La carne no tiene pensamiento, ni voluntad, no prevalece jamás sobre el espíritu, que es el ser pensante y voluntarioso; el espíritu es quién dá a la carne las cualidades correspondientes a sus instintos, como un artista imprime a su obra material el sello de su génio.
Libro del Cielo y el Infierno y la Justicia Divina.
CAPÍTULO VII
La carne es débil.—Orígenes de la doctrina espiritista sobre las penas futuras.
—Código penal de la vida futura.
La carne es débil -
Se reconoce hoy perfectamente por los filósofos espiritualistas, que los órganos cerebrales, correspondiendo a las diversas aptitudes, deben su desarrollo a la actividad de su espíritu y que así, éste desarrollo es un efecto y no una causa. Un hombre, no es músico, porque tenga la protuberancia de la música, sino que tiene ésta protuberancia, porque su espíritu es músico.
Sí la actividad del Espíritu obra sobre el cerebro, debe obrar igualmente sobre las otras partes del organismo. De éste modo el Espíritu es el artífice que arregla su propio cuerpo, por decirlo así, a fin de amoldarle a sus necesidades y a la manifestación de sus tendencias. Sentado ésto, la perfección del cuerpo de las razas adelantadas, no será producto de creaciones distintas, sino resultado del trabajo del Espíritu, que perfecciona su instrumento a medida que sus facultades aumentan.
Por una consecuencia natural de éste principio, las disposiciones morales del espíritu deben modificar las cualidades de la sangre, darle más o menos actividad, provocar secreción más o menos abundante de bilis u otros fluidos. Así es, por ejemplo, que al glotón se le llena la boca de agua a la vista de un bocado apetitoso. En éste caso, no es el bocado el que puede sobre excitar el órgano del gusto, puesto que no hay contacto, sino el espíritu que obra en virtud de la sensualidad que se le ha dispertado, con la acción del pensamiento, sobre este órgano, miéntras que en otro, la vista de aquel bocado no produce ningún efecto. Por la misma razón, una persona sensible derrama lágrimas fácilmente; la abundancia de las lágrimas no dá la sensibilidad al espíritu, sino que la sensibilidad del espíritu provoca la secreción abundante de las lágrimas.
El organismo bajo el impulso de la sensibilidad, se ha apropiado ésta disposición normal del espíritu, como se ha apropiado la del espíritu del glotón.
Siguiendo éste órden de ideas, se comprende que un espíritu iracundo debe propender al temperamento bilioso; de lo que se deduce que un hombre no es colérico porque sea bilioso, sino que es bilioso porque es colérico.
Se puede, pues, admitir que el temperamento es, al menos en parte, determinado por la naturaleza del espíritu, que es la causa y no el efecto.
La carne sólo es débil, porque el espíritu es débil, lo que destruye la excusa y deja al espíritu la responsabilidad de sus actos.
La carne no tiene pensamiento, ni voluntad, no prevalece jamás sobre el espíritu, que es el ser pensante y voluntarioso; el espíritu es quién dá a la carne las cualidades correspondientes a sus instintos, como un artista imprime a su obra material el sello de su génio.
Queda, pues, entera la responsabilidad moral de los actos de la vida; pero la razón dice que las consecuencias de ésta responsabilidad deben estár en relación con el desarrollo intelectual del espíritu; cuánto más ilustrado es, menos excusa tiene, porque con la inteligencia y el sentido moral nacen las nociones del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto.
Dad, si es posible, ánimo al medroso, y vereis cesarlos efectos fisiológicos del miedo.
Ésto prueba, repito, la necesidad en que está el arte de curar, de tomar en cuenta la acción del elemento espiritual sobre el organismo. {Revista Espiritista,
Marzo, 1869, p. 65.)
Origenes de la doctrina espiritista sobre las penas futuras.
La doctrina espiritista, en lo que concierne las penas futuras, no se funda en una teoría preconcebida cómo en sus otras partes no es un sistema sustituido a otro sistema: en todas las cosas se apoya en observaciones, y ésto es lo que constituye su autoridad. Ninguno ha imaginado que las almas después de la muerte, vengan a encontrarse en tal o cuál situación; los mismos seres que han dejado la tierra, son los que vienen hoy a iniciarnos en los misterios de la vida futura, a describir su posición feliz o desgraciada, sus impresiones y su trasformación después de la muerte del cuerpo; en una palabra, a completar sobre éste punto la enseñanza de Cristo.No se trata aquí de la relación de un sólo Espíritu que podría ver las cosas desde su punto de vista, bajo un sólo aspecto, o estár todavía dominado por las preocupaciones terrestres, ni de una revelación hecha a un sólo individuo, que podría dejarse engañar por las apariencias, ni de una visión extática que se presta a las ilusiones y no es muchas veces más que a resultado de una imaginacion exaltada, (1) sino de innumerables ejemplos suministrados por todas las categorías de Espíritus, desde lo alto hasta lo más bajo de la escala, con ayuda de innumerables intermediarios diseminados sobre todos los puntos del globo de tal modo, que la revelación no es privilegio de nadie, sino que cada uno está en disposición de ver y de observar, y nadie está obligado a creer sobre su palabra a otro.
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(1) Véase más arriba, cap. VI, núm. 7; y Libro de los Espíritus, mims. §443, §444,
7. —Para hombres que sólo tenía una noción confusa de la espiritualidad del alma, la idea del fuego material nada chocante era, tanto ménos cuánto que estaba en la creencia vulgar derivada de la del Infierno Pagano, casi universalmente esparcida. La eternidad de las penas nada tenía tampoco que repugnase a gentes sometidas, desde muchos siglos, a la legislación del terrible Jehovah. En el pensamiento de Jesús, el fuego Jesúseterno no podía ser más que una figura; poco le importaba que aquélla figura fuese tomada al pié de la letra, sí debía servir de freno; bien sabía que el tiempo y el progreso se encargarían de hacer comprender su sentido alegórico, sobre todo, cuándo según su predicción, el Espíritu de verdad vendría a iluminar a los hombres sobre todas las cosas.
El carácter esencial de las penas irrevocables, es la ineficacia del arrepentimiento; Jesús, pues, jamás dijo que el arrepentimiento nunca hallaría perdón ante Dios. En todas las ocasiones, al contrario, muestra a Dios clemente, misericordioso, pronto a recibir al hijo pródigo a su regreso, bajo el techo paterno. No lo presenta inflexible más que con el pecador endurecido; pero sí tiene el castigo en una mano, en la otra tiene siempre el perdón para el culpable, cuándo éste vuelve sinceramente hacía él.
No es éste por cierto el retrato de un Dios sin piedad. Así es que hay que notar que Jesús nunca pronunció contra persona alguna, ni áun contra los mayores culpables, una condenación irremisible.
La Doctrina de Moisés (1) era despótica, y le causó mucho daño a la humanidad, así lo expresaron los Espíritus a Allan Kardec en el Libro de Génesis Espiritual.
La Doctrina de Moisés era despótica:
“(…) La doctrina de Moisés es absoluta, despótica; no admite discusión y se impone al pueblo por la fuerza. La de Jesús es esencialmente consejera; se acepta libremente y sólo se impone por la persuasión; dio motivo a controversias aún en vida de su fundador, que no despreció la discusión con sus adversarios.” [Libro de Génesis, Capítulo I, Ítem §49]
§49. —Las dos primeras revelaciones no podian menos de ser el resultado de una enseñanza de secta: debían imponerse a la fé por la autoridad de la palabra del maestro, puesto que los hombres no estaban bastante adelantados para cooperar eficazmente a la elaboración.
Observamos entre ellas, sin embargo, una diferencia muy característica, que depende de los progresos de las costumbres y de las ideas, aún - cuándo hechas en un mismo pueblo y en un mismo medio, y a diez y ocho siglos de distancia. La doctrina de Moisés es absoluta, despótica: no consiente discusion y se impone a todo el pueblo por la fuerza; la de Jesús es esencialmente conciliaria, se acepta o no se acepta libremente, y no se impone sinó por la persuasión : es controvertible, aún viviendo su fundador, que no desceñaba discutir con sus adversarios.
§23. La parte más importante de la revelación de Cristo, …
(Nota de Frank: Las palabras para referirse a Cristo y Jesús no se hacen distinciones aparentemente, pero si leemos con detenimiento el Libro de Génesis Espiritista, capítulo 1, items §25 al §30, podemos ver cómo los Espíritus explicaron las diferencias entre Jesús nacido en Nazareth y el Cristo nacido en Belen. No tienen el mismo significado en los Libros Codificados, pero Allan Kardec enfatizó que no confundiéramos al Cristo con el Mesías de Nazareth, pues Cristo según la religión cristiana, se refiere al que falsamente se presenta en la Biblia como el nacido en Belén, el Mesías Prometido, el perdonador de pecados, el que su sacrificio de sangre trae Salvación. El Espiritismo, enseña a Jesús de Nazareth y no al Cristo.
Ésto para hacer creer que era el MESÍAS PROMETIDO y linaje directo de David [Refierase al Ítem §62 del Capítulo I, Libro de Génesis Espiritista, que fue mutilado con una nota añadida sin permiso por Pierre Gaetan Leymarie, en la 5ta edición, 2nda Revisión adulterada)
Continúa el texto citado en el ítem §23, capitulo 1 ...
… en el sentido de primera fuente, de piedra angular de toda su doctrina, es el punto de vista absolutamente nuevo desde el cuál considera a la Divinidad. Ésta ya no es el Dios terrible, celoso, vengativo de Moisés; el Dios cruel e implacable que riega la tierra con sangre humana, que ordena la masacre y el exterminio de pueblos, sin exceptuar a las mujeres, a los niños y a los ancianos, y que castiga a quienes tratan con indulgencia a las víctimas; ya no es el Dios injusto que escarmienta a todo un pueblo por la falta de su líder, que se venga del culpable en la persona del inocente, que daña a los hijos por las faltas de los padres; sino un Dios clemente, soberanamente justo y bueno, pleno de mansedumbre y misericordia, que perdona al pecador arrepentido y da a cada uno según sus obras. Ya no es el Dios de un único pueblo privilegiado, el Dios de los ejércitos que dirige los combates para sustentar su propia causa contra el Dios de los otros pueblos, sino el Padre común del género humano, que extiende su protección a todos sus hijos y los convoca a todos hacia él; ya no es el Dios que recompensa y castiga sólo con los bienes de la Tierra, que hace consistir la gloria y la felicidad en la esclavitud de los pueblos rivales y en la multiplicidad de la progenie, sino un Dios que dice a los hombres: “Vuestra verdadera patria no está en este mundo, sino en el reino celestial, allí donde los humildes de corazón serán elevados y los orgullosos serán humillados”. Ya no es el Dios que hace de la venganza una virtud y ordena que se retribuya ojo por ojo, diente por diente; sino el Dios de misericordia que dice: “Perdonad las ofensas si queréis ser perdonados; haced el bien a cambio del mal; no hagáis a los demás lo que no queréis que os hagan”. Ya no es más el Dios mezquino y meticuloso que impone, bajo las más rigurosas penas, el modo como quiere ser adorado, que se ofende por la falta de observancia de una fórmula; sino el Dios grande que ve el pensamiento y al que no se honra con la forma. En fin, ya no es el Dios que quiere ser temido, sino el Dios que quiere ser amado.
Nota de Frank: “Vuestra verdadera patria no está en este mundo, sino en el reino celestial, allí donde los humildes de corazón serán elevados y los orgullosos serán humillados”. No está en ningún país del Mundo. El decir que Brasil es la patria del Evangelio, nunca debe confundirse con la verdadera patria del Espiritu.
§24. Por ser Dios el eje de todas las creencias religiosas, y el objetivo de todos los cultos, el carácter de todas las religiones está conforme con la idea que estas tienen de Él. Las religiones que hacen de Dios un ser vengativo y cruel creen honrarlo con actos de crueldad, con hogueras y torturas; las que tienen un Dios parcial y celoso son intolerantes y, en mayor o menor medida, meticulosas en la forma, pues lo consideran más o menos contaminado con las debilidades y la frivolidad humanas.
§25. Toda la doctrina de Cristo está fundada en el carácter que Él atribuye a la Divinidad. Con un Dios imparcial, soberanamente justo, bueno y misericordioso, Él hizo del amor de Dios y de la caridad para con el prójimo la condición expresa de la salvación, y dijo: Amad a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a vosotros mismos; en esto consiste toda la ley y los profetas; no existe otra ley. Sobre esta única creencia asentó el principio de la igualdad de los hombres ante Dios, así como el de la fraternidad universal. En cambio, ¿era posible amar al Dios de Moisés? No, sólo se podía temerlo. La revelación de los verdaderos atributos de la Divinidad, juntamente con la de la inmortalidad del alma y de la vida futura, modificaba profundamente las relaciones mutuas entre los hombres, les imponía nuevas obligaciones, los hacía encarar la vida presente desde otro aspecto, y por eso mismo habría de reaccionar contra las costumbres y las relaciones sociales. Ése es, indiscutiblemente, por sus consecuencias, el punto principal de la revelación de Cristo, cuya importancia no fue suficientemente comprendida. Además, es lamentable decir que también es el punto del que la humanidad más se ha apartado, el que más ha ignorado en la interpretación de sus enseñanzas.
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443. Hay cosas que el extático pretende ver y que evidentemente son producto de una imaginación dominada por las creencias y preocupaciones terrestres. ¿No es, pues, real todolo que ve?
«Lo que ve es real para él; pero como su espíritu está siempre bajo la influencia de las ideas terrestres, puede verlo a su modo o, por mejor decirlo, expresarlo en un lenguaje apropiado a sus preocupaciones y a las ideas en que se ha educado, o a las vuestras a fin de darse a comprender mejor. En éste sentido especialmente puede equivocarse».444. ¿Qué grado de confianza puede prestarse a las revelaciones de los extáticos?
«El extático puede equivocarse con mucha frecuencia, sobre todo cuándo quiere penetrar lo que debe ser un misterio para el hombre; porque entonces se entrega a sus propias ideas, o bien es ludibrio de espíritus mentirosos que aprovechan su entusiasmo para fascinarle».
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Conclusión...
Lis comportamientos de los seres humanos, que piensan y tienen razocinio, los dirige el Espíritu encarnado. Por lo tanto sí una persona tiene comportamientos de Egoísmo, Orgullo, Soberbia, Lujuria, Sensualismo, Materialismo extremo, sexualismo, son comportamientos de Espíritus encarnados que mediante un proceso, no corto de muchas reencarnaciones, logra Moralizar su Espíritu que es voluntarioso, que tendrá la Voluntad necesaria para controlar vicios, excesos y así converirse en un Espíritu Moralizado, con intenciones de tener contros de sus comportamientos mientras está encarnado en un cuerpo fisico y cuándo ya está desencarnado.
Los Espíritus Moralizados, controlan los comportamientos de la carne, porque la carne es un instrumento material que no piensa, pues no tiene inteligencia ni voluntad ...
Es el Espíritu encarnado el que domina la carne, es decir el cuerpo físico. Entonces los comportamientos de los seres humanos, está dominado y regido por el Alma Moral o INMORAL según el caso. Los comportamientos lujuriosos, egoistad, orgullosos los provocan el Espíritu encarnado y su condicion Moral, al igual que los comportamientos bodadosos, compasivos y de amor sublime a sus semejantes, son provocados por el Espíritu Y su acendencia Moral inequívoca de desear el bien a los demás.
Todo comportamiento humano, lo provocan el sentido moral del Espíritu, que es al que debemos educar. Esa es la mision del Espíritu Moralizador y el Consuelo de los afligidos para el progreso de la humanidad...
La carne no tiene pensamiento, ni voluntad, no prevalece jamás sobre el espíritu, que es el ser pensante y voluntarioso; el espíritu es quién dá a la carne las cualidades correspondientes a sus instintos, como un artista imprime a su obra material el sello de su génio.
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