cómo en realidad no es más que un agente de transmisión, pues que el espíritu es el que siente, resulta que, sí pudiese existir un periespíritu sin espíritu, no seria más sensible que el cuerpo después de muerto, del mismo modo que, sí el espíritu careciese de periespírítu, sería inaccesible a las sensaciones penosas, lo cuál tiene lugar en los
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espíritus totalmente purificados. Sabemos que, mientras más se purifican, más etérea se hace la esencia del periespíritu, de dónde se sigue que la influencia material disminuye a medida que el espíritu progresa, es decir, a medida que el mismo periespíritu se hace menos grosero.
Pero, se dirá, las sensaciones gratas, como las desagradables, son transmitidas al espíritu por el periespíritu, y sí el espíritu puro es inaccesible a las unas, debe serlo igualmente a las otras.
Indudablemente que sí, respecto de las que provienen únicamente de la materia que conocemos. El sonido de nuestros instrumentos y el perfume de nuestras flores no le causan impresión alguna, y, sin embargo, existen en él, sensaciones íntimas y de un indefinible encanto del cuál ninguna idea podemos formarnos; porque en éste punto somos como los ciegos de nacimiento respecto de la luz.
Sabemos que existe; pero, ¿de qué modo? Hasta aquí llega nuestra ciencia. Sabemos que existen en ellos percepciones, sensaciones, audición y
visión; que éstas facultades son atributos de todo el ser, y no de una parte de éste, como sucede en el hombre; pero volvemos a preguntarlo: ¿por qué medio? No lo sabemos. Los
mismos espíritus no pueden explicarlo, porque nuestro idioma no está creado de modo que con él se expresen ideas de que carecemos, como en el de los salvajes no se encuentran términos para expresar las de nuestras artes, ciencias y doctrinas filosóficas.
Al decir que los espíritus son inaccesibles a las impresiones de nuestra materia, queremos hablar de espíritus muy elevados cuya envoltura etérea no tiene análoga en la tierrá. No
sucede lo mismo en los espíritus que tienen más denso el periespíritu, los cuáles perciben los sonidos y olores terrestres, pero no por una parte limitada de su individuo, como cuándo vivían. Podría decirse que las vibraciones moleculares se hacen sentir en todo el ser, llegando
así al sensorio común, que es el mismo espíritu, aunque de un modo diferente y quizá con diferente impresión, lo que produce una modificación en la percepción. Oyen el sonido de nuestra voz y nos entienden sin embargo, sin el auxilio de la palabra, por la sola transmisión del pensamiento. Y viene en apoyo de lo que decimos el hecho de que la penetración es tanto más fácil cuánto más desmaterializado está el espíritu. En cuánto a la vista. es independiente de nuestra luz. La facultad de ver es atributo esencial del alma, para la
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cuál no existe oscuridad; pero es más vasta y penetrante en los que están más purificados. El alma o espíritu tiene, pues, en sí mismo la facultad de todas las percepciones. Durante la vida corporal están entorpecidas por la imperfección de nuestros órganos, y en la extra corporal disminuye semejante entorpecimiento, a medida que se hace más transparente la envoltura semimaterial.
Ésta envoltura que tomamos en el medio ambiente, varía según la naturaleza de los mundos. Al pasar de uno a otro, los espíritus cambian de envoltura como nosotros de vestido,
al pasar del invierno al verano, o del polo al ecuador. Cuándo los espíritus más elevados vienen a visitarnos, revisten, pues, el periespiritu terrestre, realizándose entonces sus
percepciones como las de los espíritus vulgares; pero todos ellos, así los inferiores, como los superiores, no oyen y sienten más que lo que quieren.
Sin tener órganos sensitivos, pueden a su gusto hacer que sus percepciones sean nativas o nulas, y sólo se ven obligados a oír una cosa: los consejos de los espíritus buenos. La vista es siempre activa en ellos; pero mutuamente pueden hacerse invisibles los unos a los otros. Según el lugar que ocupan, pueden ocultarse a los que les son inferiores; pero no a los superiores. En los momentos
subsiguientes a la muerte, la vista del espíritu está siempre turbada y confusa, aclarándose amedida que se desprende y puede adquirir la misma lucidez que durante la vida,
independientemente de su penetración a través de los cuérpos que son opacos para nosotros.
En cuánto a su extensión a través del espacio indefinido, así para el porvenir como para elpasado, depende del grado de pureza y elevación del espíritu.
Toda esta teoría, se dirá, no es muy tranquilizadora. Nosotros creíamos que una vez desprovistos de nuestra grosera envoltura, instrumento de nuestros dolores, no sufririamos más, y ahora nos venís con que aún habremos de sufrir, puesto que poco importa que sea de éste o de aquél modo, sí al fin y al cabo sufrimos. ¡Ah! Sí, aún podemos sufrir, y mucho y por
mucho tiempo; pero también podemos dejar de sufrir, hasta desde el momento de terminarésta vida corporal.
Las sufrimientos de la tierra son a veces independientes de nosotros; pero en muchasocasiones son consecuencia de nuestra voluntad. Remontémonos a su origen, y se verá que
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el mayor número es consecuencia de causas que hubiésemos podido evitar. ¿Cuántos males,cuántas dolencias no debe el hombre a sus excesos, a su ambición, a sus pasiones, en una
palabra? El hombre que siempre viviese sobriamente, que hubiese sido siempre sencillo en sus gustos modesto en sus deseos, se evitaría no pocas tribulaciones. Lo mismo sucede alespíritu, cuyos sufrimientos son siempre producto del modo cómo ha vivido en la tierra.
Ciertamente no padecerá de gota y reumatismo; pero tendrá otros sufrimientos que no le vanen zaga. Hemos visto que éstos son resultados de los lazos que aún existen entre él y lamateria; que mientras más se desprende de ella, o de otro modo, que míentras másdesmaterializado está, menos sensaciones penosas experimenta, dependiendo de él, por lo tanto, librarse de semejante influencia desde ésta vida. Tiene su libre albedrío, y, por consiguiente, la elección de hacer o dejar de hacer.
Que domine sus pasiones animales; que no tenga odio, ni envidia, ni celos, ni orgullo; que no se deje dominar por el egoísmo; que purifique su alma con buenos sentimientos; que practique el bien y que no dé a las cosas de éste mundo más importancia de la que merecen, y entonces, hasta bajo la envoltura corporal, estará purificado y desprendido de la materia, y al separarse de ella no sufrirá su influencia.
Los padecimientos físicos que haya experimentado no le dejarán recuerdo alguno penoso, no le quedará de ellos impresión alguna desagradable; porque sólo al cuerpo, y no al espíritu,
habrán afectado. Se considerará feliz al verse libre de aquella envoltura, y la tranquilidad de la conciencia le emancipará de todo sufrimiento moral. Hemos interrogado sobre el particular
a mil y mil, que han pertenecido a todos los órdenes sociales, a todas las posiciones de la sociedad; los hemos estudiado en todos los períodos de su vida espiritista, desde el acto de la muerte; paso a paso los hemos seguido en la vida de ultratumba para observar los cambios
que en ellos se operan, así en sus ideas como en sus sensaciones, y sobre semejante asunto, no son los hombres vulgares los que nos han proporcionado los puntos de estudio menos preciosos. Y siempre hemos observado que los sufrimientos están en relación de la conducta, cuyas consecuencias experimentan, y qué aquélla nueva existenciá es origen de inefable dicha para los que han seguido el buen camino, de dónde se deduce que los que padecen, es porque así lo han
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querido y que sólo a ellos debe culpárse, así en éste cómo en el otro mundo.
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