Transmisión del Pensamiento, eso es la Oración en el Espiritismo Verdadero, que es Moralizador y Consolador al Mundo
Palabra de Dios a la humanidad...
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- Génesis Cap. I - #10, Allan Kardec según el Libro de Génesis: Ítem #10. “Sólo los espíritus puros reciben la misión de transmitir la palabra de Dios, pues hoy sabemos que los espíritus están lejos de ser todo perfectos y que algunos intentan aparentar lo que no son, razón por la cual San Juan ha dicho: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios” (Primera Epístola Universal de San Juan Apóstol 4:1).
- y en el Evangelio Según el Espiritismo: Artículo VI – Introducción: “El Espiritismo dice también que los espíritus pueblan el espacio; que Dios no se comunica con los hombres sino por mediación de los espíritus puros, encargados de transmitir su voluntad; y que los espíritus comunican con ellos durante la vela y durante el sueño.” Primera Parte - Capítulo III, #12, Libro el Cielo y el Infierno
- (…) “Los Espíritus puros son los mesías o mensajeros de Dios que transmiten y ejecutan su voluntad. Llevan a cabo las misiones de importancia, presiden la formación de los mundos y la armonía general del universo, tarea gloriosa confiada sólo a quienes alcanzaron la perfección. Los Espíritus del orden más elevado son los únicos que participan de los secretos de Dios, porque se inspiran en su pensamiento y son sus representantes directos.”
- Ya hemos admitido al ser espiritual y no podemos aceptar que su origen esté en la materia; pues bien, ¿cuál es, entonces, su punto de partida? En este terreno, los medios de investigación se equivocan, como en todo lo que se refiere al principio de las cosas. El hombre sólo es capaz de constatar aquello que existe. Sobre el resto, únicamente puede emitir hipótesis. Y ya sea porque este conocimiento sobrepasa el alcance de su inteligencia actual o porque tal conocimiento le pueda resultar ahora inútil o inconveniente. Dios no se lo concede ni siquiera por medio de la revelación. Lo que Dios revela a los hombres por intermedio de sus mensajeros y que, por otra parte, ellos mismos podrían deducir por sí del principio de la justicia soberana, que constituye uno de los atributos esenciales de la Divinidad, es que todos tienen un mismo punto de partida. Todos son creados simples e ignorantes y con idéntica aptitud para progresar mediante su actividad individual; que todos alcanzarán el grado de perfección compatible con la criatura gracias a sus esfuerzos personales y que todos, hijos de un mismo Padre, son objeto de igual solicitud, razón por la cual nadie recibe privilegios o dones especiales ni nadie está exento del trabajo que le es impuesto a los demás para alcanzar la meta. (CAPÍTULO XI, Génesis Espiritual, El principio espiritual. Ítem #7)
Aquí podrán evaluar lo que el capítulo CAPÍTULO XXVI, del Libro EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO dice:
"Dad gratuitamente lo que recibís gratuitamente".
dice lo siguiente:
Misión de los profetas.
4. Se atribuye vulgarmente a los profetas el don de revelar el porvenir, de manera que las palabras "Profecías y predicciones", han venido a ser sinónimas. En el sentido evangélico, la palabra profeta tiene una significación más extensa; se llama así a todo enviado de Dios con misión de instruir a los hombres y revelarles las cosas ocultas y los misterios de la vida espiritual. Un hombre puede, pues, ser profeta sin hacer predicciones, y ésta era la idea de los judíos en tiempos de Jesús; por esto cuando fue conducido ante el gran sacerdote Caifás, los Escribas y los Ancianos, estando reunidos le escupieron al rostro, le dieron puñetazos y bofetones, diciendo: "Cristo, profetízanos y dí quién te ha pegado". Sin embargo, sucedió que los profetas tuvieron la ciencia anticipada del porvenir, sea por intuición, sea por revelación providencial, a fin de dar advertencias a los hombres; habiéndose realizado estos acontecimientos, el don de pronosticar el porvenir ha sido mirado como uno de los atributos de la cualidad de profeta.
Prodigios de los falsos profetas
5. "Se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, que harán grandes prodigios y cosas sorprendentes para seducir a los mismos elegidos". Éstas palabras dan el verdadero sentido de la palabra prodigio. En la acepción teológica, los prodigios y los milagros son fenómenos excepcionales, fuera de la ley de la naturaleza. Siendo obras de Dios sólo las leyes de la naturaleza, puede derogarlas sin duda si le place, pero el simple buen sentido dice que no puede haber dado a los seres inferiores y perversos un poder igual al suyo, y aún menos el derecho de deshacer lo que ha hecho. Jesús no puede haber consagrado tal principio. Si, pues, según el sentido que se da a estas palabras, el espíritu del mal tiene el poder de hacer prodigios tales que los mismos elegidos sean engañados, resultaría que, pudiendo hacer lo que Dios hace, los prodigios y los milagros no son privilegio exclusivo de los enviados de Dios, y nada prueban puesto que nada distingue los milagros de los santos, de los milagros del demonio. Es, pues, preciso buscar un sentido más racional a estas palabras.
No creáis a todos los espíritus.
6. Carísimos, "no queráis creer a todo espíritu", mas probad a los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas, se han levantado en el mundo. (San Juan, epístola I, cap. IV, versículo 1).
7. Los fenómenos espiritistas, lejos de acreditar los falsos Cristos y los falsos profetas, como afectan algunos decirlo, por el contrario, vienen a darles el golpe de gracia. No pidáis al Espiritismo ni milagros ni prodigios, porque declara formalmente que no los produce; así como la física, la química, la astronomía, la geología, etc., vinieron a revelar las leyes del mundo material, él viene a revelar las otras leyes desconocidas, las que rigen las relaciones del mundo corporal y del mundo espiritual, y como sus hermanas mayores de la ciencia, no son menos leyes de la naturaleza, y da la explicación de cierto orden de fenómenos incomprensibles hasta este día destruyendo lo que quedaba aún en el dominio de lo maravilloso.
Aquellos, pues, que intentasen explotar esos fenómenos en provecho suyo haciéndose pasar por mesías de Dios, no podrían abusar mucho tiempo de la credulidad y muy pronto serían descubiertos. Por lo demás, así como se ha dicho ya, estos fenómenos solos nada prueban; la misión se prueba por los efectos morales, que no es dado producir a un cualquiera. Este es uno de los resultados del desarrollo de la ciencia espiritista; averiguando la causa de ciertos fenómenos, levanta el velo de muchos misterios. Los que prefieren la obscuridad a la luz, son los únicos que tienen interés en combatirla; pero la verdad es como el sol: disipa las más densas nieblas. El Espiritismo viene a revelar otra categoría mucho más perniciosa de falsos Cristos y de falsos profetas, que se encuentra, no entre los hombres, sino entre los desencarnados: es la de los espíritus embusteros, hipócritas, orgullosos y pretendidos sabios que de la tierra han pasado a la erraticidad y toman nombres venerados para procurar a favor de la máscara con que se cubren, acreditar ideas a menudo muy extravagantes y absurdas. Antes de que las relaciones Mediúmnicas fuesen conocidas, ejercían su acción de un modo menos ostensible: por la inspiración, la Mediúmnidad inconsciente, auditiva o parlante.
El número de los que en diversas épocas, pero sobre todo en estos últimos tiempos, se han presentado por alguno de los antiguos profetas, por Cristo, por María, madre de Cristo, y aun por Dios, es considerable. San Juan previene contra ellos cuando dice: "Estimados míos, no creáis a todo espíritu, mas probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas se han levantado en el mundo". El Espiritismo da los medios de probarles, indicando los caracteres en que se reconocen los buenos espíritus, caracteres "siempre mortales y jamás materiales" (1). Al discernimiento de los buenos o malos espíritus es, sobre todo, a lo que deben aplicarse estas palabras de Jesús: "Se conoce la clase de árbol por su fruto; un buen árbol no puede producir malos frutos, y un mal árbol no puede producirlos buenos". Por la calidad de sus obras se juzga a los espíritus, como un árbol por la calidad de sus frutos.
INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
Los falsos profetas
8. Si alguno os dice: "Cristo está aquí", no vayáis, sino por el contrario, preveníos porque los falsos profetas serán numerosos. Más, ¿no veis las hojas de la higuera que empiezan a blanquear? ¿No veis sus numerosos renuevos esperando la época de florecer, y acaso no os ha dicho Cristo: Por el fruto se conoce el árbol? Sí, pues, los frutos son amargos, juzgad que el árbol es malo; pero si son dulces y saludables, decid: Nada puro puede salir de un mal tronco. Así, hermanos míos, es cómo debéis juzgar; las obras son las que debéis examinar.
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(1) Véase, para la distinción de los espíritus, el "Libro de los Médiums", cap. XXIV y siguientes.
Si los que dicen estar revestidos del poder divino están acompañados de todas las señales de semejante misión, es decir, si poseen allí más alto grado las virtudes cristianas y eternas: la caridad, el amor, la indulgencia, la bondad que concilia todos los corazones; si, en apoyo de las palabras, unen los actos, entonces podréis decir: verdaderamente son éstos los enviados de Dios. Mas desconfiad de las palabras melifluas, desconfiad de los escribas y fariseos que ruegan en las plazas públicas vestidos con largos ropajes. ¡Desconfiad de aquellos que pretenden tener el sólo y único monopolio de la verdad! No, no; Cristo no está allí, porque los que El envíe a propagar su santa doctrina y a regenerar a su pueblo, serán, a ejemplo del Maestro, dulces y humildes de corazón sobre todas las cosas; aquellos que deben por sus ejemplos y sus consejos, salvar a la humanidad que corre a su pérdida y vaga en las sendas tortuosas, aquellos serán, sobre todo, modestos y humildes. Todo lo que revela un átomo de orgullo, separadlo de vosotros como una lepra contagiosa que corrompe todo lo que toca. Acordaos de que "cada criatura lleva en su frente, sobre todo en sus actos, el sello de grandeza o de su decadencia. Id, pues, mi muy amados hijos, marchad sin desviaros, sin segunda intención, por la bendita senda que habéis emprendido. Marchad, marchad siempre sin miedo, alejad con valor todo lo que pudiera poner trabas a vuestra marcha hacia el fin eterno. Viajeros, no estaréis mucho tiempo en las tinieblas y en los dolores de la prueba, si os entregáis de corazón a esta dulce doctrina que viene a revelaros las leyes eternas y a satisfacer todas lás aspiraciones de vuestra alma hacia lo desconocido. De hoy en adelante podéis dar un cuerpo a esas sílfides ligeras que veis pasar en vuestros sueños y que, efímeras sólo podían encantar a vuestro espíritu, pero nada decían a vuestro corazón. Ahora? amados míos, la muerte ha desaparecido para hacer lugar al ángel radiante que conocéis: ¡al ángel de la esperanza y de la reunión! Ahora vosotros, que habéis cumplido bien la tarea impuesta por el Señor, nada tenéis que temer de su justicia, porque es padre y perdona siempre a sus hijos extraviados que piden misericordia. Continuad, pues, y avanzad sin cesar; que vuestra divisa sea la del progreso, la del progreso continuo y en todas las cosas, hasta que lleguéis, en fin, a ese término feliz en donde os esperan todos aquellos que os han precedido. (Luis. Bordeaux, 1861).
Caracteres del verdadero profeta
9. "Desconfiad de los falsos profetas". Esta recomendación es útil en todos tiempos, pero, sobre todo, en los momentos de transición en que, como en éste, se elabora una transformación de la humanidad, porque entonces una multitud de ambiciosos y de intrigantes se convierten en reformadores y en mesías. Contra estos impostores debe irse con mucho cuidado, y es deber de todo hombre honrado el descubrirlos. Sin duda que vosotros preguntaréis cómo podéis reconocerlos; yo os daré las señales. No se confía el mando de un ejército sino a un general hábil y capaz de dirigirlo; ¿creéis, pues, que Dios es menos prudente que los hombres? Estad ciertos de que El no confía las misiones importantes sino a los que son capaces de llenarlas, porque las grandes misiones son cargas muy pesadas que aniquilan al hombre demasiado débil para llevarlas. Como en todas las cosas el maestro debe saber más que el discípulo; para hacer avanzar a la humanidad moral e intelectualmente son necesarios hombres superiores en inteligencia y en moralidad; por eso son siempre espíritus muy adelantados, que han hecho ya sus pruebas en otras existencias, los que se encarnan con este objeto, porque si no son superiores el centro en el que deben obrar, su acción será nula. Sentado esto, deducid que el verdadero misionero de Dios debe justificar su misión por su superioridad, por sus virtudes, por su grandeza, por el resultado y la influencia moralizadora de sus obras.
Sacad también la consecuencia de que si por su carácter, por sus virtudes, por su inteligencia, está fuera del papel que quiere representar, o del personaje cuyo nombre tome, es sólo un histrión de baja esfera, que ni siquiera sabe copiar su modelo.
Otra consideración es necesaria, y es que la mayor parte de los verdaderos misioneros de Dios, lo ignoran; cumplen aquello para lo que han sido llamados por la fuerza de su genio, secundado por el poder oculto que les inspira, y les dirige sin saberlo, pero sin designio premeditado. En una palabra: "los verdaderos profetas se revelan por sus actos; por ellos se les conoce; mientras que los falsos profetas se llaman a si mismos enviados de Dios"; el primero es humilde y modesto; el segundo es orgulloso y lleno de sí mismo, habla con altanería, y como todos los mentirosos, siempre teme no ser creído.
Se han visto de estos impostores querer pasar por apóstoles de Cristo, otros por el mismo Cristo, y, lo más vergonzoso para la humanidad, es que hayan encontrado gentes bastante crédulas para dar fe a semejantes torpezas. Sin embargo, una consideración bien sencilla debería abrir los ojos del más ciego, y es que si Cristo se volviese a encarnar en la tierra, vendría con todo su poder y todas sus virtudes, a menos de admitir, lo que sería un absurdo, que hubiese degenerado; pues lo mismo que si quitáseis a Dios uno sólo de sus atributos no tendríais Dios; si quitáseis una sola de las virtudes de Cristo, no tendríais ya Cristo. Los que quieren pasar por Cristo, ¿poseen, acaso, todas sus virtudes? Esta es la cuestión; mirad, escudriñad sus pensamientos y sus actos, y reconoceréis que sobre todo les faltan las cualidades instintivas de Cristo: la humildad y la caridad, mientras que tienen lo que El no tenía: la ambición y el orgullo. Notad, además, que hay en este momento y en diferentes países, muchos pretendidos Cristos, como hay muchos pretendidos Elías, San Juan o San Pedro, y que necesariamente no pueden ser todos verdaderos. Tened por cierto que éstas son gentes que explotan la credulidad y encuentran cómodo el vivir a expensas de aquellos que les escuchan. No os fiéis, pues, de los falsos profetas, sobre todo en un tiempo de renovación, porque muchos impostores se llamarán enviados de Dios; se procuran una vana satisfacción en la tierra, pero una terrible justicia les espera; podéis tenerlo por seguro. (Erasto. París, 1862).
Los falsos profetas de la erraticidad
10. Los falsos profetas no están solos entre los encarnados; están también, en mucho mayor número, entre los espíritus orgullosos que, bajo apariencias de amor y de caridad, siembran la desunión y retrasan la obra emancipadora de la humanidad emitiendo a diestro y a siniestro sus sistemas absurdos que hacen aceptar por los médiums; y para mejor fascinar a aquellos que quieren engañar y para dar más peso a sus teorías, se apropian sin escrúpulo nombres que sólo con respeto pronuncian los hombres. Ellos son los que siembran los principios de antagonismos en los grupos, que les inducen a aislarse los unos de los otros y a mirarse con mal ojo. Esto basta para descubrirlos, porque obrando de este modo ellos mismos dan el más formal mentís a lo que pretenden ser. Los hombres, pues, que caen en un lazo tan grosero, son ciegos.Pero hay otros medios de conocerles. Los Espíritus del orden al cual dicen pertenecer deben ser no sólo muy buenos, si que también eminentemente lógicos y racionales. ¡Pues bien! Pasad sus sistemas por el tamiz de la razón y del buen sentido, y veréis lo que quedará de ellos. Convenid, pues, conmigo, que todas las veces que un espíritu indica como remedio a los males de la humanidad o como medios de llegar a su transformación cosas utópicas e impracticables, medidas pueriles y ridículas, cuando formula un sistema que se contradice con las más vulgares nociones de la ciencia, no puede ser sino un espíritu ignorante y mentiroso. Por otra parte, creed bien que si la verdad no es siempre apreciada por los individuos, lo es por el buen sentido de las masas, y esto es también un criterio. Si dos principios se contradicen, tendréis el peso de su valor intrínseco buscando al que tenga más eco y simpatía: "sería ilógico", en efecto, "admitir que una doctrina que viese disminuir el número de sus partidarios, fuese más verdadera que la que los viese aumentar" Dios, queriendo que la verdad llegue para todos, no la concreta a un círculo estrecho y limitado; la hace brotar de diferentes puntos con el fin de que por todas partes la luz esté al lado de las tinieblas. Rechazad decididamente a todos esos espíritus que se presentan como consejeros exclusivos predicando la división y el aislamiento. Casi siempre son espíritus vanidosos y medianos, que procuran imponerse a los hombres débiles y crédulos prodigándoles alabanzas exageradas, a fin de fascinarles y ponerles bajo su dominio. Generalmente, éstos más bien son espíritus hambrientos de poder que, siendo déspotas públicos o privados cuando vivían, quieren tener aún víctimas para tiranizar después de su muerte. En general, "desconfiad de las comunicaciones que tienen un carácter de misticismo y extrañeza, o que prescriben ceremonias o actos extravagantes; en este caso hay siempre un motivo legítimo de sospecha. Por otra parte, debéis creer también que cuando debe revelarse una verdad a la humanidad, se comunica, por decirlo así, instantáneamente a todos los grupos formales que poseen buenos médiums, y no a uno solo con exclusión de los demás. Nadie es médium perfecto si está obsesado; y hay obsesión manifiesta cuando un médium sólo es apto para recibir las comunicaciones de un espíritu especial, por alto que quiera ponerse él mismo. En consecuencia, todo médium, todo grupo que se creyera privilegiado por las comunicaciones que sólo ellos pueden recibir, y que, por otra parte, están sujetos a prácticas que rayan en superstición, están indudablemente bajo el peso de una obsesión de las más caracterizadas, sobre todo cuando el espíritu dominador usa nombre que todos, espíritus y encarnados, debemos honrar y respetar, y no dejar que se tomen en boca a cada instante. Es incontestable que sometiendo al crisol de la razón y de la lógica todos los datos y todas las comunicaciones de los espíritus, será fácil rechazar el absurdo y el error. Un médium puede estar fascinado, un grupo engañado; pero la comprobación severa de los otros grupos, mas la ciencia adquirida y la elevada autoridad moral de los jefes de los grupos, mas las comunicaciones de los principales médiums, que reciben un sello de lógica y de autenticidad de nuestros mejores médiums, harán rápidamente justicia a esos dictados mentirosos y astutos, dimanados de una turba de espíritus engañadores y malos. (Erasto, discípulo de San Pablo. París, 1862).
Nota. Uno de los caracteres distintivos de estos espíritus que quieren imponerse y hacer aceptar sus ideas extravagantes y sistemáticas, es el pretender, aun siendo ellos solos en su opinión, tener razón contra todo el mundo. Su táctica es evitar la discusión, y cuando se ven combatidos victoriosamente por las armas irresistibles de la lógica, rehúsan desdeñosamente responder y prescriben a sus médiums el que se alejen de los centros en que no son acogidas sus ideas. Este aislamiento es lo más fatal para los médiums; parece que sufren sin contrapeso el yugo de estos espíritus obsesores que les conducen, como ciegos, y los llevan a menudo por caminos perniciosos. (Véase en la Introducción el párrafo II: "Comprobación universal de la enseñanza de los espíritus". - Libro de los Médiums, cap. XXIII: "De la obsesión").
Nota. Uno de los caracteres distintivos de estos espíritus que quieren imponerse y hacer aceptar sus ideas extravagantes y sistemáticas, es el pretender, aun siendo ellos solos en su opinión, tener razón contra todo el mundo. Su táctica es evitar la discusión, y cuando se ven combatidos victoriosamente por las armas irresistibles de la lógica, rehúsan desdeñosamente responder y prescriben a sus médiums el que se alejen de los centros en que no son acogidas sus ideas. Este aislamiento es lo más fatal para los médiums; parece que sufren sin contrapeso el yugo de estos espíritus obsesores que les conducen, como ciegos, y los llevan a menudo por caminos perniciosos. (Véase en la Introducción el párrafo II: "Comprobación universal de la enseñanza de los espíritus". - Libro de los Médiums, cap. XXIII: "De la obsesión").
Jeremías y los falsos profetas
11. Esto dice el Señor de los ejércitos: no queráis oír las palabras de los profetas que os profetizan y os engañan: "hablan visión de su corazón", no de la boca del Señor:
- Dicen a aquellos que me blasfeman: El Señor dijo: paz tendréis; y a todo el que anda en la perversidad de su corazón, dijeron: No os vendrá mal. - ¿Mas quién asistió al consejo del Señor, que vió y oyó lo que dijo? "Yo no enviaba estos profetas, y ellos corrían; no les hablaba y ellos profetizaban". - He oído lo que dijeron los profetas que en mi nombre profetizan mentira y dicen: He soñado, he soñado. - ¿Hasta cuándo será esto en el corazón de los profetas, que vaticinan mentira, y que profetizan engaños de su corazón? - Pues si te preguntare este pueblo, o un profeta, o un sacerdote diciendo:
¿Cuál es la carga del Señor? Les dirás: Vosotros sois la carga y yo os arrojaré, dice el Señor. (Jeremías, capítulo XXIII, v. 16, 17, 18, 21, 25, 26 y 33). Voy a hablaros sobre este pasaje del profeta Jeremías, amigos míos. Dios, hablando por su boca, dijo: "Hablan visión de su corazón". Estas palabras indican claramente que ya en aquella época los charlatanes y los exaltados abusaban del don de profecía y lo explotaban. Abusaban, por consiguiente, de la fe sencilla especie de engaño era bastante general entre la nación Judía y es fácil comprender que el pobre pueblo, en su ignorancia, estaba en la imposibilidad de distinguir los buenos de los malos, y era siempre más o menos engañado por los que se daban el nombre de profetas, que sólo eran impostores o fanáticos. ¿Hay nada más significativo que estas palabras: "Yo no enviaba estos profetas y ellos profetizaban"? Más adelante dijo: "He oído lo que dijeron los profetas, que en mi nombre profetizan mentira y dicen: He soñado, he soñado"; indica de este modo uno de los medios empleados para explotar la confianza que se tenía en ellos. La multitud, siempre crédula, no pensaba averiguar la veracidad de sus sueños o de sus visiones; encontraba esto muy natural e invitaba siempre a estos profetas a que hablasen. Después de las palabras del profeta, escuchad los sabios consejos del apóstol San Juan, cuando dijo: "No creáis a todo espíritu, mas probad si los espíritus son de Dios"; porque entre los invisibles los hay también que se complacen en embaucar cuando tienen ocasión de hacerlo, si bien los más burlados son los médiums cuando no toman bastantes precauciones. Este es, sin duda, uno de los grandes escollos contra los cuales se estrellan algunos, sobre todo cuando son novicios en el Espiritismo. Para ellos es una prueba de la que no pueden triunfar sino con grande prudencia. Aprended, pues, a distinguir los malos de los buenos espíritus, para que vosotros mismos no vengáis a ser falsos profetas. (Luoz, espíritu protector. Carlsruhe, 1861).
- Dicen a aquellos que me blasfeman: El Señor dijo: paz tendréis; y a todo el que anda en la perversidad de su corazón, dijeron: No os vendrá mal. - ¿Mas quién asistió al consejo del Señor, que vió y oyó lo que dijo? "Yo no enviaba estos profetas, y ellos corrían; no les hablaba y ellos profetizaban". - He oído lo que dijeron los profetas que en mi nombre profetizan mentira y dicen: He soñado, he soñado. - ¿Hasta cuándo será esto en el corazón de los profetas, que vaticinan mentira, y que profetizan engaños de su corazón? - Pues si te preguntare este pueblo, o un profeta, o un sacerdote diciendo:
¿Cuál es la carga del Señor? Les dirás: Vosotros sois la carga y yo os arrojaré, dice el Señor. (Jeremías, capítulo XXIII, v. 16, 17, 18, 21, 25, 26 y 33). Voy a hablaros sobre este pasaje del profeta Jeremías, amigos míos. Dios, hablando por su boca, dijo: "Hablan visión de su corazón". Estas palabras indican claramente que ya en aquella época los charlatanes y los exaltados abusaban del don de profecía y lo explotaban. Abusaban, por consiguiente, de la fe sencilla especie de engaño era bastante general entre la nación Judía y es fácil comprender que el pobre pueblo, en su ignorancia, estaba en la imposibilidad de distinguir los buenos de los malos, y era siempre más o menos engañado por los que se daban el nombre de profetas, que sólo eran impostores o fanáticos. ¿Hay nada más significativo que estas palabras: "Yo no enviaba estos profetas y ellos profetizaban"? Más adelante dijo: "He oído lo que dijeron los profetas, que en mi nombre profetizan mentira y dicen: He soñado, he soñado"; indica de este modo uno de los medios empleados para explotar la confianza que se tenía en ellos. La multitud, siempre crédula, no pensaba averiguar la veracidad de sus sueños o de sus visiones; encontraba esto muy natural e invitaba siempre a estos profetas a que hablasen. Después de las palabras del profeta, escuchad los sabios consejos del apóstol San Juan, cuando dijo: "No creáis a todo espíritu, mas probad si los espíritus son de Dios"; porque entre los invisibles los hay también que se complacen en embaucar cuando tienen ocasión de hacerlo, si bien los más burlados son los médiums cuando no toman bastantes precauciones. Este es, sin duda, uno de los grandes escollos contra los cuales se estrellan algunos, sobre todo cuando son novicios en el Espiritismo. Para ellos es una prueba de la que no pueden triunfar sino con grande prudencia. Aprended, pues, a distinguir los malos de los buenos espíritus, para que vosotros mismos no vengáis a ser falsos profetas. (Luoz, espíritu protector. Carlsruhe, 1861).
A los ojos del vulgo ignorante, todo fenómeno cuya causa no se conoce pasa por sobrenatural, maravilloso y milagroso; una vez conocida la causa, se reconoce que el fenómeno, por extraordinario que parezca, no es otra cosa que la aplicación de una ley de la naturaleza. Así es que el círculo de los hechos sobrenaturales se estrecha a medida que se ensancha el de la ciencia. En todos los tiempos los hombres han explotado, en provecho de su ambición, de su interés y de su dominación, ciertos conocimientos que poseían, a fin de adquirir el prestigio de un poder digamos sobrehumano, o de una pretendida misión divina. Estos son falsos Cristos y falsos profetas; la difusión de las luces mata su crédito, y por esto su número disminuye a medida que los hombres se ilustran. El hecho de obrar aquello que a los ojos de ciertas gentes pasa por prodigio, no es, pues, señal de una misión divina, puesto que puede ser resultado de los conocimientos que cada uno puede adquirir, o de las facultades orgánicas especiales que el más indigno puede poseer, lo mismo que el más digno.
El verdadero profeta se reconoce por caracteres más formales y exclusivamente morales.
El verdadero profeta se reconoce por caracteres más formales y exclusivamente morales.
Origen y conocimiento de la ley natural
619. ¿Ha dado Dios a los hombres los medios de conocer su ley?
“Todos pueden conocerla, pero no todos la comprenden. Los que la comprenden mejor son los hombres de bien y los que tienen el propósito de buscarla. No obstante, todos la comprenderán algún día, porque es necesario que el progreso se cumpla.”
La justicia de las diversas encarnaciones del hombre es una consecuencia de ese principio, puesto que en cada nueva existencia su inteligencia está más desarrollada y comprende mejor lo que está bien y lo que está mal. Si todo lo relacionado con él debiera ser llevado a efecto en una sola existencia, ¿cuál sería la suerte de tantos millones de seres que mueren a diario en medio del embrutecimiento del salvajismo o en las tinieblas de la ignorancia, sin que hayan podido instruirse? (Véanse los §§ 171 a 222.)
“Todos pueden conocerla, pero no todos la comprenden. Los que la comprenden mejor son los hombres de bien y los que tienen el propósito de buscarla. No obstante, todos la comprenderán algún día, porque es necesario que el progreso se cumpla.”
La justicia de las diversas encarnaciones del hombre es una consecuencia de ese principio, puesto que en cada nueva existencia su inteligencia está más desarrollada y comprende mejor lo que está bien y lo que está mal. Si todo lo relacionado con él debiera ser llevado a efecto en una sola existencia, ¿cuál sería la suerte de tantos millones de seres que mueren a diario en medio del embrutecimiento del salvajismo o en las tinieblas de la ignorancia, sin que hayan podido instruirse? (Véanse los §§ 171 a 222.)
620. El alma, antes de su unión con el cuerpo, ¿comprende la ley de Dios mejor que después de su encarnación?
“La comprende según el grado de perfección al que ha llegado, y conserva el recuerdo intuitivo de ella después de su unión con el cuerpo. No obstante, los instintos malos del hombre hacen que a menudo la olvide.”
621. ¿Dónde está escrita la ley de Dios?
“En la conciencia.”
[621a] – Dado que el hombre lleva en su conciencia la ley de Dios, ¿qué necesidad había de revelársela?
“El hombre la había olvidado o ignorado. Dios quiso que le fuese recordada.”
622. ¿Ha dado Dios a determinados hombres la misión de revelar su ley?
“Sí, por cierto. En todos los tiempos hubo hombres que recibieron esa misión. Son Espíritus superiores encarnados con el objetivo de hacer adelantar a la humanidad.”
623. Los que han pretendido instruir a los hombres en la ley de Dios, ¿no se equivocaron a veces? ¿No hicieron que los hombres se extravíen a menudo con principios falsos?
“Los que no estaban inspirados por Dios, y que por ambición se atribuyeron una misión que no les correspondía, sin ninguna duda han hecho que los hombres se extravíen. No obstante, como en definitiva eran hombres de genio, incluso en medio de los errores que enseñaron suelen encontrarse grandes verdades.”
624. ¿Cuál es el carácter del auténtico profeta?
“El auténtico profeta es un hombre de bien inspirado por Dios. Se lo puede reconocer en sus palabras y en sus acciones. Dios no puede servirse de los labios del mentiroso para enseñar la verdad.”
625. ¿Cuál es el ejemplo más perfecto que Dios ha ofrecido al hombre para que le sirva de guía y modelo?
“Ved a Jesús.”
Jesús es para el hombre el ejemplo de la perfección moral a la que puede aspirar la humanidad en la Tierra. Dios nos lo ofrece como el modelo más perfecto. La doctrina que Jesús enseñó es la más pura expresión de la ley de Dios, porque estaba animado del espíritu divino y es el ser más puro que ha aparecido en la Tierra. Si algunos de los que han pretendido instruir al hombre en la ley de Dios hicieron que a veces aquel se extravíe con principios falsos, ha sido porque ellos mismos se dejaron dominar por sentimientos demasiado terrenales, y porque confundieron las leyes que rigen las condiciones de la vida del alma con las que rigen la vida del cuerpo. Muchos presentaron como leyes divinas las que sólo eran leyes humanas, creadas para servir a las pasiones y dominar a los hombres.
626. Las leyes divinas o naturales, ¿sólo fueron reveladas a los hombres por Jesús? Antes de él, ¿sólo por intuición tuvieron ellos conocimiento de dichas leyes?
“¿No hemos dicho que están escritas en todas partes? Los hombres que han meditado acerca de la sabiduría pudieron, pues, comprenderlas y enseñarlas desde los siglos más remotos. Mediante sus enseñanzas, aunque incompletas, ellos prepararon el terreno para recibir la simiente. Dado que las leyes divinas se encuentran inscriptas en el libro de la naturaleza, el hombre pudo conocerlas cuando se propuso buscarlas. Por esa razón los preceptos que esas leyes consagran han sido proclamados en todos los tiempos por los hombres de bien, y también por eso encontramos sus elementos en la doctrina moral de todos los pueblos que salieron de la barbarie, aunque incompletos o alterados por la ignorancia y la superstición.”
627. Puesto que Jesús enseñó las verdaderas leyes de Dios, ¿cuál es la utilidad de la enseñanza impartida por los Espíritus? ¿Tienen estos que enseñarnos algo más?
“La palabra de Jesús solía ser alegórica y en forma de parábolas, porque hablaba conforme a los tiempos y lugares. Ahora es necesario que la verdad sea inteligible para todos. Hace falta explicar y desarrollar esas leyes, puesto que hay muy pocas personas que las comprenden, y menos aún que las practican. Nuestra misión consiste en impresionar los ojos y los oídos, para confundir a los orgullosos y desenmascarar a los hipócritas, que presentan las apariencias de la virtud y de la religión para encubrir sus bajezas. La enseñanza de los Espíritus debe ser clara e inequívoca, a fin de que nadie pueda alegar ignorancia y que cada uno la juzgue y la aprecie con su propia razón. Estamos encargados de preparar el reino del bien que Jesús anunció. Por eso es necesario que nadie pueda interpretar la ley de Dios con arreglo a sus pasiones, ni falsear el sentido de una ley que es por completo de amor y caridad.”
628. ¿Por qué la verdad no siempre ha sido puesta al alcance de todos?
“Es preciso que cada cosa llegue a su tiempo. La verdad es como la luz: hay que habituarse a ella poco a poco, de lo contrario deslumbra. ”Nunca sucedió que Dios permitiera al hombre recibir comunicaciones tan completas e instructivas como las que le es dado recibir en la actualidad. Había en la antigüedad, como sabéis, algunos individuos que se encontraban en posesión de lo que ellos consideraban una ciencia sagrada, a la que convertían en un misterio para quienes, a su entender, eran profanos. Debéis comprender, con lo que conocéis acerca de las leyes que rigen esos fenómenos, que dichos individuos sólo recibían algunas verdades dispersas en medio de un conjunto de ideas equívocas y casi siempre emblemáticas. Con todo, para el hombre estudioso no hay ningún sistema filosófico antiguo, tradición o religión que pueda despreciarse, pues todos ellos contienen gérmenes de grandes verdades que –aunque parezcan contradecirse unas con otras, dispersas como se hallan en medio de accesorios sin fundamento– resulta muy fácil coordinar, gracias a que el espiritismo os ofrece la clave de una infinidad de cosas que, hasta ahora, han podido pareceros irracionales y cuya realidad hoy se os demuestra de una manera irrecusable. Por consiguiente, no dejéis de buscar en esos materiales temas de estudio: los hay muy valiosos y que pueden contribuir sobremanera a vuestra instrucción.”
Médiums proféticos
– Variedad de los médiums inspirados o de presentimientos. Reciben, con el permiso de Dios, y con mayor exactitud que los médiums de presentimientos, la revelación de los acontecimientos futuros de interés general. Están encargados de transmitir ese conocimiento a los hombres, a fin de que se instruyan.
“Si bien hay profetas verdaderos, también los hay falsos. Estos últimos son mucho más numerosos, y confunden los devaneos de su propia imaginación con revelaciones, en caso de que no sean bribones que, por ambición, se presentan como profetas.” (Véase, en El Libro de los Espíritus, el § 624, “Caracteres del auténtico profeta”.)
Conclusión, libro de los Espíritus; Capt: VIII
Los Espíritus –preguntan algunas personas–, ¿enseñan una moral nueva, superior en algo a lo que dijo Cristo? Si esa moral no es otra que la del Evangelio, ¿para qué sirve el espiritismo? Este razonamiento se parece singularmente al del califa Omar, cuando se refería a la Biblioteca de Alejandría:
“Si sólo contiene lo que hay en el Corán –decía– es inútil y, por lo tanto, debe ser quemada. Si contiene otras cosas, es mala; por lo tanto, también hay que quemarla”.
No, el espiritismo no contiene una moral diferente de la de Jesús. Pero a nuestra vez preguntamos: antes de Cristo, ¿no tenían los hombres la ley que Dios entregó a Moisés? ¿No se encuentra su doctrina en el Decálogo? ¿Se dirá por eso que la moral de Jesús es inútil? Preguntamos también a los que niegan la utilidad de la moral espírita: ¿por qué la de Cristo es tan poco practicada? ¿Por qué esos mismos que proclaman con justa razón su sublimidad son los primeros en violar la más importante de sus leyes: la caridad universal? Los Espíritus vienen no sólo a confirmarla, sino también a mostrarnos su utilidad práctica. Tornan inteligibles y patentes las verdades que sólo habían sido enseñadas en forma alegórica. Además, junto con la moral, definen los problemas más abstractos de la psicología. Jesús vino a mostrar a los hombres el camino del verdadero bien. ¿Por qué razón Dios, que lo envió para recordarles su ley despreciada, no enviaría hoy a los Espíritus para hacer que la recuerden, y con mayor precisión, cuando los hombres la olvidan para sacrificarlo todo en pro del orgullo y la codicia? ¿Quién se atrevería a poner límites al poder de Dios y a trazarle sus vías? ¿Quién podría negar que –como lo afirman los Espíritus– los tiempos predichos ya han llegado, y que presenciamos aquellos otros en que verdades mal comprendidas o falsamente interpretadas deben ser reveladas de un modo ostensible para el género humano, a fin de apresurar su adelanto? ¿No hay algo providencial en esas manifestaciones que se producen simultáneamente en todos los puntos del globo? No es un solo hombre, un profeta que viene a advertirnos, sino que en todas partes surge la luz. Se trata de un mundo nuevo que se despliega ante nuestros ojos. Así como la invención del microscopio nos mostró el mundo de lo infinitamente pequeño, mundo que ni imaginábamos; así como el telescopio nos mostró los millares de mundos, que tampoco imaginábamos, las comunicaciones espíritas nos revelan el mundo invisible que nos rodea, que se relaciona con nosotros sin cesar y sin que lo sepamos toma parte en todo lo que hacemos. En poco tiempo más, la existencia de ese mundo que nos espera será tan incontestable como la del mundo microscópico y la de los mundos perdidos en el espacio. En ese caso, ¿no sirve de nada que se nos haya hecho conocer todo un mundo, que se nos haya iniciado en los misterios de la vida de ultratumba? Es verdad que esos descubrimientos, si así se los puede llamar, contrarían en parte algunas de las ideas aceptadas. Pero ¿acaso los grandes descubrimientos científicos no han modificado también, trastocado incluso, las ideas más arraigadas? ¿No ha sido preciso que nuestro amor propio se doblegara ante la evidencia? Lo mismo sucederá con respecto al espiritismo: dentro de poco obtendrá derecho de ciudadanía entre los conocimientos humanos. Las comunicaciones con los seres de ultratumba han dado por resultado hacernos comprender la vida futura, hacérnosla ver, iniciarnos en el conocimiento de las penas y de los goces que nos aguardan según nuestros méritos y, por lo mismo, hacer que regresen al espiritualismo los que no veían en el hombre otra cosa que materia, nada más que una máquina organizada. Por eso tenemos razón al decir que el espiritismo eliminó al materialismo con los hechos. Si tan sólo hubiese producido ese resultado, el orden social debería agradecérselo. Pero hace más aún: muestra los inevitables efectos del mal y, por consiguiente, la necesidad del bien. La cantidad de personas cuyos sentimientos ha mejorado, cuyas malas tendencias neutralizó al apartarlos del mal, es mayor de lo que se cree y aumenta a diario, pues para ellas el porvenir ya no es algo impreciso, una simple esperanza, sino una verdad que se comprende y se explica cuando vemos y escuchamos a quienes nos han dejado, lamentarse o regocijarse de lo que hicieron en la Tierra. Quien es testigo de tales hechos, comienza a reflexionar y siente la necesidad de conocerse, juzgarse y enmendar. e. Espiritismo.
Allan Kardec, Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”, (Cap. XXVIII, números 4 y 5).
9. La oración es una invocación; por ella nos ponemos con el pensamiento en relación con el ser a quién nos dirigimos. Puede tener por objeto suplicar, dar gracias o glorificar. Se puede orar para sí mismo, para otro, para los vivos y para los muertos. Las oraciones dirigidas a Dios son oídas por los espíritus encargados de la ejecución de su voluntad, y las que se dirigen a los buenos espíritus son transmitidas a Dios. Cuándo se ruega a otros seres que a Dios, sólo es con el título de intermediarios, de intercesores, porque nada puede hacerse sin la voluntad de Dios.
10. El Espiritismo hace comprender la acción de la oración, explicando el modo de transmitir el pensamiento, ya sea que el ser a quién se ruega venga a nuestro llamamiento, o que nuestro pensamiento llegue a él. Para formarse una idea de lo que sucede en ésta circunstancia, es menester representar a todos los seres, encarnados y desencarnados, sumergidos con un fluido universal que ocupa el espacio, como aquí lo estamos en la atmósfera. Ese fluido recibe una impulsión de la voluntad; es el vehículo del pensamiento, como el aire lo es del sonido, con la diferencia de que las vibraciones del aire están circunscritas, mientras que las del fluido universal se extienden hasta el infinito. Luego, cuándo el pensamiento se dirige hacía un ser cualquiera que está en la tierra o en el espacio, del encarnado al desencarnado o del desencarnado al encarnado, se establece una corriente fluídica entre los dos, la cuál transmite el pensamiento como el aire transmite el sonido. La energía de la corriente está en razón con la del pensamiento y de la voluntad. Así es como la oración es oída por los espíritus en cualquier parte que se encuentren, como los espíritus se comunican entre sí, como nos transmiten sus inspiraciones y como se establecen relaciones a distancia entre los encarnados.
Esta explicación, es sobre todo, para aquellos que no comprenden la utilidad de la oración puramente mística; no es con objeto de materializar la oración, sino con el fin de hacer comprensible su efecto, manifestando que puede tener una acción directa y efectiva, sin que por esto deje de estar menos subordinada a la voluntad de Dios, juez supremo de todas las cosas y el único que puede hacer eficaz su acción.
11. Por la oración el hombre llama el concurso de los buenos espíritus que vienen a sostenerle en sus buenas resoluciones y a inspirarle buenos pensamientos, adquiriendo de éste modo la fuerza moral necesaria para vencer las dificultades y volver a entrar en el camino derecho sí se ha desviado, así como también puede desviar de sí los males que se atrae por sus propias faltas. Un hombre, por ejemplo, ve su salud deteriorada por los excesos que ha cometido, arrastrando hasta el fin de sus días una vida de sufrimientos; ¿tiene acaso, derecho a quejarse si no consigue la curación? No, porque en la oración hubiera podido encontrar la fuerza necesaria para resistir las tentaciones.
12. Si los males de la vida se dividen en dos partes, una compuesta de aquellos que el hombre no puede evitar y la otra de las tribulaciones cuya primera causa es él mismo por su incuria y sus excesos (capítulo V, número 4), se verá que ésta sobrepuja de mucho en número a la primera. Es, pues, evidente, que el hombre es el autor de la mayor parte de sus aflicciones, y que se las ahorraría si obrase siempre con moderación y prudencia. No es menos cierto que estas miserias son resultado de nuestras infracciones a las leyes de Dios, y que si las observásemos puntualmente seríamos felices. Si no traspasáramos el límite de lo necesario en la satisfacción de nuestras necesidades, no tendríamos las enfermedades que son consecuencia de los excesos y las vicisitudes que conducen a ellos; si pusiéramos límite a nuestra ambición, no temeríamos la ruina; si no quisiéramos subir más alto de lo que podemos, no temeríamos caer; si fuésemos humildes, no sufriríamos los desengaños del orgullo rebajado; si practicáramos la ley de caridad, no maldeciríamos ni seríamos envidiosos, ni celosos, y evitaríamos las querellas y las disensiones; si no hiciéramos mal a nadie, no temeríamos las venganzas, etc.,
Admitamos que el hombre no pueda nada sobre los otros males y que todas las oraciones sean superfluas para preservarse de ellos; ¿no sería ya bastante el que pudiera evitar todo lo que proviene de sus propios hechos? Pues aquí la acción de la oración se concibe perfectamente, porque tiene por objeto solicitar la inspiración saludable de los buenos espíritus, pidiéndoles fuerza para resistir a los malos pensamientos, cuya ejecución puede sernos funesta. En este caso “no desvían el mal, sino que nos desvían a nosotros mismos del pensamiento que puede causarlo; en nada embarazan los decretos de Dios ni suspenden el curso de las leyes de la naturaleza; “sólo nos impiden infringir estas leyes dirigiendo nuestro libre albedrío”; pero lo hacen sin saberlo nosotros y de una manera oculta, para no encadenar nuestra voluntad. El hombre se encuentra entonces en la posición de aquél que solicita buenos consejos y los pone en práctica, pero siempre es libre de seguirlos o dejarlos de seguir; Dios quiere que así suceda para que tenga la responsabilidad de sus actos dejándole el mérito de la elección entre el bien y el mal. Esto es lo que el hombre siempre está seguro de obtener si lo pide con fervor, y a lo que sobre todo pueden aplicarse estas palabras: “Pedid y se os dará”.
La eficacia de la oración, aún reducida a ésta proporción, ¿no tendría, acaso, un resultado inmenso? Estaba reservado al Espiritismo el probarnos su acción por la revelación de las relaciones que existen entre el mundo invisible y el mundo visible. Pero no se limitan únicamente a éstos sus efectos. La oración está recomendada por todos los espíritus; renunciar a la oración es desconocer la bondad de Dios; es renunciar para sí mismo a su asistencia y para los otros al bien que puede hacérseles.
13. Dios, accediendo a la súplica que se le dirige, tiene la mira de recompensar la intención, la sinceridad y la fe del que ruega; por este motivo la oración del hombre de bien tiene más mérito a los ojos de Dios y siempre más eficacia que la del hombre vicioso y malo, porque éste no puede rogar con el fervor y la confianza que sólo se adquiere por el sentimiento de la verdadera piedad. Del corazón del egoísta, de aquél que ruega sólo con la articulación de la palabra, no pueden salir los impulsos de caridad que dan a la oración todo su poder. De tal modo así se comprende, que, por un movimiento instintivo, nos recomendamos con preferencia a las oraciones de aquellos cuya conducta se cree ser agradable a Dios, porque son más escuchados.
14. Si la oración ejerce una especie de acción magnética, podría creerse que su efecto está subordinado al poder fluídico; pero no sucede así: puesto que los espíritus ejercen esta acción sobre los hombres, suplen cuando es necesario la insuficiencia del que ora, ya obrando directamente “en su nombre”, ya dándole momentáneamente una fuerza excepcional, cuando se le juzga digno de este favor o cuando la cosa puede ser útil. El hombre que no se cree bastante bueno para ejercer una influencia saludable, no por esto debe abstenerse de rogar por otro, con el pensamiento de que no es digno de ser escuchado. La conciencia de su inferioridad es una prueba de humildad siempre agradable a Dios, que toma en cuenta la intención caritativa que le anima su fervor y su confianza en Dios, son el primer paso de la vuelta al bien, y los buenos espíritus se felicitan de poderle alentar. La oración que no se escucha es la del “orgulloso que sólo tiene fe en su poder y en sus méritos, creyendo poder substituirse a la voluntad del Eterno”.
15. El poder de la “oración” está en el pensamiento; no se concreta a las palabras, ni al lugar, ni al momento que se hace. Se puede, pues, rogar en todas partes y a todas horas, estando sólo o acompañado. La influencia del lugar o del tiempo está en relación de las circunstancias que pueden favorecer el recogimiento. “La oración en común tiene una acción más poderosa cuándo todos aquellos que oran se asocian de corazón a un mismo pensamiento y tienen un mismo objeto”, porque es como si muchos levantasen la voz juntos y unísonos; pero ¡qué importaría estar unidos en gran número, si cada uno obrase aisladamente y por su propia cuenta personal! Cien personas reunidas pueden orar como egoístas, mientras que dos o tres, unidas en una común aspiración, rogarán como verdaderos hermanos en Dios, y su oración tendrá más poder que la de los otros ciento.
Extraído del Libro de Obras Póstumas de Allan Kardec.
Manifestaciones de los Espíritus
Carácter y Consecuencias Religiosas de las Mismas
6. De los Médiums
52. Médiums curativos. Este género de mediúmnidad consiste en la facultad que ciertas personas poseen de curar por el simple contacto, por la imposición de manos, con la mirada, con sólo un gesto, sin el concurso de ningún medicamento. Ésta facultad tiene, sin duda alguna, su principio en la potencia magnética; sin embargo, difiere de ella por la energía y la instantaneidad de la acción, al paso que las curas magnéticas exigen un tratamiento metódico más o menos largo. Casi todos los magnetizadores son aptos para curar, si saben aprovechar convenientemente de su aptitud; poseen la ciencia adquirida; en los médiums curadores la facultad es espontánea, y algunos la poseen sin haber jamás oído hablar de magnetismo. La facultad de curar por la imposición de manos tiene evidentemente su principio, en una potencia excepcional de expansión fluídica; pero esta acrecentada por diversas causas, entre las cuales es menester poner en primera línea la pureza de sentimientos, el desinterés, la benevolencia, el deseo ardiente de aliviar, la oración ferviente, y la confianza en Dios; en una palabra: todas las cualidades morales. El poder magnético es puramente orgánico; puede, como la fuerza muscular, ser dado a todo el mundo, hasta al hombre perverso; pero el hombre de bien sólo lo usa exclusivamente para el bien, sin premeditación de interés personal, ni para satisfacer su orgullo ni su vanidad; su fluido más puro, pose propiedades benéficas y reparadoras que no puede tener el del hombre vicioso o interesado.
Todo efecto mediúmnico, como se ha dicho, es resultado de la combinación de fluidos emitidos por su Espíritu y por el médium; por esta unión semejantes fluidos adquieren propiedades nuevas, 'que no tendrían por separado, o al menos que no tendrían en el mismo grado. La oración, que es una verdadera evocación, atrae los buenos Espíritus, solícitos en venir a secundar las fuerzas del hombre bien intencionado: su fluido bienhechor se une fácilmente con el de este, mientras que el fluido del hombre vicioso, se alía con el de los malos Espíritus que lo rodean.
El hombre de bien que no tuviera poder fluídico, podría poco por sí mismo y solo puede pedir la asistencia de los buenos Espíritus; pero su acción personal es casi nula; una gran potencia fluídica aliada con la mayor suma de cualidades morales, puede operar verdaderos prodigios de curación.
53. La acción fluídica es, por otra parte, poderosamente secundada por la confianza del enfermo, y Dios recompensa a menudo su fe con el éxito.
54. Sólo la superstición puede atribuir una virtud, a ciertas palabras, y sólo Espíritus ignorantes o mentirosos pueden conservar tales ideas, haciendo prescribir formulas. Sin embargo, para personas poco ilustradas e incapaces de comprender las cosas puramente espirituales, el empleo de una fórmula de oración o de una práctica determinada, contribuye a darles confianza; en este caso, no es la formula la eficaz, sino la fe aumentada con la idea atribuida al empleo de la formula.
55. Es menester no confundir los médiums curativos con los médiums medicales: estos últimos son simples médiums escribientes, cuya especialidad es servir fácilmente de interpretes a los Espíritus para las prescripciones medicales; pero no hacen absolutamente mas que transmitir el pensamiento y no tienen, por lo mismo, influencia alguna.
58. Habiendo malos Espíritus que obsesan y buenos que protegen, se pregunta si los malos Espíritus son más poderosos que los buenos. No es el buen Espíritu el que es más débil, es el médium que no es bastante fuerte para sacudir la capa que le ha sido echada encima, para desasirse de los brazos que le oprimen y entre los cuales, preciso es decirlo, algunas veces se halla complacido. En este caso, se comprender que el buen Espíritu no puede ocupar este lugar, puesto que se prefiere a otro. Admitamos ahora el deseo de desembarazarse de esa envoltura fluídica, de la cual esta penetrada la suya, como un vestido esta penetrado por la humedad; el deseo no bastaría. La voluntad no siempre será suficiente. Se trata de luchar con un adversario; pues cuando dos hombres luchan cuerpo a cuerpo, el que tiene más fuerza muscular es el que da en tierra con el otro. Con un Espíritu es preciso luchar, no cuerpo a cuerpo, sino Espíritu a Espíritu, y en este caso también vence el más fuerte; aquí la fuerza esta en la autoridad que se puede tomar sobre el Espíritu, y esta autoridad esta subordinada a la superioridad moral. Esta superioridad es como el sol que disipa la niebla con el poder de sus rayos.
Esforzarse en ser bueno, ser mejor, si se es ya bueno, purificarse de las imperfecciones, en una palabra, elevarse moralmente lo mis posible: tal es el medio de adquirir el poder de mandar a los Espíritus inferiores para separarlos; de otro modo se ríen de vuestros mandatos. (El Libro de los Médiums, Nº 252 y 279).
Ahora bien; se dirá, ¿por que los Espíritus protectores no les mandan retirarse? Sin duda pueden hacerlo y algunas veces lo verifican; pero permitiendo la lucha, dejan también el mérito de la Victoria; si permiten el desembarazarse de ellos a personas merecedoras, hasta cierto punto, de su apoyo, es para probar su perseverancia y hacerles adquirir más fuerza en el bien, que para ellas esto es una especie de gimnasia moral. Ciertas personas, sin duda, preferirían otra receta más fácil para arrojar los malos Espíritus, como por ejemplo, el decir ciertas palabras o hacer ciertos signos, lo cual seria más cómodo que corregirse de los defectos. Lo sentimos, pero no conocemos ningún procedimiento para vencer a un enemigo cuyo ser es mas fuerte que él. Cuando se está enfermo, es menester resignarse a tomar una medicina, por amarga que sea; pero también cuando se ha tenido el valor de beberla, ¡que bien se encuentra uno y que fuerte se es! Es necesario, pues, persuadirse de que no hay, para llegar a ese fin, ni palabras sacramentales, ni formulas, ni talismanes, ni signo material alguno. Los malos Espíritus se ríen de ellos y se complacen a menudo en indicarlos, y tienen siempre cuidado de llamarlos infalibles para mejor captarse la confianza de aquellos de quienes pretenden abusar; porque entonces, estos, confiando en la virtud del proceder, se entregan a él sin temor.
Antes de esperar dominar a los malos Espíritus, es menester dominarse a sí mismo. De todos los medios para adquirir fuerza para conseguirlo, el más eficaz es la voluntad secundada por la oración; la oración de corazón, se entiende, y no palabras en las cuales toma más parte la boca que el pensamiento. Es menester rogar a nuestro ángel guardián y a los buenos Espíritus que nos asistan en la lucha; pero no basta pedirles que aparten a los malos Espíritus, es necesario acordarse de esta máxima, ‘Ayúdate, y el cielo te ayudará’, y pedirles, sobre todo, la fuerza que nos falta para vencer nuestras malas inclinaciones, que son para nosotros peores que los malos Espíritus, pues estas inclinaciones son las que los atraen, como la corrupción atrae a las aves de rapiña.
Rogar por el Espíritu obseso, es devolverle bien por mal, y esto es ya una superioridad. Con perseverancia se acaba, en las más de las veces, por guiarlo de nuevo a mejores sentimientos y se consigue hacer de un perseguidor un agradecido.
En resumen, la oración ferviente y los esfuerzos serios para mejorarse, son los únicos medios de alejar los malos Espíritus, los cuales reconocen a sus maestros, en aquellos que practican el bien, mientras que las formulas les causan risa, la cólera y la impaciencia los excitan. Es menester cansarlos mostrándose más paciente que ellos.
Pero algunas veces sucede que la subyugante aumenta hasta el punto de paralizar la voluntad del obsesionado y no puede esperarse de su parte ningún concurso serio. Entonces es cuando es necesaria la intervención de un tercero, sea por la oración, sea por la acción magnética; pero la potencia de esta intervención depende también del ascendiente moral que los interventores pueden adquirir sobre los Espíritus, pues si no valen mas que ellos, la acción es estéril.
La acción magnética, en este caso, tiene por objeto impregnar en el fluido del obsesionado otro mejor y arrojar el del mal Espíritu; cuando el magnetizador opera, debe tener el doble objeto de oponer una fuerza moral a otra moral y producir sobre el individuo, una especie de reacción química, y sirviéndonos de una comparación material, diremos, sacar un fluido. Con esto, no solamente opera un cambio saludable, sino también, da fuerza a los órganos debilitados por un largo, y a menudo riguroso, apoderamiento. Se comprende, por otra parte, que la potencia de la acción fluídica esta en razón directa, no solamente de la energía de la voluntad, sino sobre todo de la calidad del fluido introducido, y después de lo que hemos dicho, esta cualidad depende de la instrucción y de las cualidades morales del magnetizador; de lo que se deduce que un magnetizador ordinario que obrara maquinalmente para magnetizar, pura y simplemente, produciría poco o ningún efecto: es absolutamente necesario un magnetizador espiritista, que obra con conocimiento, con la intención de producir, no el sonambulismo o una curación orgánica, sino los efectos que acabamos de describir. Por otra parte, es evidente que una acción magnética dirigida en este sentido, no puede ser sino muy útil, en el caso de obsesión ordinaria, porque entonces, si el magnetizador esta secundado por la voluntad del obsesionado, el Espíritu es combatido por dos adversarios en vez de uno. Es preciso decir también que se achaca a Espíritus extraños malos hechos, de lo cuales son inocentes: ciertos estados de enfermedad y ciertas aberraciones que se atribuyen a una causa oculta, son algunas veces simplemente causa del Espíritu del individuo.
Las contrariedades que más ordinariamente se han concentrado en sí mismo, los pesares amorosos, sobre todo, han hecho cometer muchos actos excéntricos que se haría mal, en darles el carácter de obsesiones. Muchas veces se es obsesor de sí mismo. Añadiremos, en fin, que ciertas obsesiones tenaces, sobre todo en personas que las merecen, forman algunas veces parte de las pruebas a que están sometidas. "Y aun algunas veces sucede también que la obsesión, cuando es simple, es una tarea impuesta al obsesionado, el cual debe trabajar para el mejoramiento del obsesor, como un padre para el de un hijo vicioso". (Recomendamos de nuevo, para más detalles, El Libro de los Médiums).
La oración es generalmente un poderoso medio para ayudar a libertarse los obsesionados; pero no es la oración de palabra, dicha con indiferencia y como una formula trivial, que puede ser eficaz en caso semejante: es necesario una fervorosa oración, que al mismo tiempo sea una especie de magnetización mental; por el pensamiento se puede dirigir sobre el paciente una corriente fluidica saludable, cuya potencia esta en razón de la intención. La oración no tiene, pues, solamente por efecto el invocar un socorro extraño, sino también el ejercer una acción fluídica.
Lo que una persona no puede hacer sola, muchas personas unidas de intención en una oración colectiva y reiterada, lo pueden casi siempre, porque la potencia de acción aumenta con el número.