Se hace menester una Oración ardiente, que sea al mismo tiempo como una magnetización mental. Por el pensamiento, se puede dirigir para el paciente una corriente fluídica saludable, cuya potencia guarda relación con la intención.
¿Cómo podemos definir la Oración?
La Oración son Como Ondas Expansivas |
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El Libro de los Espíritus nos indica lo siguiente:
479. ¿La Oración es medio eficiente para la cura de la obsesión? “La oración es en todo un poderoso auxilio. Más, creed que no basta que alguien murmure algunas palabras, para que obtenga lo que desea. Dios asiste a los que obran, no a los que se limitan a pedir. Es, pues, indispensable que el obsesados haga, por su parte, lo que sea necesario para destruir en sí mismo la causa de la Atracción de los malos Espíritus.
Acción de la oración Allan Kardec, Transmisión del pensamiento
El libro del Evangelio según el Espiritismo, capítulo XXVIII.
https://soyespirita.blogspot.com/2021/05/la-oracion-es-una-especie-de.html
CAPÍTULO XXVII.
9. La oración es una invocación; por ella nos ponemos con el pensamiento en relación con el ser a quién nos dirigimos. Puede tener por objeto suplicar, dar gracias o glorificar. Se puede orar para sí mismo, para otro, para los vivos y para los muertos. Las oraciones dirigidas a Dios son oídas por los espíritus encargados de la ejecución de su voluntad, y las que se dirigen a los buenos espíritus son transmitidas a Dios. Cuándo se ruega a otros seres que a Dios, sólo es con el título de intermediarios, de intercesores, porque nada puede hacerse sin la voluntad de Dios. (Vea el item #666, libro de los Espíritus, para reconocer las Oraciones Efectivas).
Logica de Pedir Permiso a Dios...
https://soyespirita.blogspot.com/2014/01/permiso-de-dios-la-logica-espiritual-de.html
666. ¿Puede suplicarse en oración a los espíritus? «Puede suplicarse a los espíritus buenos porque son mensajeros de Dios y ejecutores de su voluntad; pero su poder está siempre en proporción de su superioridad y depende siempre del Señor de todas las cosas, sin cuyo permiso nada se hace, y por esto las oraciones que se les dirigen son eficaces únicamente cuando merecen la aprobación de Dios (Permiso de Dios). ».
10. El Espiritismo hace comprender la acción de la oración, explicando el modo de transmitir el pensamiento, ya sea que el ser a quién se ruega venga a nuestro llamamiento, o que nuestro pensamiento llegue a él. Para formarse una idea de lo que sucede en ésta circunstancia, es menester representar a todos los seres, encarnados y desencarnados, sumergidos con un fluido universal que ocupa el espacio, como aquí lo estamos en la atmósfera. Ése fluido recibe una impulsión de la voluntad; es el vehículo del pensamiento, como el aire lo es del sonido, con la diferencia de que las vibraciones del aire están circunscritas, mientras que las del fluido universal se extienden hasta el infinito. Luego, cuándo el pensamiento se dirige hacía un ser cualquiera que está en la tierra o en el espacio, del encarnado al desencarnado o del desencarnado al encarnado, se establece una corriente fluídica entre los dos, la cuál transmite el pensamiento como el aire transmite el sonido. La energía de la corriente está en razón con la del pensamiento y de la voluntad. Así es como la oración es oída por los espíritus en cualquier parte que se encuentren, como los espíritus se comunican entre sí, como nos transmiten sus inspiraciones y como se establecen relaciones a distancia entre los encarnados.
Ésta explicación, es sobre todo, para aquellos que no comprenden la utilidad de la oración puramente mística; no es con objeto de materializar la oración, sino con el fin de hacer comprensible su efecto, manifestando que puede tener una acción directa y efectiva, sin que por esto deje de estár menos subordinada a la voluntad de Dios, juez supremo de todas las cosas y el único que puede hacer eficaz su acción.
11. Por la oración el hombre llama el concurso de los buenos espíritus que vienen a sostenerle en sus buenas resoluciones y a inspirarle buenos pensamientos, adquiriendo de éste modo la fuerza moral necesaria para vencer las dificultades y volver a entrar en el camino derecho sí se ha desviado, así como también puede desviar de sí los males que se atrae por sus propias faltas.
Un hombre, por ejemplo, ve su salud deteriorada por los excesos que ha cometido, arrastrando hasta el fin de sus días una vida de sufrimientos; ¿Tiene acaso, derecho a quejarse sí no consigue la curación? No, porque en la oración hubiera podido encontrar la fuerza necesaria para resistir las tentaciones.
12. Sí los males de la vida se dividen en dos partes, una compuesta de aquellos que el hombre no puede evitar y la otra de las tribulaciones cuya primera causa es él mismo por su incuria y sus excesos (capítulo V, número 4), se verá que ésta sobrepuja de mucho en número a la primera. Es, pues, evidente, que el hombre es el autor de la mayor parte de sus aflicciones, y que se las ahorraría si obrase siempre con moderación y prudencia. No es menos cierto que estas miserias son resultado de nuestras infracciones a las leyes de Dios, y que sí las observásemos puntualmente seríamos felices. Sí no traspasáramos el límite de lo necesario en la satisfacción de nuestras necesidades, no tendríamos las enfermedades que son consecuencia de los excesos y las vicisitudes que conducen a ellos; si pusiéramos límite a nuestra ambición, no temeríamos la ruina; si no quisiéramos subir más alto de lo que podemos, no temeríamos caer; si fuésemos humildes, no sufriríamos los desengaños del orgullo rebajado; si practicáramos la ley de caridad, no maldeciríamos ni seríamos envidiosos, ni celosos, y evitaríamos las querellas y las disensiones; si no hiciéramos mal a nadie, no temeríamos las venganzas, etc.,
Admitamos que el hombre no pueda nada sobre los otros males y que todas las oraciones sean superfluas para preservarse de ellos; ¿No sería ya bastante el que pudiera evitar todo lo que proviene de sus propios hechos? Pues aquí la acción de la oración se concibe perfectamente, porque tiene por objeto solicitar la inspiración saludable de los buenos espíritus, pidiéndoles fuerza para resistir a los malos pensamientos, cuya ejecución puede sernos funesta. En este caso “no desvían el mal, sino que nos desvían a nosotros mismos del pensamiento que puede causarlo; en nada embarazan los decretos de Dios ni suspenden el curso de las leyes de la naturaleza; “sólo nos impiden infringir estas leyes dirigiendo nuestro libre albedrío”; pero lo hacen sin saberlo nosotros y de una manera oculta, para no encadenar nuestra voluntad. El hombre se encuentra entonces en la posición de aquél que solicita buenos consejos y los pone en práctica, pero siempre es libre de seguirlos o dejarlos de seguir; Dios quiere que así suceda para que tenga la responsabilidad de sus actos dejándole el mérito de la elección entre el bien y el mal. Ésto es lo que el hombre siempre está seguro de obtener sí lo pide con fervor, y a lo que sobre todo pueden aplicarse estas palabras: “Pedid y se os dará”.
La eficacia de la oración, aún reducida a ésta proporción, ¿no tendría, acaso, un resultado inmenso? Estaba reservado al Espiritismo el probarnos su acción por la revelación de las relaciones que existen entre el mundo invisible y el mundo visible. Pero no se limitan únicamente a éstos sus efectos. La oración está recomendada por todos los espíritus; renunciar a la oración es desconocer la bondad de Dios; es renunciar para sí mismo a su asistencia y para los otros al bien que puede hacérseles.
13. Dios, accediendo a la súplica que se le dirige, tiene la mira de recompensar la intención, la sinceridad y la fe del que ruega; por éste motivo la oración del hombre de bien tiene más mérito a los ojos de Dios y siempre más eficacia que la del hombre vicioso y malo, porque éste no puede rogar con el fervor y la confianza que sólo se adquiere por el sentimiento de la verdadera piedad. Del corazón del egoísta, de aquél que ruega sólo con la articulación de la palabra, no pueden salir los impulsos de caridad que dan a la oración todo su poder. De tal modo así se comprende, que, por un movimiento instintivo, nos recomendamos con preferencia a las oraciones de aquellos cuya conducta se cree ser agradable a Dios, porque son más escuchados.
14. Si la oración ejerce una especie de acción magnética, podría creerse que su efecto está subordinado al poder fluídico; pero no sucede así: puesto que los espíritus ejercen esta acción sobre los hombres, suplen cuando es necesario la insuficiencia del que ora, ya obrando directamente “en su nombre”, ya dándole momentáneamente una fuerza excepcional, cuando se le juzga digno de este favor o cuando la cosa puede ser útil. El hombre que no se cree bastante bueno para ejercer una influencia saludable, no por esto debe abstenerse de rogar por otro, con el pensamiento de que no es digno de ser escuchado. La conciencia de su inferioridad es una prueba de humildad siempre agradable a Dios, que toma en cuenta la intención caritativa que le anima su fervor y su confianza en Dios, son el primer paso de la vuelta al bien, y los buenos espíritus se felicitan de poderle alentar. La oración que no se escucha es la del “orgulloso que sólo tiene fe en su poder y en sus méritos, creyendo poder substituirse a la voluntad del Eterno”.
15. El poder de la “oración” está en el pensamiento; no se concreta a las palabras, ni al lugar, ni al momento que se hace. Se puede, pues, rogar en todas partes y a todas horas, estando sólo o acompañado. La influencia del lugar o del tiempo está en relación de las circunstancias que pueden favorecer el recogimiento. “La oración en común tiene una acción más poderosa cuándo todos aquellos que oran se asocian de corazón a un mismo pensamiento y tienen un mismo objeto”, porque es como sí muchos levantasen la voz juntos y unísonos; pero ¡qué importaría estar unidos en gran número, sí cada uno obrase aisladamente y por su propia cuenta personal! Cien personas reunidas pueden orar como egoístas, mientras que dos o tres, unidas en una común aspiración, rogarán como verdaderos hermanos en Dios, y su oración tendrá más poder que la de los otros ciento. (Cap. XXVIII. núm. 4 y 5.)
Oraciones inteligibles.
Libro del Evangelio según el Espiritismo, Capítulo XXVIII. Página 411
PEDID Y SE OS DARÁ. 369
16. Pues sí yo no entendiere el valor de la voz, seré bárbaro para aquél a quién hablo: y el que habla, lo será para mí. —Porque sí orare en una lengua, mí espíritu ora, más mí mente queda sin fruto. —Más sí bendijeres con el Espíritu: el que ocupa lugar del simple pueblo, ¿cómo dirá Amen sobre tú bendicion? puesto que no entiende lo que tú dices. —Verdad es que tú das bien las gracias: más el otro no es edificado. (S. Pablo, Epísto la 1." á los CorinJ;., cap. XIV, v. 11, 14, 16 y 17.)
17. La oración sólo tiene valor por el pensamiento que se une a ella, y es imposible unir el pensamiento a lo que no se comprende, porque lo que no se comprende no puede conmover al corazón. Para la inmensa mayoría, las oraciones en un lenguaje incomprensible sólo son un conjunto de palabras que
nada dicen al Espíritu. Para que la oración conmueva es preciso que cada palabra dispierte una idea, y sí no se comprende, no puede despertar ninguna. Se repite como una simple fórmula que tiene más o menos virtud según el número de veces que se repite; muchos oran por deber, y otros por conformarse con los usos; por ésto creen haber cumplido cuándo han dicho una oración un número de veces determinado siguiendo tal o cuál orden. Dios lee en el fondo del corazon, vé el pensamiento y la sinceridad; seria rebajarle creerle más sensible á la forma que al fondo. (Cap. XXVIII, núm. 2.)
De la oración por los muertos y por los Espiritas que sufren.
18. La oracion es solicitada por los Espíritus que sufren; les es útil, porque viendo que se acuerdan de ellos, se sienten ménos abandonados y son ménos desgraciados. Pero la Oración tiene sobre ellos una acción más directa; aumenta su ánimo, excita en ellos el deseo de elevarse por el arrepentimiento y la reparación, y puede desviarles del pensamiento del mal; en este sentido es como puede, no sólo aligerarse sino abreviarse sus sufrimientos. (Véase Cielo é Infier no, 2.a parte: Ejemplos.)
19. Ciertas personas no admiten la Oración para los muertos; porque en su creencia sólo hay para el alma dos alternativas, ser salvada o condenada a las penas eternas, y en uno y otro caso la Oración es inútil. Sin discutir el valor de ésta creencia, admitamos por un instante la realidad de las penas eternas e irremisibles, y que nuestras oraciones sean impotentes para ponerlas un término. Nosotros preguntamos sí en esta hipótesis, ¿es lógico, caritativo, cristiano, el desechar la «oracion por los réprobos? Éstas oraciones, por impotentes que sean para salvarles, ¿no son para ellos una señal de piedad que puede aliviar sus sufrimientos? En la tierra, cuándo un hombre está condenado para siempre, aún cuándo no tenga ninguna esperanza de obtener gracia, ¿se prohibe a una persona caritativa el ir a sostener sus cadenas para aligerarle de su peso? Cuándo alguno es atacado por un mal incurable, porque no ofrece ninguna esperanza de curación, ¿Ha de abandonársele sin ningun consuelo? Pensad que entre los réprobos, puede encontrarse una persona a quién habeis amado, un amigo, quizás un padre, una madre o un hijo, y ¿por qué, según vosotros, no podría esperar gracia, le rehusais un vaso de agua para calmar su sed? un bálsamo para curar sus llagas? ¿No harías por él lo que hariais por un presidiario? ¿No le darías un testimonio de amor, un consuelo? Nó; ésto no sería cristiano. Una creencia que seca el corazón no puede aliarse con la de un Dios que coloca en el primer lugar de los deberes, el amor al prójimo. La no eternidad de las penas, no implica la negación de una penalidad temporal, porque Dios en su justicia, no puede confundir el bien con el mal; así, pues, negar en éste caso la eficacia de la oración, sería negar la eficacia del consuelo, de la reanimación y de los buenos consejos; sería negar la fuerza que logramos de la asistencia moral de los que nos quieren bien.
20. Otros se fundan en una razón más especiosa: la inmutabilidad de los decretos divinos, y dicen: Dios no puede cambiar sus decisiones por la demanda de sus criaturas, pues sino, nada habría estable en el mundo. El hombre, pues, nada tiene que pedir a Dios; sólo tiene que someterse y adorarle. En ésta idea hay una falsa aplicacion de la inmutabilidad de la ley divina, o más bien, ignorancia de la ley en lo que concierne a la penalidad futura. Ésta Ley está revelada por los Espíritus del Señor, hoy que el hombre está en disposición de comprender lo que tocante a la fe, es conforme o contrario a los atributos divinos. Según el dogma de la eternidad absoluta de las penas, no se le toma en cuenta al culpable, ni sus pesares, ni su arrepentimiento; para el todo deseo de mejorarse es supérfluo, puesto que está condenado al mal perpétuamente. Sí está condenado por un tiempo determinado, la pena cesará cuándo el tiempo haya expirado. ¿Pero quién dice que entónces tendrá mejores sentimientos? ¿Quién dice que a ejemplo de muchos de los condenados de la tierra a su salida de la cárcel, no será tan malo como antes? En el primer caso sería tener en el dolor del castigo a un hombre que se volviera bueno; en el segundo, agraciar al que continuase culpable. La ley de Dios es más previsora que ésto; siempre justa, equitativa y misericordiosa, no fija ninguna duración en la pena, cualquiera que sea se resume de éste modo:
21. «El hombre sufre siempre la consecuencia de sus faltas, no hay una sola infracción a la ley de Dios que no tenga su castigo.» _ «La severidad del castigo es proporcionada a la gravedad de la falta.» «La duración del castigo por cualquier falta que sea, es indeterminada; está subordinada al arrepentimienio del culpable y a su vuelta al bien; la pena dura tanto como la obstinación en el mal; sería perpétua, sí la obstinación fuese perpétua; es de corta duración, sí el arrepentimiento es pronto.» «Desde el momento en que el culpable pide misericordia, Dios le oye y le envía la esperanza. Pero el simple remordimiento de haber hecho mal no basta; falta la reparación; por ésto el culpable está sometido a nuevas pruebas en las cuales puede, siempre por su voluntad, hacer bien reparando el mal que ha hecho.» «El hombre, de éste modo es constantemente árbitro de su propia suerte; puede abreviar su suplicio o prolongarlo indefinidamente; su felicidad o su desgracia depende de su voluntad en hacer bien.» Tal es la ley: ley inmutable y conforme a la bondad y a la justicia de Dios. El Espíritu culpable y desgraciado, puede de éste modo salvarse a sí mismo: la ley de Dios le dice con que condicion puede hacerlo. Lo que mas a menudo le falta es voluntad, fuerza y valor; sí con nuestras oraciones le inspiramos ésta voluntad, sí le sostenemos y le animamos, y sí con nuestros consejos le damos las luces que le faltan, en lugar de solicitar a Dios el que derogue su ley, venimos a ser los instrumentos para la ejecución de su ley de amor y de caridad, lo que nos permite practicarla de éste modo, dando nosotros mismos una prueba de caridad. (Véase Cielo y el Infierno, 1ra parte, Cap. IV, VII y VIII.).
INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS.
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Vea también... Allan Kardec, Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”, (Cap. XXVIII, números 4 y 5).
https://soyespirita.blogspot.com/2021/05/la-oracion-es-una-especie-de.html
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Vea también...
Allan Kardec, Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”, (Cap. XXVIII, números 4 y 5).
La Terapéutica de la Oración para el tratamiento de La Obsesión!!!
Los Espíritus protectores nos ayudan con sus consejos mediante la voz de la conciencia, a la que hacen hablar en nosotros. Sin embargo, como no siempre concedemos a la conciencia la importancia necesaria, los Espíritus nos dan esos consejos de modo más directo, para lo cual se sirven de las personas que nos rodean. Examine cada uno las diversas circunstancias, felices o desdichadas, de su vida, y verá que en muchas ocasiones ha recibido consejos que no siempre aprovechó, y que le habrían evitado bastantes disgustos si los hubiese escuchado.
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